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Lo que todos podemos escribir

Uno de los mejores detonantes para la escritura se lo leí a Rosa Montero alguna vez: “Escribe sobre algo que te emocione”. La invitación es tan sencilla como profunda. Debe partir de un recuerdo y, además, conmover a quien lo cuenta. Sin lo último, ¿cómo conmover a quien lo lee?

Juliana Muñoz Toro
23 de septiembre de 2022 - 03:00 a. m.
"La cuestión de lo literario viene aparte. No todo lo que uno escribe hay que convertirlo en cuento y menos publicarlo".
"La cuestión de lo literario viene aparte. No todo lo que uno escribe hay que convertirlo en cuento y menos publicarlo".
Foto: Archivo particular

Casi siempre la escritura sucede desde el yo. Esa mirada personal que luego tiene que aprender a distanciarse, documentarse, imitar al otro, a hacerle las preguntas más difíciles. Si es honesto, saldrá de la experiencia propia en el amor, el duelo, la alegría, la nostalgia… En fin, no necesariamente de lo autobiográfico, o de múltiples aventuras, sino de las emociones compartidas con el resto de la humanidad. En los talleres de creación suelo proponer este ejercicio y enfatizo en que sea un recuerdo puntual. No se vale el pretérito imperfecto (la amaba), sino el perfecto (la amé hasta ese día). Es porque las emociones más impactantes suceden en un instante y se van disolviendo con el tiempo. La magia de contar una historia es encontrar cuál fue ese momento en que todo cambió.

Me gusta pedir que además sea una memoria de infancia. Creo que es adecuado porque ya ha pasado suficiente tiempo para ver desde otro ángulo las cosas y para saber que, pese a los años, ese hecho sigue importando. Incluso, pesando. La infancia es un período tanto de descubrimiento y sorpresa como de traumas no resueltos. Sin drama es difícil que haya una buena historia. El drama es movimiento. El ejercicio suele convertirse en algo más catártico que literario. Podría ser terapéutico eventualmente. Pero como lo que me compete son las historias, más que invitar a la sanación, sugiero cambiar la manera en que nos contamos nuestra vida. Es que a veces nos enredamos justamente en lo más aburrido y cliché, o insistimos en ver el mundo desde solo una orilla.

La cuestión de lo literario viene aparte. No todo lo que uno escribe hay que convertirlo en cuento y menos publicarlo. Y lo que a uno le pasó no le concierne a nadie, sino hasta que ese hecho se transforma para dejar de ser personal y volverse universal. Eso solo es posible hacerlo leyendo, y a veces me da la impresión de que hay más gente que quiere publicar que la que quiere leer.

Pasar de la anécdota a la literatura requiere que dudemos de los hechos y empañemos la memoria con la imaginación necesaria para que la ficción diga más que la verdad. Recuerden lo que decía Gabriel García Márquez en el epígrafe de su autobiografía Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

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