El Magazín Cultural

Los cuentos del librovejero

Perfil de Álvaro Castillo, quien presentará en esta edición de la Feria del Libro de Bogotá su libro de cuentos “Un librero”. Dieciséis relatos en los que se desdobla y despliega sus vivencias como narrador y los años de experiencia siendo librero.

Santiago Díaz Benavides
18 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
Álvaro Castillo Granada, quien presenta su primer libro en la Feria de Bogotá.  / Cortesía
Álvaro Castillo Granada, quien presenta su primer libro en la Feria de Bogotá. / Cortesía

Lo conocí sin conocerlo a Álvaro Castillo Granada, una tarde del año 2002, cuando yo tenía 9 o 10 años y la aventura de San Librario recién cumplía cuatro. No recuerdo con quién iba, si era mamá, la nona o una tía, si me lo estoy inventando o no, pero lo que sí recuerdo claramente es aquel aroma a libro viejo que da la bienvenida a los lectores en la librería del librovejero. Allí tuve mi primer gran contacto con los libros, sin quererlo y sin saberlo. Me encontré con una edición bellísima (que no he vuelto a ver desde entonces) de Las mil y una noches, en pasta dura. Me parece que era del Círculo de Lectores. En ella me interné con vehemencia hasta que no hubo otra solución que comprar el libro. Así fue, y me fui del lugar sin saber que aquel ejemplar se me extraviaría en alguna mudanza, que no lo recordaría hasta mucho después y que, pasado el tiempo, me encontraría de nuevo con ese hombre tan particular, el de los ojos grandes que observaba todo bajo unos lentes tipo Lennon, que sonreía con timidez y decía en voz alta: “Lléveselo. A él le va a gustar”.

El 28 de julio de 2017, tras 15 años sin haber pisado el suelo de esa librería, regresé para hablar con él. No me recordó, no tenía por qué hacerlo. Ni siquiera yo lo recordaba muy bien. De repente, él era el librero y yo un periodista que se acercaba, con una libreta y una grabadora de casete, a hacerle preguntas sobre su oficio. Hablamos, en medio del sonido de las calles, acerca de aquello a lo que había dedicado su vida entera; le pedí que me definiera, en sus palabras, lo que significa ser librero. “Para mí, un librero es una persona a la cual le gusta mucho leer, y se encuentra destinada a ser el puente entre los libros y los lectores. Un librero debe ser lector, tiene que estar informado, saber de qué tratan los libros o lo que dicen los autores; un librero es un intento de mago, de realizador de sueños, un consejero, un amigo, un celestino”, contestó. Mucha gente busca por mucho tiempo un libro y es el librero quien en un estupendo y sublime acto de magia lo hace aparecer. Escuchar a Castillo Granada hablar con tanta pasión solo es comparable, quizá, con leer por vez primera y a viva voz aquellas líneas iniciales de Cien años de soledad. ¡Pura fantasía!

Entre tantos libros, muchos son los que han calmado su sed de lector, en diferentes momentos de la vida. A Pablo Neruda y Julio Cortázar les tiene una estima infinita. Le pido que me diga cuál fue el primer libro leído del que tiene memoria y él responde, sin titubear: Corazón, de Edmundo de Amicis. Me cuenta, además, de los libros más raros que ha vendido, de los lectores más peculiares que ha conocido y de los Gabriel García Márquez, los Armando Orozco Tovar, los Paco Ignacio Taibo II, los Germán Castro Caycedo, los Juan Gabriel Vásquez, los Leonardo Padura, los José Luis Díaz Granados, las Piedad Bonnett y las Gioconda Belli que tanto ha leído, recomendado, y conversado. A ellos les ha estrechado la mano y se los encuentra cada tanto, entre las páginas de los libros que a las estanterías de su librería llegan a parar, destinados, como sabemos, a esperar un poquito más, y quizá unos años, a que aparezca el lector ideal.

Sí, ha leído a casi todos ellos y recuerda con cariño las lecturas que más le han conmovido. Desde aquella tarde en que regresé, no he dejado de visitarlo. Nacido en Bucaramanga hacia 1969, Castillo Granada es uno de los libreros más conocidos de Colombia. Además, es editor, escritor, y lector inagotable. Cursó su bachillerato en el Colegio San Bartolomé La Merced y al graduarse decidió estudiar Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Por cosas del destino, nunca se tituló como profesional, y a cambio de eso, dio con el oficio de su vida, su pasión, su vocación: ser librero.

El 30 de noviembre de 2018, el librovejero cumplirá 30 años en su oficio, demostrando que el tiempo es solo un aliado para quien atesora la vida entre párrafos. Quienes lo hemos seguido, leído, oído y admirado, entendemos bien que su dedicación es inquebrantable y que todo esto, como no podía ser de otra manera, ha decidido reunirlo en un libro de cuentos: Un librero, publicado en febrero de este año por el sello Literatura Random House. Su éxito ha sido maravilloso. ¿Quién no va a querer leer el libro escrito por el librero? Lo cierto es que hay que tener cuidado, porque uno puede enamorarse. Pilar Quintana así lo reconoce: “Este libro debe abrirse con cuidado, pues contiene la vida secreta de los libros: las manos que los acariciaron, los lugares que recorrieron, las obsesiones que despertaron, las amistades y los amores de los que fueron cómplices”.

Son dieciséis relatos en los que Castillo Granada se dobla y se desdobla, despliega todo sus vivencias como narrador y los años de experiencia siendo librero, para narrar las historias que dentro de una librería van surgiendo, que los años van concibiendo, que los libros van guardando al pasar de mano en mano, para rendirle un homenaje sincero al mejor invento del hombre y al oficio más amable de todos. Aquí, la magia de las palabras trasciende las páginas para quedar tatuada en nuestra memoria e impactarnos de tal manera, desde la primera línea hasta el punto final, con el objetivo de que una vez terminemos el libro queramos regresar a él. Entonces, recorremos “La piel suave”, “Los sonetos”, “La foto” y “La victoria”, somos partícipes de la confesión de un libro que se atreve a contarnos la historia detrás de la historia; vamos a ver a “José Rogelio Castillo”, pasamos por “San Lázaro, 1101”, lo recordamos a “Guillermo Martínez” y pronunciamos, con el pecho hinchado, “Siempre, Che”.

Dos partes y un epílogo han bastado para que Castillo Granada escriba un gran libro, porque esto es, y entiéndanlo bien, un gran libro de cuentos, concebido por más de 10 años y trabajado con buen tino. “Álvaro Castillo no es un librero: es un médico de cabecera que trabaja de otra forma. Su libro es una confesión, una exploración de la vida secreta de las páginas y un canto de amor a uno de los grandes oficios del mundo”, ha dicho Juan Gabriel Vásquez. No se puede decir más. Con estos cuentos uno no queda contento sino maravillado, con la terrible necesidad de volver a leer cada uno de los textos, reconstruir las palabras, las imágenes, los acentos cubanos, argentinos, cachacos, y decir, con aire orgulloso y libresco: “Hasta siempre, compañero”.

Por Santiago Díaz Benavides

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