El Magazín Cultural

Los estallidos que causa el teatro

“Cuando estallan las paredes”, escrita y dirigida por Fabio Rubiano, narra una versión de la realidad qué, además de cumplir con las intenciones estéticas del teatro, formula preguntas esenciales y confronta al espectador.

Laura Camila Arévalo Domínguez
28 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
En la obra participan Fabio Rubiano, Marcela Valencia, Liliana Escobar, Jacques Toukhmanian, Jonatan Cabrera, Ana María Cuéllar, Mónica Giraldo, Mauricio Santos y Santiago Londoño. / Cortesía Teatro Petra
En la obra participan Fabio Rubiano, Marcela Valencia, Liliana Escobar, Jacques Toukhmanian, Jonatan Cabrera, Ana María Cuéllar, Mónica Giraldo, Mauricio Santos y Santiago Londoño. / Cortesía Teatro Petra

Hay dos bandos. La historia se cuenta en esta obra y se ha contado por años en Colombia. El opresor tiene un alma tirana. El oprimido tiene el alma asustada.

Cuando la historia da un giro y el débil se fortalece, su justificación es la causa noble que defiende a los vulnerados, los humillados. Se excusa porque sabe que ahora es el reflejo de los vejámenes que atentaron contra su dignidad.

El teatro, como dice Fabio Rubiano, tiene intenciones estéticas, pero cuestiona. Cuando estallan las paredes es una obra que lanza preguntas incómodas. El director y sus actores se han encargado de despojarse de ellos mismos. De sus prejuicios. Les ofrecen garantías a los personajes que interpretan y se abstienen de la práctica tóxica, pero muy común: juzgar. Elevan el valor de cada tema que tocan en las obras y le dan libertad al espectador para que interprete, se conmueva y analice. Cuentan historias y se despercuden de las intenciones de influenciar o convencer. Le dan la oportunidad al público de que piense.

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“La pieza muestra dos ejes que se están enfrentando y de pronto uno de los dos cede. Creemos que esa puede ser una versión. Una puesta en escena de un fragmento de la realidad, pero de una realidad ficcionalizada, porque así no es nuestra realidad. El dolor no es así, la muerte no es así, el enfrentamiento no es así, la confrontación de ideas no es así. Ojalá fuera así. Nuestra intención es estética”, dice Rubiano, director, productor y actor de la obra.

Cuando estallan las paredes indaga sobre los orígenes. ¿Desde cuándo fuimos incapaces de confrontarnos mirándonos a la cara? ¿Cuándo comenzamos a matarnos por pensar distinto? ¿Cómo comenzamos a justificarlo? Las razones que han desatado guerras pululan. Se reproducen como plagas y, lo más paradójico de todo, se legitiman. La obra, que confronta y nos reencuentra con las telarañas que nos han convertido en víctimas y victimarios, lleva a escena hechos reales que le arrebatan la vida a la diferencia: homofobia, arribismo, zoofilia, represión y terror.

Una de las razones por las que Rubiano toca temas coyunturales es la falta de profundidad colombiana. La rapidez con la que damos explicaciones y sacamos conclusiones.

“¡Mataron un muchacho!”.

“Por algo sería. Quién sabe qué haría”.

La vida, que es sagrada, es arrancada de los ciudadanos colombianos y ni siquiera hacemos el ejercicio de detenernos y preguntar qué tuvo que pasar para llegar al punto de sacrificar humanos. Nos privamos del análisis. Lo evitamos. Fallamos hasta en la forma de expresarnos y nuestra capacidad discursiva es precaria. La defensa de las ideas en Colombia se ha dado en medio del conflicto y, si había que defender ideales, se argumentaba con el pánico que generaba la sangre. Se convencía por medio del terror.

En la obra, coproducida por el Teatro Petra y el Jorge Eliécer Gaitán, actúan Fabio Rubiano, Marcela Valencia, Liliana Escobar, Jacques Toukhmanian, Jonatan Cabrera, Ana María Cuéllar, Mónica Giraldo, Mauricio Santos y Santiago Londoño. Se narra la historia de un atentado.

Los personajes son estrategas, mártires y ejecutores. En medio del asombro, el espectador se estrellará con la desnaturalización del terror. Será testigo de lo anormal que resulta la guerra y de la devaluación de la vida por la que ha transcurrido Colombia.

Cuando estallan las paredes narra una de las tantas realidades con las que se ha envenenado este país. En Colombia se instaló por muchos años el miedo y la gente ya no quiso salir a las calles. Les pusieron cinta de enmascarar a las ventanas para que los vidrios no volaran en mil pedazos a causa de las bombas, y el ambiente continúa tenso. Conseguir beneficios con gente aterrorizada es mucho más sencillo. Esta obra profundiza en el concepto del terror. Sin protagonistas ni antagonistas, se pregunta sobre lo que significa ser terrorista y lo que tanto les conviene a los que siguen interesados en seguir accionándolo.

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“Las obras del Petra son independientes de nuestra posición política. Aquí todos los personajes tienen libertad. A todas las partes se les da la misma fortaleza”, dice Rubiano, impregnándoles a sus respuestas un ingrediente presente también en la obra: el humor. En esta producción, la realidad da risa. Todo es tan incongruente que raya en lo absurdo y de pronto, al salir de la abstracción una vez terminada la función, la única explosión es la de la burbuja del espectador, en la que la extrema pobreza, la viveza y la violencia están a la vuelta de la esquina.

El arte es un flotador de esa realidad. Secuestra y eleva los sentidos. El llanto, la risa y el dolor son herramientas del teatro que cumplen funciones reparadoras. Los dedicados a este oficio no se dedicarán a la guerra. No necesitan más sufrimiento del que viven siendo artistas. La diferencia de este padecimiento es que están al servicio de lo esencial y disfrutan sus tormentos. Consumir el sufrimiento de los que se dedican a convertir en poesía la barbarie, como bien lo han hecho las obras del Teatro Petra y el arte en general, será nuestro resguardo.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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