El Magazín Cultural

Memoria y tacto

En diciembre del año pasado, el Ministerio de Cultura lanzó el libro “Oficios de manos colombianas”, una obra que rinde culto a los artesanos del país y que apoyará un programa de becas para que los jóvenes puedan perpetuar esas labores.

Manuela Cano Pulido
23 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
Lutería, Baudilio Guama. Buenaventura, Valle del Cauca. 
 /  Fotos: Andrés  Sierra
Lutería, Baudilio Guama. Buenaventura, Valle del Cauca. / Fotos: Andrés Sierra

Se trata de tacto. Se trata de sentir un objeto, lo material, lo tangible. Se trata de manos conocedoras y sabias. Se trata de oficios históricos y con historias. Se trata de regiones diversas con montañas, llanuras, ríos y selvas, y que, aunque diversas, cada una posee objetos tradicionales que en su materialidad llevan la marca de la historia colombiana. Se trata de memoria e identidad. Y se trata de personas perseverantes, enamoradas de sus oficios y que crean, construyen, a través de sus manos. De esto se trata un libro que busca visibilizar el patrimonio cultural del país y que se titula Oficios de manos colombianas.

El libro es un recorrido por Colombia, pero no a través de sus paisajes o de sus lugares turísticos, sino rastreando los oficios tradicionales de cada región. Algunos heredados de los indígenas que habitaron este territorio, otros traídos por la Corona española y algunos más que fueron el resultado de la unión, del sincretismo de los anteriores. Y este recorrido a través de palabras, historias y fotografías que conforman el libro fue ideado por la editorial MNR Comunicaciones y Ediciones de la mano con el Ministerio de Cultura.

Hablamos con María Lía Neira, la editora del proyecto que tomó un año entero en desarrollarse, y al preguntarle sobre el objetivo del libro dijo que “nosotros queríamos mostrar y dar a conocer oficios que de alguna manera se están perdiendo, oficios que han sido muy importantes para el crecimiento de las familias en las regiones, en rincones apartados, en comunidades que se han dedicado por muchísimos años, de generación en generación, a realizar un oficio en particular”.

Para esto, inicialmente, se debía escoger cuáles serían los oficios que harían parte del libro, sabiendo que en Colombia existen más oficios de los que uno se puede imaginar y comprendiendo que algunos tendrían que quedar por fuera. Aunque fue una elección difícil, optaron, como dice María Lía Neira, por aquellos “oficios que realmente están extinguiéndose, pero que aun así son viables de seguirse produciendo y que les permiten un sustento y un trabajo digno a las personas”. Para después recorrer gran parte del país, hasta encontrar aquellas historias, oficios y tradiciones que estaban listas para ser redescubiertas. Y esta búsqueda se tradujo en maestros, en luchadores, en personas que adoran sus oficios, y en cómo cada uno de estos valientes, como dice la editora, son los más orgullosos de lo que hacen cada día, por lo que están dispuestos a enseñar, a compartir sus conocimientos, pues su más grande ilusión es que ninguno quiere que su oficio desaparezca.

Entonces, el libro busca darles valor a estas personas, a estas manos sabias, con tacto, que, a pesar de las adversidades que ha traído la industrialización y los materiales prefabricados, han luchado por continuar con su profesión. Es un llamado a recobrar la memoria en un país que sufre de amnesia, de desapego a las raíces, que se deslumbra por lo importado, pero que deja de lado lo propio, lo nuestro. De la misma forma es un llamado a identificarse, a sentirnos orgullosos de estas personas, apreciarlas y apreciar sus oficios.

Y como el libro se compone de historias, de testimonios y de personas empeñadas en continuar con su profesión, fuimos a ver a uno de estos, Nelson Martínez. Él, ordenado, perfeccionista y luchador, nos recibió en su taller, en el que surge la magia: el arte de la encuadernación. Al abrir la puerta del lugar, desde la primera mirada se ve una enorme cantidad de libros, elegantes, perfectos, como nuevos. Al acercarse y al tocarlos, se van descubriendo uno a uno; son enciclopedias, revistas, libros de literatura, de oraciones, de biología, de derecho, en fin, de todo. Aunque todos tan distintos, tienen algo en común, y es que han tenido la suerte de pasar por las manos del encuadernador.

“Yo soy mis manos”, dice el encuadernador, y nos muestra la portada rota, desteñida, averiada de un libro, y a su lado está otro que pareciera recién comprado. Estos son el antes y el después de un libro al que las manos de nuestro interlocutor transformaron. Él es sus manos, pues son éstas las que le permiten crear, hacer arte. Su tacto se ha venido formando desde hace sesenta años, que son los que le ha dedicado a su profesión; él mismo la define como devolverles la vida a los libros perdidos, destruidos, olvidados.

Aprendió de su padre, aquel que comenzó la tradición y que se la transmitió, desde muy pequeños, a seis de sus doce hermanos que hoy practican esa bella profesión. Él trabaja en su taller con una de sus hermanas, Clara. Nelson Martínez dice que en algún tiempo llegó a tener entre quince y veinte empleados y que hacía casi mil libros, pero con el tiempo y con la llegada de la tecnología, esa cantidad ha disminuido. El encuadernador sabe muy bien que le vendía a una generación que ya ha ido cumpliendo su ciclo, pues dice que “estamos en una transición”, en un cambio generacional que viene con jóvenes y sus apartamentos más pequeños, su tiempo acelerado y su vida invadida de tecnología. “Andan en otro mundo”, dice. Su mayor preocupación es la falta de cultura del país. Asegura que los colombianos no “leen ni un solo libro en el año, o hasta en la vida”, y que ese es el mayor mal que ataca su profesión, pues afirma, muy lógicamente, que “si la gente no lee, no compra libros”.

Esto parece pesimista, pero, en cambio, nuestro interlocutor se considera un hombre realista, por lo que hoy, más que nunca, lo que le importa es saber que no se trata de hacer cantidades, sino de hacer calidad. De mejorar cada día, de que cada mañana sea una oportunidad, un paso a la perfección. Nelson Martínez sabe que es “un enamorado del arte” y por eso critica la contemporánea concepción del amor, que se queda únicamente en el amor de pareja. “Uno tiene que ver con amor, comer con amor, hacer deporte con amor… hay que vivir con amor, luchar con amor”. Su gran amor es la encuadernación. Sabe, además, que en la vida no todo es dinero y que definitivamente hay cosas que causan más agrado, como un libro perfectamente terminado.

Como vive orgulloso de su profesión, no dudó en hacer parte del libro de Oficios de manos colombianas. Dice que “haber editado este libro fue una oportunidad de volver a resurgir, como el ave fénix, y de hacer renacer los oficios artesanales”. Sabe que la esperanza no se ha perdido, que aun cuando el aluminio ha reemplazado al barro, el plástico a la cestería, y los celulares o tabletas a la encuadernación, “hay cosas que renacen, basta que queden una o dos personas para que las cosas vuelvan a tomar su hilo”.

Después de un silencio, una pausa, un momento de reflexión, el encuadernador nos pregunta: “¿Sabe cuál es la desgracia de Colombia? Tener todo. Cuando uno tiene todo no tiene nada”. Y esta sabia afirmación se puede trasladar a que Colombia podría ser uno de los países con más de estos oficios tradicionales, pero que al tenerlos todos, no los apreciamos. Los dejamos de lado y nos asombra todo lo que no diga “Hecho en Colombia”, mientras que los extranjeros o turistas, por ejemplo, ven estos objetos como tesoros. Es por esto que el libro Oficios de manos colombianas es una oportunidad para que los colombianos hagamos memoria, recordemos, y en este recordar, comencemos a valorar estos oficios que hacen parte de nuestra historia, de lo que somos, y así luchar para que no desaparezcan.

Por Manuela Cano Pulido

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