Murió el escritor Alonso Aristizábal Escobar

El novelista, cuentista y ensayista antioqueño falleció en la tarde del pasado 31 de diciembre en Medellín. Nacido en Pensilvania Caldas, Aristizábal fue una de las voces culturales más importantes del siglo pasado.

REDACCIÓN CULTURA
02 de enero de 2018 - 08:42 p. m.
Alonso Aristizábal nació en Pensilvania Caldas. Fue reconocido por su trabajo como docente, escritor y ensayista. / Archivo
Alonso Aristizábal nació en Pensilvania Caldas. Fue reconocido por su trabajo como docente, escritor y ensayista. / Archivo
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Filosofía y Letras en la Universidad Bolivariana de Medellín. Profesor de la misma universidad y de La Salle, Los Andes, la Central, la Nacional, y en esta última entro de la Maestría de Escrituras Creativas que propende por la formación de escritores. Comentarista bibliográfico de las  revistas Avianca, Sam y Diners, El Espectador, y en página virtual del Instituto Cervantes de Madrid. Sus relatos han sido incluidos en varias antologías del alemán Peter Schultze Kraft, 2001, La horrible noche, en...

La casa del canario de la esquina  (Un cuento de Aristizábal)       

Luzmila vivía de lo que pagaba uno que otro cliente que se alojaba allí. Y el de esta vez, venía con el cansandio del atardecer. Sudoroso y casi descalzo, parecía caminar por un pedazo de ilusión que le quedaba. Este preguntó algo en el café de la cuadra y le hablaron del canario de la casa de la esquina que a esa hora estaba en la ventana con sus bellos silbidos. No tuvo que llamar a la puerta. Ella también sabía que los viajeros de lejos llegan en las horas de la mañana, después de haber viajado una o varias noches largas como luego de recorrer el mundo entero. Por eso lo vio venir y se apresuró a abrirle; podía olfatear la llegada de sus huépedes como en los hoteles más reconocidos.

-¡Buenas tardes!- dijo como sin hablar, la lengua le pesaba igual que una piedra.

-¡Voy a quedarme varios días!- agregó más insistiendo en callarse.

-¡Síga!- le respondió la mujer y lo condujo al cuarto oscuro del fondo. De paso por el corredor, Bertulfo se detuvo en la ventana a admirar el canario y lo oyó cantar igual que en un amanecer. En este instante, respiró cierto sosiego y sintió ganas de cerrar los ojos y dormirse de una vez. Descargó la maleta en la pieza, se sentó un momento en la cama y después salió al corredor para tomar lo que ya le ofrecía ella. El jugo estaba amargo pero descendió por su esófago con la frescura de agua clara que de momento parece cambiarnos la vida. El canario cantaba de nuevo, quizá llamándolo; su eco giraba por los rincones de la casa y se iba afuera por la enrejada ventana de vidrio. Entonces miró hacia el balcón donde permanecía la jaula y la dueña lo condujo hacia allá con el propósito de seguirle mostrando la casa. Ahora él sonreía tratando de que el canario le picoteara el dedo para verificar su familiaridad, tenía la sensación de ver un animal como de ensueño que siempre había estado en muchos momentos de su vida. Desde allí se dominaba el aire de la mañana, y deseó que en adelante su vida fuera así, a través de esa reja, llena de tranquilidad, como después de los deberes del día, para no rodar más que había sido el hecho común para él hasta entonces.

-¿Le gusta?- interrogó Luzmila para concluir apartándose y permitirle ver el panorama completo de la casa y de la calle en cuyo final se divisaban dos árboles de grueso tronco y de cerrado follaje de donde venía en torrentes la noche. Allí se quedó casi delirando hasta cuando llegó la hora de acostarse.

A la ventana con la jaula del canario de por medio, debió volver a la tarde siguiente y durante muchas tardes más, desesperado de aguardar muchas mañanas tras las puertas el sí de un trabajo. Agotado de andar y escuchar voces despectivas, con la pesadumbre en los hombros, se quedaba de pie chupándose los dientes y rascándose la cabeza. No se apartaba de aquel sitio para no perder de vista la calle entre la niebla y los árboles y dejar que la música del canario dulcificara sus horas.

-¡Acuéstese para que descanse, usted se va a dormir ahí parado!- decía ella desde el corredor al verlo en medio de cabeceos de sonámbulo. Luzmila sentía lástima por él aunque se cuidara de expresarle tales sentimientos. El mismo día que le pareció desesperanzado como detenido ante una puerta sorda, quiso ayudarlo. Una semana después pensó además que convendría darle un vestido nuevo para que no se presentara tan mal trajeado a pedir empleo. Caviló varias veces y al fin entre un insomnio se dijo como gritándoselo:

-¡Le doy para que se compre un vestido y me paga doscientos semanales!

-¡Bueno, pero cuando me coloque!- respondió desvariando.

-El día que consiga puesto también voy a ofrecerle dinero por el canario.

-¡Veo que le ha cogido cariño al pájaro!

-Me da para el alpiste y haga de cuenta que es suyo.

Llevaba tres meses husmeando la ciudad entera y enfrentando cada calle en un combate de todas sus fuerzas; ya se conocía los mayores recovecos, decía, y tampoco se alejaba de la ventana porque ya era una forma de consuelo. Se trataba del único lugar que había para él en el mundo. Ante esto, la mujer recurrió a un antiguo cliente para que le ayudara con su recomendación en un banco. Y ella debió ratificar por escrito que lo conocía hace mucho para que le dieran el trabajo de cajero. A los pocos días lo llamaron a trabajar. Luzmila celebró con mucha alegría el hecho, y el canario hizo lo mismo, porque esa vez en forma extraña este cantó hasta muy entrada la noche como haciendo parte de una fiesta interminable.

-Pásese a dormir a la sala -insinuó ella- que esa pieza es fría y nunca la veo limpia, no sé, usted se da cuenta cómo la arreglo constantemente y no se acaba el polvero-. Así Bertulfo dedujo que la tendría más cerca y que también era el propósito de ella. Y que además estaría al lado del canario y lo sentiría cantar desde la madrugada.

-¡Claro que yo lo dejo en esa alcoba mientras se maneje bien! ¡Pagan tan mal los hombres!- Él empezaba a estudiarla con sus ojos mustios y penetrantes. A cualquier momento, los rostros de ambos se encontraron como a través del tiempo, entre una dicha perdida por ambos igual que en la baraja de las cartas. El hombre ignoraba que hubiera tanta soledad en el alma de ella. Luzmila durante una noche, no hizo más que hablar de tristezas, de un marido muerto muchos años atrás y de una hija que se le había largado no sabía para dónde. En los días posteriores, se quejaba él, que no hablaría de su pasado para no amargarla más ni remover sus propias heridas; que había sufrido mucho, que ahora estaba aburrido en el banco, que se fatigaba demasiado, que con ese trabajo de cajero las manos se le encalambraban y le pesaban igual que pezuñas de res y uno parece un animal raro metido dentro una jaula, que la responsabilidad es mucha, y tengo que pagar cinco centavos que se me pierdan porque me dieron menos o entregué más de la cuenta.

-¡No se preocupe, mijo, con el tiempo se irá encarrilando!-. Sin embargo, él insistió en las historias de su cansancio y miedo en el trabajo.

-Hay días que no soporto y me dan mareos y no hay quien me remplace para ir al médico, y ni siquiera puedo ir al baño y las ganas de orinar son muchas. Por momentos siento pánico, creo que ya vienen a atracarme o no falta quien venga con propuestas extrañas, y yo no soy ladrón. Al que antes estaba ahí lo metieron a la cárcel porque se dejó robar una millonada y dijeron que él se la había llevado en complicidad con un celador, y que la tenía enterrada para cuando saliera libre.

-¡Cómo, tan lindo, quiere descansar, tan débil el pobre!

-¡Pero yo aquí no tolero vagos!- gritó ella de un estallido. El no pudo decirle nada más allá de su repentina mirada del rencor que le iba a durar años.

-¡Ya me suponía que usted no es sino un sinvergüenza!

-No se preocupe que muy pronto me voy de esta casa, yo  vine aquí de paso.

-¡Sí, es que yo soy una cualquiera y ahora me puede dejar tirada!-. Pero Bertulfo callaba ante la voz enfurecida de ese y los días que siguieron. Era de noche y él se iba al café de la cuadra a quitarse la amargura que lo perseguía semejante a un perro. Sentía odio y ganas de matarla. El hombre de allá lo veía llegar y lo miraba con intenciones de hablarle. Él se tomaba unas cuantas cervezas y volvía a la puerta de la casa. Luzmila lo esperaba alegando en la ventana y Bertulfo quería subir para hacerla callar.

-¡Lo que he hecho con usted ni con mi hija lo hice!!Qué remordimiento!

-Fíjese que ni siquiera he querido recibir en este tiempo a nadie más para que estemos los dos solos.

-¿Vieja bruja, cuándo se va a callar? ¡Deje esa puta habladera!.¡Veremos que me largo para que no me joda más!- Él se marchaba de nuevo a la cantina y después de medianoche regresaba arañando las paredes para sostenerse. Luzmila lloraba con la almohada sobre la cara para no verlo. Estas escenas se repitieron por muchos días y semanas cuando venía borracho de un bar próximo al banco; y el canario oprimido saltaba dentro de la jaula y sus patas golpeaban con furia la base de lata cuadrada y que salía en puntas por los cuatro costados de alambre.

-¡Después de joderse uno el día entero es la única manera de seguir viviendo!

-Pero no me ha dado lo del mes y le dije que no lo pienso sostener porque en ninguna parte dan comida y dormida gratis.

-¡Mañana le traigo plata!

-Sinvergüenza, siempre es así, que mañana, que pasado mañana, que no pudo, se le olvidó, que le dé un placito, voy a hablar con su jefe para que me pague.

-No ha vuelto a traer alpiste para el canario y el animalito se va a morir.

-Mañana seguro que sí y me largo para que no me joda más. Pero se va a callar si no quiere que la mate porque esa puta habladera no la resiste nadie.

Bastó que llegara una tarde cabizbajo sin tufo de cerveza para que ella supiera que lo habían echado del trabajo. Los ojos de la mujer se encendieron en candeladas. Y Bertulfo debió llegar temblando hasta la ventana de vidrio; el canario cantaba alarmado con el estruendo de los objetos que ella lanzaba entre los berridos. Las puertas se abrían y cerraban huracanadas; las sillas y escobas se buscaban por el suelo en la convulsión de la tormenta.

-¿Vieja bruja, cuándo se va a callar? Un día de estos la voy a matar y me largo.

-Hace días usted está amenazando con matarme, pues hágalo de una vez -dijo Luzmila blandiendo un cuchillo. El calló abatido por esa imagen siniestra empuñando el arma.

-¡Ahora váyase al café a beber y a insultarme y verá!- vociferó ella sobre la espalda de él que corría escalas abajo hacia la calle. Después, él bebió tres días seguidos en el café.

-Tiene problemas, amigo -le dijo el cantinero mirándolo con ojos auscultadores. Y él sentía vergüenza de que el otro supiera su historia y que sus ojos y su cara lo estuvieran denunciando. Ella lo esperó a través de cada momento llorando y sin alejarse de la ventana. Al fin lo vio regresar arrastrándose por el suelo y agarrándose de las paredes como el que se va a hundir en el mar de la tierra, abrió la puerta y su vieja maleta rodando por las escalas fue a encontrarlo de frente. Y la ropa que la mujer no alcanzó a echar en aquel desvencijado envoltorio de cuero, caía desde el cielo hasta el abismo de la cabeza de él y le cercaba la mirada y los pasos. Entonces él no supo qué hacer y se sentó a esperar que el torrencial de trapos terminara. Era como si los trapos viejos fueran sus vísceras volando por el aire. Luego insistió en llegar hasta su cuarto para descansar. Pero ella lo detuvo esgrimiendo el cuchillo con el ímpetu de la decisión feroz. Quiso huir de inmediato. Sin embargo, no pudo y le dio la espalda a ella y se tendió en el piso con su gruesa y cansada respiración. El pájaro cantaba otra vez muy alarmado. En ese zaguán estuvo dormitando el hombre la tarde larga y desolada con los aullidos del canario que no dejaba de escuchar.

A la llegada de la noche, se puso de pie pesadamente. En la casa había silencio. Luzmila se refugió quizá en la cocina o en el oscuro cuarto del fondo. Pero él pensó en el ave y no sentía ahora sus aletazos y saltos sobre el cinc. Tanteando los secretos chirridos de las escalas, subió en su busca; se lo llevaría. No necesitaba sino llegar hasta la ventana, descolgar la jaula y salir corriendo. Temblaba porque los crujidos de la madera del piso lo iban a denunciar y esa mujer lo iba matar. Coronó aquel tortuoso camino con gran vacío en el pecho y se vio en medio del corredor desierto. La jaula estaba sin el pájaro y entonces se sintió más huérfano y abandonado que nunca. Pensó que ella había adivinado sus intenciones y lo sacó para otra jaula. Muy cansado y sin importarle que Luzmila volviera sobre él, caminó como hacia el pasado. Se marchó despacio. En el café, el cantinero lo sorprendió inclinado por el peso de la maleta y le dijo:

-Se va Bertulfo, ¿qué le pasó?

-Hacía días quería decirle que esa mujer le da fuete a los hombres que se le atraviesen. ¡La llaman la castigadora! El año pasado echó un marido a garrote...

-¡Es una fiera! -Las palabras resonaron en los oídos de él y lo llevaron hacia la calle. El mundo corría muy lejos y él comenzó a aumentar el paso como huyendo con las pocas fuerzas que le quedaban. Llevaba la esperanza de encontrar al menos un nuevo camino con el pájaro cantando. Flotaba en su mente el plumaje del canario y lo oía brincar dentro de su pecho. Escucha que el ave lo llama desde el porvenir, allá siempre lo ha esperado para irse juntos en busca de algún lugar en el mundo. A muchos kilómetros de distancia estará solo a través de los años yendo de lugar en lugar por todos los senderos del mundo. Era de noche y comenzaban las otras noches de sus viajes largos en busca de una mañana para la llegada a algún lugar.

Por REDACCIÓN CULTURA

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