“El haber aprendido a ver me enseñó a sentir; a sentir al hombre y al vasto y complejo mundo que lo rodea, sentimientos que en más de una ocasión activaron automáticamente el obturador de mi cámara. Aún contemplo fotos que no sé en qué momento pude haberlas tomado. (...) Al ver varias de ellas experimentaba una extraña sensación que me alteraba: algunas de mis fotos tenían alma”.
Nereo López era cartagenero. Nació con la costumbre de ver el mar todas las mañanas como parte del paisaje natural, común. Supo, entonces, que era muy pequeño para abarcarlo todo y en medio de la soledad (quedó huérfano a los 11 años) encontró el poder para hacerse dueño de sí mismo.
Un día se le ocurrió ver cómo era la cuestión: puso un rollo dentro de una Nikon S, no funcionó, todo bien. Le preguntó a Jimmy Scopell cuál era la razón, por qué no había funcionado, y él le dijo: “Sencillamente es que no sabes tomar fotos”. Nereo no le creyó. Scopell le regaló Cómo hacer buenas fotografías, un libro de Kodak.
Fue reportero gráfico de El Espectador, Cromos y El Tiempo, donde era él quien escogía a los escritores para sus reportajes y no los escritores al fotógrafo.
Antes de morir le preguntaron en una entrevista qué lo perseguía y respondió: “Me persigue un deseo. Es como el sol a las plantas, como la lluvia a la tierra. Me persigue el deseo de contar historias”.