El Magazín Cultural
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Gabo + 8

Guillermo Angulo da cuenta de maravillosas historias que para él son de fraternidad y cariño y para sus lectores un testimonio de lo rica y valiosa que ha sido la vida cultural colombiana.

Enrique Uribe Botero, especial para El Espectador
11 de mayo de 2021 - 02:00 a. m.
Portada de Gabo + 8, libro de Guillermo Angulo.
Portada de Gabo + 8, libro de Guillermo Angulo.
Foto: Planeta

No puedo pasar frente a la vitrina de una librería sin detenerme. En ellas algunas veces hay libros que parecieran imanes para los ojos. Fue el caso de hace unos días en la Librería Nacional del Centro Andino. La portada de un libro con una linda foto de lo que pareciera Gabo en su laberinto, en medio de un tupido jardín cual estatua viviente, está García Márquez de perfil mirando al infinito y más allá, que con una sugestiva diagramación que, amén del nombre del libro y su autor, hicieron que entrara a buscarlo, leyera la contraportada y el índice para luego hacer fila en la caja.

¿Un canto a la amistad? ¿Un recorrido por lo mejor de la vida cultural de la Colombia de la segunda mitad del siglo XX? ¿Todas las anteriores? El autor, de múltiples profesiones, desde diplomático hasta jardinero, pasando por la que mejor lo retrata en este libro, la de fotógrafo (sin que el libro sea de ninguna manera un libro de fotografía), múltiple cómplice y confidente, Guillermo Angulo da cuenta de maravillosas historias que para él son de fraternidad y cariño y para sus lectores un testimonio de lo rica y valiosa que ha sido la vida cultural colombiana, especialmente la época referida, que yo llamaría la época dorada de nuestra cultura, y que el autor llama la “Generación Mito”.

Fotografiar personas no es fácil, bien dice el autor: “considero que el fotógrafo es un intruso y la presencia permanente de una cámara distorsiona las relaciones”. Nada más cierto, tan cierto como que a todos nos gusta aparecer en retratos, aún cuando muchos lo nieguen, a estos no les creo, así como también es cierto lo que puede incomodar un desconocido fisgón con una cámara en la mano en cualquier situación. Alguna vez leí que uno de los múltiples factores que pudieron haber incidido en la depresión que llevó al suicidio a Marilyn Monroe fue el no poder dar un paso en su vida sin que se le atravesara un fotógrafo. Lo encuentro creíble. ¿Cuál es entonces la clave? Hacer de la fotografía parte de la fiesta, de la amistad y del afecto, condiciones que muy rara vez se dan y cuando se dan el resultado es maravilloso, como en las fotos que Angulo ha tomado a sus amigos. En este libro nos muestra al filósofo antioqueño por antonomasia, el gran Fernando Gonzales, a Manuel Mejía Vallejo, Alberto Aguirre, Rogelio Salmona o Jorge Zalamea, o sus amigos de la Cueva en Barranquilla, entre otros. Lo anterior para presentar como prueba el cariño y la confianza que Gabo y sus ocho amigos aquí presentes, le tuvieron al autor del libro.

Se queja Angulo —o Anguleto como lo llamaba Gabo—, de que sus fotos al Nobel han sido profusamente pirateadas, en lugar de vanagloriarse de este homenaje que le hacen los piratas, pues dan prueba de fotos que nadie que no fuera de la entraña del retratado habría podido tomar. Qué pesar de estos piratas, se tienen que contentar con fotos de Gabo haciendo pistola o sacándole la lengua al fotógrafo, y convencerse de que son fotos muy graciosas.

(Le puede interesar: Guillermo Angulo: “Todo lo que escribo es autobiografía, porque carezco de imaginación”)

Leyendo el libro me pasó lo que le pasaba a nuestro primogénito, casi dos décadas atrás, mientras leía el primer tomo de Harry Potter: “papá, es que no quiero que se me acabe.” Quería siempre seguir leyendo y descubriendo deliciosas anécdotas de la vida intelectual de esa Colombia que retrata el libro. Lo único que lamento es que muchos de los personajes aquí presentados, hoy son totalmente desconocidos para quienes no fueron sus contemporáneos. Un par de colosos como lo fueron Jorge Zalamea o Hernando Valencia Goelkel si acaso son mencionados en algunas facultades de literatura en Colombia y de quienes desafortunadamente sus reediciones son escasas. Descubrimientos como que García Márquez tenía dentro de los mejores escritores al autor de esa obra maestra del arte colombiano, el homenaje a los 14 lanceros del pantano de Vargas, Rodrigo Arenas Betancur. De mi parte, apenas pueda saldré corriendo a la Biblioteca Luis Ángel Arango a buscar sus textos y para ponerlo en palabras del poeta Rafael Pombo: “a ver esos pasteles los quiero probar”. (Gracias, maestro Angulo). De Hernando Valencia, a quien le debo darme a conocer al excelente escritor estanidense Thomas Pynchon —a quien mi papá admiraba enormemente—, siempre le oí decir que García Márquez afirmaba que tenía la mejor prosa en español en Colombia, pero lo de Arenas Betancur es toda una revelación, como tantas otras del libro.

Alivia saber que la revista cultural más citada entre los intelectuales colombianos y más apetecida entre los coleccionistas se encuentra digitalizada en la página web de la Biblioteca Nacional, gracias a la gestión de la entonces directora Consuelo Gaitán, y cuenta también Angulo de donde salió el nombre de la revista, que es de lo más sencillo y menos pretencioso que se pueda uno imaginar, apenas digno de la inteligencia de quienes hicieron parte de ella. Nombres como Jorge Gaitán Durán, Pedro Gómez Valderrama, Jorge Eliécer “el monstruo” Ruiz, o el mismo Valencia Goelkel.

Hay anécdotas inolvidables y típicas de la condición humana, como cuando cuenta que Gabo, antes del computador, escribía un libro cada siete años y después le tomaba apenas tres y sale el personaje inteligente de esos del: “todo tiempo pasado fue mejor”, que anota: “por eso es que ahora no le quedan tan buenos.” O, la frase de su madre, doña Luisa Santiaga Márquez, que atribuía la inteligencia de su hijo a que todos los días le daba una cucharada de Emulsión de Scott, que de paso les cuento a mí también me la daban y creo que ya no me gané el Pritzker de arquitectura. (Soy arquitecto, y ese premio es el equivalente al Nobel de Literatura).

En fin, desde la carátula, toda una delicia de libro. Por sus páginas, amén de los ocho grandes amigos que dan título al libro, desfilan maravillosos hombres y mujeres con sus deliciosas historias. De las mujeres, la más representativa y sin duda una persona de una presencia mágica, la señora Carmen Balcells, de esas que me hubiera fascinado conocer o de la inglesa cónyuge del fotógrafo Rodrigo Moya, Susan Flaherty. Presencias como la de Nicolás Guillén, Manuel Puig; de personajes como Pedro “el Negro” Bonnet, Alejandro Obregón, Rojas Herazo, Enrique Grau, Ernesto Volkeing, Nicolás Suescún, Jorge Child. Brillantes exponentes de nuestras mujeres como Emma Reyes, María Victoria “la Toya” Uribe, Cecilia Fonseca de Ibáñez, Alicia Baraibar, Freda Sargent, Débora Arango, Graciela Samper a quien le debemos la Artesanías de Colombia que hoy conocemos, o ese inolvidable, por inteligente y bello, ser humano que fue Rita Restrepo de Agudelo, entre otras.

(Quizás quiera ver también: Fotos de ‘Gabo’ que probablemente usted nunca ha visto)

A mi modo de ver, de los ocho retratados en los textos con quien logra una más sentida e íntima cercanía —de esos que no se puede sentir por más de dos personas en la vida—, es con su paisano Manuel Mejía Vallejo con quien, entre otras, compartió en Venezuela una muy bella amistad con una prostituta de Medellín, “una mujer muy inteligente, sensible y divertida”, dice Guillermo Angulo, y a la que Mejía Vallejo se refirió como: “una de las personas que más quise en mi vida”. El otro entrañable amigo fue el fotógrafo méxico-paisa —su discípulo— Rodrigo Moya.

Otro enorme escritor y bella persona, el médico Manuel Zapata Olivella, uno más con quién Colombia está en deuda de reconocimiento de su obra, del que cuenta una anécdota de las que se preferiría por ingeniosa fuera inventada, pero vivida de primera mano por el autor del libro y en el mundo del realismo mágico, estamos obligados a dar por cierta, y es cuando Zapata Olivella llega a México, con una mano adelante y la otra atrás después de un viaje a pie desde Colombia y sus amigos intelectuales lo único que logran para facilitarle la vida es un trabajo como Doctora Corazón en la revista Impacto. Trabajo en el que tuvo tantísimo éxito, que un día llegó a la oficina del periódico un grande y apuesto caballero norteño a decir que se quería casar con la Doctora Corazón, pues es ella quien le ha dado los mejores consejos para llevar su vida amorosa. Al pobre Zapata, con la ayuda de sus amigos, le tocó esconderse al punto de verse obligado a dejar el país.

Tenemos, pues, un gran acierto bibliográfico —y sobre todo oportuno—, en nuestras librerías. Digo oportuno porque considero que no debemos dejar pasar más tiempo para dar a conocer a nuestras nuevas generaciones el legado cultural que nos dejaron los ocho amigos retratados en palabras en este libro por Guillermo Angulo, con la gran ñapa del nobel Gabriel García Márquez.

Por Enrique Uribe Botero, especial para El Espectador

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