El Magazín Cultural

Retratos de la otra cara del hampa

Luisa Vélez, Luis Ayala, Diego Cuevas, Jorge Bastidas y Alexánder Nieves conforman el colectivo “De la calle somos”. Su proyecto de fotografía de calle busca el lado humanista que hay detrás de los personajes urbanos que suelen ser marginados.

Jorge Andrés Osorio Guillott
08 de septiembre de 2019 - 02:42 a. m.
Fotografía tomada a Silvanna Bastet el 8 de marzo en el barrio Santa Fe, de Bogotá, por Luis Carlos Ayala, uno de los integrantes del colectivo "De la calle somos".  / Foto: Luis Carlos Ayala
Fotografía tomada a Silvanna Bastet el 8 de marzo en el barrio Santa Fe, de Bogotá, por Luis Carlos Ayala, uno de los integrantes del colectivo "De la calle somos". / Foto: Luis Carlos Ayala

Eran las 4:00 de la mañana. Luis Ayala había decidido acompañar a Luis Ernesto a “La ele”, o al Bronx, ese antiguo sector en el centro de Bogotá en el que muchos ciudadanos con pasados turbios y con problemas atravesados en el alma llegaban con sus costales o con sus historias para desahogarlas con drogas, alcohol y podredumbre. Ayala, como aún lo hace, había decidido acompañar a Ernesto porque más allá de sus fotografías, lo que siempre busca es el lado humano, busca establecer un vínculo con quienes son catalogados como locos, como personas que no encajaron y que también decidieron, en muchas ocasiones, no encajar. Sentados en un cambuche, tal vez con la luz tenue que da una imagen mucho más tenebrosa y marginal, el Cucho, dueño del mismo lugar, y que por el bazuco perdió el dinero que le daban las tractomulas que administraba, sujetó a Ayala por el cuello, sacó un arma de fuego y con el cañón apuntándole a la sien le dijo: “¿sabe qué, gran hijueputa? No lo quiero volver a ver aquí o lo mato”. Ayala cuenta que salió enseguida en compañía de Ernesto y que absorto por lo sucedido le preguntó a qué se debió su reacción. Ernesto le respondió que fue la forma de salvarlo, que volver a verlo en ese cambuche, rodeado de personas delirantes, era reconocer que no saldría nunca más del vicio y del hampa. Todos los efectos del alcohol que venían en una botella de Old John se fueron al suelo en esos segundos en que vio la muerte en un revólver y que vio la luz del alba mientras esquivaba la basura, la ignominia y los escombros de la naturaleza humana.

Luis Ayala no solamente hablaba por medio de su voz y sus ademanes, también lo hacía por medio de las fotografías que llevaba en un sobre y en los botones que estaban incrustados en su chaqueta de jean y que reflejaban sus discursos, sus gustos, que decían en silencio que su andar en las calles es el andar del sujeto solidario, del sujeto curioso que borra prejuicios y miedos.

“Una señora se me acercó en un parque en Líbano, Tolima. Y me preguntó por qué son tan duras las fotografías, y le dije: ¿usted no cree que la estoy interpelando a usted? ¿Por qué cuando se habla de arte y lo ve retratado en una foto bonita sí es duro, pero cuando usted pasa por el lado ni siquiera las determina? Eso es hipocresía. Eso es lo que hago. Me acerco a ellos. El solo hecho de oírlos hablar es una ayuda. No quiero que haya lastima, quiero que haya solidaridad”, afirmaba.

“De la calle somos”, colectivo que conformó Luis Ayala hace dos años, es considerado por él como un acto político. Personas que viven en Luxemburgo, Francia, Holanda y Colombia hacen de este colectivo un proyecto que refleja lo clandestino, que muestra una verdad que no se cuenta y no se capta por las agencias de viaje y turismo, que seguramente no aparece en las búsquedas de Google y que muchos no se atreven o no se interesan en conocer.

Sus fotografías son imágenes del realismo sucio que se ha narrado en la literatura. Ruben Darío, el lector, el habitante de calle que muchos ven con desprecio y que si hablaran con él lograrían empaparse de la poesía que muchas veces lo cobija y del arte que ha sido cómplice para resistir a ese camino paralelo, a esa vida completamente desligada de las dinámicas del sistema, es uno de esos personajes que a Ayala le recuerda a Diógenes, el filósofo griego que perteneció a la escuela cínica y que rechazaba la institucionalidad, las leyes y la vida determinada por los mandamientos de la sociedad.

“Ellos no son agresivos. Si uno se acerca con algo de humanidad no van a reaccionar con agresividad. Es mucho más hostil y humillante una persona de clase alta que tiende a marginalizar a estas personas. No ven que esto también es una filosofía de vida. A muchos de los que conozco les digo que son como Diógenes, que pertenecen a esa escuela del cinismo por la forma en que llevan ese pensamiento a la práctica. A Rubén Darío (uno de los personajes retratados) lo tengo muy presente. Él se la pasa entre la calle 19 y la calle 20 con séptima. Él duerme casi todo el día y recicla en la noche. Yo pasaba y lo veía hasta que un día lo vi despierto y me puse a hablar con él. Y qué man tan teso. Le gusta mucho la poesía, escribe también. Es ingeniero mecánico. El tipo después de casi un año me dijo que podíamos hacer las fotografías. A veces tiene sus altas y sus bajas, a veces está muy llevado por el bazuco. Entonces él me decía: era de una familia dueña de dos empresas de transporte acá en Bogotá y yo administraba una. En una fiesta conocí el bazuco y me gustó. Y seguí consumiendo y eso empezó a generarle problemas a mi mamá, porque empecé a robarme cosas en la casa. En un ejercicio de conciencia pensé: si a mí me gusta la droga, y si la droga está en la olla, me voy a vivir a la olla y así no le jodo la vida a nadie. Y eso hice. Y lleva 45 años viviendo en la calle. Él es Diógenes en la práctica”, contaba el fundador del colectivo de fotografía “De la calle somos”.

“Elegimos, modificamos la conducta, inventamos y reinventamos la vida cada paso. Somos hijos de nuestras ideas, de nuestra voluntad, de los afectos que seleccionamos entre las mil posibilidades que la inmediatez nos brinda. No somos hijos solamente de la materia, sino de la conciencia”, afirmaba Mario Mendoza en La melancolía de los feos, un libro y una narrativa que se asemeja a la obra que están construyendo en “De la calle somos”, una sentencia que se acerca a las decisiones que tomaron los personajes que retratan, que asumieron una vida coherente y fiel a sus ideas y no a las imposiciones y la presión de su entorno.

“El problema del país es que precisamente los discursos de poder se legitiman por este tipo de fenómenos. Cuando usted se pone a investigar se da cuenta de que detrás de los grandes prostíbulos, de las ollas, están los políticos y las personas que ejercen mucho poder en el país. ¿Y cómo se legitima todo esto? Por medio de la guerra. Casi todo lo que pasa en el centro de Bogotá es que lo empobrecieron, lo volvieron mierda y ahora el Bronx se supone que iba a ser algo público y lo volvieron privado para construir centros comerciales y valorizar el sector. Me gusta mucho jugar con estas particularidades para decirle a la gente que no sea hipócrita y que haga algo. No tenemos que seguir dándole la espalda a esto, que es la base de todo el problema”, concluyó Luis Ayala.

 

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Por Jorge Andrés Osorio Guillott

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