El Magazín Cultural

Sobre las grietas del café (Relatos del terremoto del eje cafetero)

Presentamos un especial con motivo de los 20 años del terremoto de Armenia y adyacencias. Cinco textos que relatan el momento de la tragedia y los años posteriores, dan cuenta de un ejercicio de memoria sobre un acontecimiento que marcó la historia del eje cafetero. Acá, una síntesis de lo ocurrido.

Andrés Osorio Guillott
25 de enero de 2019 - 09:41 p. m.
Para la reconstrucción de Armenia y sus alrededores, se creó el Fondo para la Reconstrucción del Eje Cafetero, sin embargo, las heridas siguen abiertas entre los que sufrieron la tragedia. / Archivo El Espectador
Para la reconstrucción de Armenia y sus alrededores, se creó el Fondo para la Reconstrucción del Eje Cafetero, sin embargo, las heridas siguen abiertas entre los que sufrieron la tragedia. / Archivo El Espectador

Los ejecutivos estaban en su hora de almuerzo; los obreros cumplían con su siesta recostando su cuerpo en el pasto, a la sombra del sol, utilizando sus loncheras como almohadas. Los niños almorzaban con sus familias y otros tantos se habían retrasado porque debían cumplir con sus respectivas entregas. Los noticieros hablaban del gobierno de Pastrana y de los partidos del campeonato colombiano la noche anterior. La tierra no tuvo clemencia y mucho menos espera. A todos los agarró por sorpresa. Un terremoto de 6,2 en la escala de Richter hizo rugir el interior de la tierra con furia. Las paredes se cuarteaban. Armenia era un péndulo que no dejaba de balancearse de lado a lado, cada oscilación era el anuncio de un final atroz. Los sueños de muchos se desmoronaron como sus casas.

Fueron 28 segundos de un temblor que duró una eternidad. 1.171 muertos, 4.765 heridos, 94.386 casas damnificadas hablan de ese 75% de la población que resultó afectada por la catástrofe y que al sol de hoy sigue escarbando en los escombros de la memoria y en los relatos quebrantados que reconstruyen aquella ciudad en la que surgen las semillas de nuestro café.

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Eran las 5:40 p.m., pasaron cuatro horas y 21 minutos desde aquel terremoto. La tierra se sacudía otra vez pero con menos intensidad. Fue un segundo golpe que terminó por sepultar a quienes aún gritaban debajo de los ladrillos que opacaron el sol y que erigieron un espacio a la oscuridad, el desespero y la agonía.

Ese lunes 25 de enero fue desolación y perplejidad. La sede de la Defensa Civil, el Comando de la Policía de Quindío y la estación de Bomberos se fueron al piso. Los organismos de rescate no tuvieron tiempo, ni siquiera, de rescatarse a ellos mismos. La población estaba desamparada y desconcertada. Hombres, mujeres y niños se veían deambulando por las calles, arrodillados y en manos de súplicas que exclamaban una segunda oportunidad para ellos mismos y para sus seres queridos.

Hubo déficit de ataúdes por la cifra de muertos que ascendía con el pasar de las horas. Al día siguiente solamente habían removido el 22% de los escombros y las autoridades temían que la cifra duplicara los 1.000 muertos que ya habían sido identificados. El presidente llegó en horas de la noche a Armenia, la ciudad más afectada por el terremoto, anunciando la consecución de un crédito blando por US$10 millones para ayudar con la recuperación de un territorio que había quedado devastado y que había sido llamado para reinventarse entre la tragedia.  

El 70% del patrimonio arquitectónico se fue al piso. Los barrios La Isabella, Brasilia, Santafé y Centro fueron los más afectados tras contar con una destrucción del 100% para los dos primeros y del 90% y el 89% para los dos restantes. El Centro de Pereira, ciudad que por su cercanía a Armenia también resultaría afectada, quedó en ruinas. El olor a café había sido relegado por las cenizas en todo el Eje cafetero.

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Todos fueron víctimas de aquel designio que brotó del interior de la tierra. Esa noche del 25 de enero a muchos les tocó dormir encima de los escombros y, sin saberlo, de cadáveres que no tuvieron la posibilidad de evadir las vigas y las paredes que un día antes eran parte de sus cuartos o de sus oficinas.  En el Hospital San Juan de Dios reinaba el caos, no solo por las vidas que aún podían ser salvadas, sino por las vidas perdidas, aquellas que ya no exhalaban un ápice de aire y que no podían ser reconocidas e identificadas por las autoridades.

“Si el infierno existe en Armenia lo vivimos hoy”, le dijo Alfonso Ramírez a El Espectador en la edición que circuló el 26 de enero de 1999. Ramírez, quien vio cómo su barrio había quedado en ruinas, se convirtió en uno de los héroes anónimos que ayudó a remover escombros y a liderar la búsqueda de seres vivientes que aún podían estar con vida pese a no emitir fuertes lamentos.

Aún en medio de la preocupación que derivó en la solidaridad de la sociedad colombiana, muchos resultaron por aprovecharse de la tragedia. Las toneladas de comida, agua y víveres que eran transportados al Eje Cafetero en aviones de la FAC terminaron, en algunas ocasiones, en las manos que más que equivocadas fueron indolentes y rastreras, pues terminaron por robarse lo poco que podía salvar del hambre y la muerte a muchos de los afectados por el terremoto.

Las calles quedaron agrietadas, igual que la memoria de Armenia. Las cicatrices pudieron sanarse pero el rastro de las mismas es algo que simboliza un acontecimiento trágico del pasado. En Armenia brotaron epidemias que complicaron los días posteriores. La reconstrucción de sus casas, sus barrios, sus parques era una responsabilidad comunitaria. Todos agarraron palas, ladrillos y carretillas para recuperar sus moradas. Pese a ser una tarea difícil, no era esto lo más tortuoso, pues lo material se rehízo con el trasegar de los luceros matutinos y vespertinos; lo más tortuoso fue trabajar por su ciudad mientras lamentaban la muerte de sus seres queridos.

El Fondo de Reconstrucción y el Desarrollo Social del Eje Cafetero, FOREC, logró destinar al final 1,6 billones de pesos para recuperar la zona afectada por el terremoto. A hoy, las ciudades de Armenia y Pereira han logrado recuperar su solidez en infraestructura gracias a los trabajos en conjunto de sus habitantes y de las actividades turísticas que provienen del interés por conocer los procesos de producción y preparación del café.

*Para consultar los cuentos haga clic en las fotos.

Por Andrés Osorio Guillott

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