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Sobreviviremos a esta época apocalíptica: Dan Carlin

Recomendado de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Fragmento de “El fin siempre está cerca” (sello editorial Debate), del analista estadounidense Dan Carlin, famoso por el pódcast “Hardcore History”, quien revisa el auge y la caída de las civilizaciones.

Dan Carlin * / Especial para El Espectador
18 de agosto de 2021 - 02:33 p. m.
La influencia de Dan Carlin se hizo global a través de Hardcore History, que tiene más de cien millones de descargas y fue galardonado con el premio iHeartRadio al "Mejor Pódcast de la Historia" en 2019.
La influencia de Dan Carlin se hizo global a través de Hardcore History, que tiene más de cien millones de descargas y fue galardonado con el premio iHeartRadio al "Mejor Pódcast de la Historia" en 2019.
Foto: Cortesía Penguin Random House

En la paradoja de Fermi —así llamada por el célebre físico Enrico Fermi, quien hizo los cálculos y llegó a la conclusión de que, desde un punto de vista estadístico, debería de haber gran cantidad de vida inteligente en el universo—, su autor preguntaba: “Y entonces ¿dónde están?”. Él y otros empezaron a especular acerca de las razones que podrían explicar por qué la vida extraterrestre no habría llegado hasta aquí, y una de ellas fue que no sobreviviría lo suficiente como para migrar más allá de su mundo natal.

Esta idea forma parte de un aspecto de la paradoja denominada el gran filtro, y es posible que la mayor parte de la vida en otros planetas no lo pasase jamás. Yo nací en 1965. En aquella época, el mundo vivía, y con razón, con el miedo de que una guerra nuclear pudiese acabar con la civilización moderna. No pasó mucho tiempo antes de que se comprendieran de verdad las muchas amenazas a las que se enfrentaba el medio ambiente global. (Más: ONU advierte de impacto de la crisis climática en naciones insulares).

Esta doble espada de Damocles sigue colgando sobre nosotros. Quizás ambos factores formen parte del gran filtro por el que nosotros mismos estamos pasando. Tu posición de optimismo o pesimismo sobre las oportunidades a largo plazo de nuestra civilización puede depender de hasta qué punto crees que podemos cambiar los seres humanos. Nos vanagloriamos de la capacidad de adaptación de nuestra especie, pero estamos hablando de desafíos complejos que pueden haber acabado con muchas otras formas de vida inteligente antes que nosotros.

Si hacemos lo que hemos hecho siempre, podemos estar seguros de que los resultados serán desastrosos. Si nos volvemos a enzarzar en otra guerra total entre las grandes potencias, los daños producidos serán a una escala para la que no tendremos analogía histórica comparable. (Más: Por qué son tan importantes las emisiones de CO2).

Si no podemos cambiar lo bastante para hacer frente a la versión global moderna del daño al medio ambiente que, tradicionalmente, los seres humanos causan a su entorno inmediato, provocaremos ramificaciones que afectarán casi todos los aspectos de la vida.

Cualquiera de estas situaciones podría desembocar en el tipo de problemas —hambre, enfermedad, migraciones masivas, convulsiones geopolíticas, piratería y colapso de sistemas— que hemos abordado en los primeros capítulos de este libro.

Si queremos tomar una perspectiva positiva, podemos esperar que las innovaciones y los descubrimientos acaben por crear condiciones en las que podamos continuar viviendo de la misma forma sin exterminarnos; podríamos llamarla la hipótesis “vía de escape”. También está la posibilidad de que se descubra que la paradoja de Fermi es falsa, que seres de otros sistemas lleguen aquí y empiecen a utilizar su avanzada tecnología para resolver nuestros problemas.

Esto, desde luego, es demasiado aventurado como para depender de ello. Sin embargo, aun si sucede lo peor, quizá los humanos se ajusten a las nuevas condiciones. Ya sea un mundo de pos-tercera guerra mundial o un desierto apocalíptico causado por la superpoblación o por la destrucción del medio ambiente, puede que la idea de que los tiempos difíciles hacen más duras a las personas nos recuerde que los seres humanos, como especie, somos unos supervivientes.

Criaremos a los niños de una forma distinta y nuestras expectativas cambiarán, pero no será complicado ver a la humanidad hacerse a este panorama menos halagüeño, igual que la hemos visto evolucionar y adaptarse al mundo creado con el comienzo de la era de los ordenadores y los teléfonos móviles.

También existe la posibilidad de que sea nuestro ecosistema el que se ajuste, sin que las personas que dependen de él tengan ninguna oportunidad de intervenir. Es posible pensar que la naturaleza tiene sus propias formas de reequilibrarse.

Si hay demasiadas personas para que el ecosistema pueda mantenerlas al ritmo de consumo actuales, quizás algo como una peste moderna “arregle” el problema, reduciendo a la mitad la población mundial en una década. ¿Eso sería bueno? o quizá pongamos en marcha intencionalmente la próxima época (más) oscura.

Es muy posible que algún día los problemas medioambientales exijan que la sociedad recorte de un modo drástico el consumo de energía (por poner un ejemplo) o cualquiera de los otros elementos que requieren la alta tensión del estilo de vida del siglo XXI.

¿Y si dentro de cien años dispusiéramos de mucha menos energía en todo el mundo? Tendríamos menos aparatos electrónicos y electrodomésticos, o comodidades como la refrigeración, desde luego, pero ¿y si el objetivo es combatir una posible amenaza existencial? Si nuestros hijos no poseen las mismas capacidades que nosotros porque no hay energía suficiente, ¿quiere eso decir que vivirán tiempos peores? ¿O serán acaso mejores, porque están haciendo progresos para resolver problemas extremadamente significativos, quizá relacionados con la extinción de la especie, que en la actualidad nosotros estamos lejos de resolver? Si su situación les permite pasar satisfactoriamente el gran filtro, pero la nuestra no, ¿quién está de verdad más avanzado?

Y sin embargo, incluso esta caracterización es demasiado simplista. Si la verdadera amenaza contra la humanidad resulta ser algo como un virus o un asteroide, podría ser que aquellas sociedades que representan un mayor peligro para nosotros desde un punto de vista medioambiental o militar tengan ventaja para enfrentarse a la amenaza.

Sería, sin duda, irónico que un asteroide capaz de acabar con una civilización entera y que quizá lleve millones de años dirigiéndose hacia la Tierra sea desviado en el último minuto por el uso de un arma nuclear en el momento oportuno.

Una bomba desarrollada para acabar con millones de personas, lanzada hacia el espacio en un misil similar a los que habrían devastado nuestras ciudades en una posible tercera guerra mundial, se desarrolla justo a tiempo para salvar a todo el mundo (desde un punto de vista histórico).

Ese panorama me parece tan verosímil como la probabilidad de que el título alternativo de mi libro se haga realidad. Se iba a llamar “Fueron felices y comieron perdices”. ¿Que cómo defino “feliz”? Como la humanidad viviendo en una era en la que, por una vez en toda nuestra existencia, el fin no esté siempre próximo.

* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Debate.

Por Dan Carlin * / Especial para El Espectador

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