El Magazín Cultural
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Una crítica literaria sobre cuatro autores de “Don Quijote”

Un ensayo-cuento metatextual sobre cuatro autores del clásico universal: Cervantes, Benengelli, Menard y Trapiello.

Julio Roberto Arenas / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
03 de abril de 2022 - 02:00 a. m.
Don Quijote de la Mancha es una novela escrita por Miguel de Cervantes Saavedra y publicada en 1605.
Don Quijote de la Mancha es una novela escrita por Miguel de Cervantes Saavedra y publicada en 1605.
Foto: Getty Images/iStockphoto - isaxar

“… es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor”: Jorge Luis Borges

Según cuenta Miguel de Cervantes Saavedra, el historiador árabe Cide Hamete Benengeli fue el primer letrado en conocer, por haberla oído de buena fuente, la historia completa de las aventuras del Quijote de La Mancha, y antes que nadie la hizo constar en un texto que escribió, al parecer, en fecha anterior a 1605, lo que indica que este académico ignorado es el verdadero merecedor de la gloria literaria tan injustamente atribuida durante siglos al propio Cervantes. (Recomendamos: Prográmese con el Festival Iberoamericano de Teatro 2022).

El trabajo de Benengeli oscila entre la crónica y la novela de no ficción, pues es bien sabido que todas las hazañas de don Quijote sucedieron en la vida real, tal como han sido contadas; pero, por otra parte, es improbable que este autor árabe haya conocido personalmente al más grande caballero de la historia de la caballería. El talento del historiador Benengeli se refleja, pues, en que logra hacer tan vívido el relato, que uno alcanza a imaginarlo a él, erudito y serio, enjuagado en sudor, cabalgando agazapado detrás del señor Quijana o escondido entre los olivares de La Mancha, en todo caso siguiendo de puntillas su huella.

El segundo autor es, por supuesto, Cervantes, el de Alcalá de Henares, a quien no se le puede acusar de ser un plagiador cínico y desvergonzado, pues él mismo confiesa que fue Benengeli quien escribió antes que cualquiera otro esta historia, ocurrida en el centro de la antigua España tras algunos años de haber sido desocupada por los moros, mucho tiempo después, incluso, de la infausta época en la que los caballeros andantes dieron inicio formal a ese perverso sistema que todavía hoy se usa para desfacer entuertos y bellaquerías.

Recordemos que lo de Cervantes es la traducción de una traducción que un morisco sin nombre hizo del relato escrito originalmente en árabe. Tenemos que agradecer entonces al alcalaíno el hecho de no mentir para ganar indulgencias con camándula ajena -la culpa es de quienes lo encumbraron-, así como el no haberse limitado simplemente a transcribir la traducción al castellano, versión que Cervantes pagó a un precio ridículamente inferior al de su valor literario. El manco de Alcalá tiene también sus propios méritos: con todo el tiempo que hubo de pasar tras las rejas, Cervantes se dio a la fatigosa tarea de escribir, a partir de la traducción, su propia novela, sin alterar la esencia de la historia original, es decir, sin cambiar los hechos, los personajes y los detalles, pero eso sí, consagrado con rigor de monje benedictino a estructurar y a pulir en castellano las formas gramaticales propias del lenguaje moro.

El tercer autor de Don Quijote no merece menos gloria que los anteriores. Se trata del francés Pierre Menard, prolífico escritor que vivió entre los siglos XIX y XX, dejándonos un vasto catálogo de novelas, sonetos y monografías, entre otros trabajos asaz rutilantes. A mi modo de ver, podría ser esta la mejor versión de la novela, si consideramos la magnitud del ejercicio y, sobre todo, el resultado.

Menard no copió a Cervantes ni a Benengeli, ni a nadie. Se dedicó juiciosamente durante años al estudio profundo del castellano antiguo, extirpó de su propio ser todo lo que pudiera haber en él de cultura francesa sustituyéndola paulatinamente por la manchega, y se propuso ser Cervantes, y lo fue, disponiendo para tal fin su prodigioso talento y entregado a la tarea con la obstinación de un poseso.

De esta manera, Menard fue capaz de nacer por primera vez en Alcalá de Henares, se hizo soldado en Italia, fue herido en la batalla de Lepanto, purgó cinco años de cárcel en Argel, incurrió -para ganarse la vida- en oficios varios que nada tenían que ver con la literatura, guardó en sus bolsillos -siendo recaudador de impuestos y para volver a la cárcel-, algunos reales de la Hacienda Pública, se casó con la esposa de Cervantes y murió en Madrid.

Solo así pudo Menard escribir su propio Don Quijote desde el principio hasta el fin, con tanto ardor que, según asegura el mismísimo Borges -quien leyó dos veces la novela de Menard-, el libro resultó idéntico al que reescribió Cervantes, palabra por palabra, punto por punto, coma por coma, tal como si lo hubiera copiado al pie de la letra. Pero así como opina Borges -con quien suelo discrepar-, creo evidente que Menard no logró del todo su cometido, pues en la lectura de su Don Quijote, a pesar del paralelismo milimétrico con la novela de Cervantes, se perciben ciertas tonalidades francesas, tanto que, aparte de algunos sonidos guturales propios del hablar de las gentes de la Galia, la erre se pierde a cada nada en esa especie de laberinto que se forma entre las amígdalas, la parte anterior de la lengua, el paladar y los premolares, como cuando se lee “… porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer…”. Ese “enriquecer”, en la novela de Menard, no podría sonar más francés.

Pero esa diferencia de matices no se da únicamente respecto a la pronunciación del castellano, sino sobre todo en relación con lo que en esencia distingue el mundo francés del mundo hispano del siglo XVII. Me refiero a la forma de ver la vida, al desprecio por la siesta, al modo de cruzar las piernas para trascender, al método cartesiano -que en Francia ya se conocía antes de que naciera Descartes-, al clima que ha de tener el espíritu al momento de hornear el pan, curar los quesos y apisonar las uvas en el lagar.

Por último, tengo ante mis ojos la obra de Andrés Trapiello (Austral, 2019), de los Don Quijote el más reciente, pero quizá también el más triste; trabajo este que en cierto modo es similar al de Menard, salvo por el método y el resultado. Lo de Trapiello es una mera traducción del castellano antiguo al del presente siglo, en la que destaca el cuidado extremo con el que el autor preserva el talante original, casi moro, de la novela de Cervantes. Baste un ejemplo para apreciar la filigrana de esta ardua labor, en la que Trapiello invirtió 14 años de su corta vida. Dicen Cervantes y Menard: “…y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote…”; a lo que Trapiello repone: “…y como al ponerle los emplastos vio la ventera a don Quijote tan acardenalado por todas partes…”. Como se ve, esto es sacrílego para quienes amamos el texto original en castellano antiguo.

Con todo, piénsese que, si hubiésemos leído a Benengeli en árabe antes que a Cervantes en castellano, es probable que muy poco hubiéramos avanzado en la lectura de este último por echar de menos las líneas sinuosas de los signos moros, y habríamos quemado el libro.

Por Julio Roberto Arenas / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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horacio(76762)03 de abril de 2022 - 07:00 p. m.
Si preguntamos a un español o hispanoamericano quien fue Cide Hamete Benengeli,seguramente no sabrá responder.Inventaría Cervantes el "realismo mágico" en nuestra literatura?.En cuanto a Trapiello es mejor que no mande a la ventera a ponerle los emplastos a don Quijote.
  • Julio Roberto(23169)03 de abril de 2022 - 08:24 p. m.
    Creo, Horacio, que lo que pudo haber inventado Cervantes, fue el arte de mamar gallo con discreción y elegancia, es decir, sin que se note. Y estoy de acuerdo con pedirle ese favor a Trapiello.
EMILUZ(q7znl)03 de abril de 2022 - 03:24 p. m.
Excelente.
  • Julio Roberto(23169)03 de abril de 2022 - 08:26 p. m.
    Me alegra mucho que te haya gustado.
Alfredo(04039)03 de abril de 2022 - 03:20 p. m.
????????
Juana(spk1m)03 de abril de 2022 - 01:12 p. m.
Disfruté cada línea, Julio Roberto, sobretodo a Menard. Qué rico poder leerte.
  • Julio Roberto(23169)03 de abril de 2022 - 08:25 p. m.
    ¿Sos Juanita, mi amiga, o sea... Ana?
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