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Una exposición llena de sentidos

Hasta el 20 de diciembre, en la galería Nc-arte, un contemporáneo mexicano estará exhibiendo su más reciente obra. Se trata de una puesta en escena que en manos de Rafael Lozano-Hemmer se convierte en una experiencia interactiva fuera de lo común.

Karen Gritz Roitman
29 de noviembre de 2014 - 11:36 p. m.
Una exposición llena de sentidos

Es imposible no pensar en La Mona Lisa cuando escuchamos la palabra museo; las pocas obras que conocemos están tan lejos de nosotros como el Louvre en París, el Museo del Prado en Madrid y con suerte hemos oído hablar del Hermitage en San Petersburgo. No pasa por nuestra idea clásica de arte, la posibilidad de ser nosotros mismos -nuestro cuerpo- una verdadera pieza artística que contenga literalmente nuestros sentidos.

La detección biométrica, los métodos para hacer un reconocimiento único de cada persona, es algo que con frecuencia asociamos a temas de control y seguridad. Nos toman la huella para saber quiénes somos, para certificar nuestra identidad; nuestro ritmo cardíaco lo estudian los doctores y si somos deportistas le pondremos atención únicamente cuando estamos en el gimnasio. Pensar, como lo hizo Rafael Lozano-Hemmer, en llevar todo ello a una galería de arte es un tema de locos.

Qué obra más amena que nosotros mismos. Signos e Índices es una exposición con la que, sin duda, iremos por nuestra voluntad a leer las fichas técnicas de lo que vemos. Al hablar de arte imaginamos obras como Las Meninas, El Guernica o quizás Los Girasoles de Van Gogh; cuadros y esculturas fijas que en ningún sentido nos involucran, no entendemos su contexto, es más, no nos interesa y rara vez nos acercamos a detallar gustosos su ficha técnica. Sin embargo, cuando se trata de nosotros como piezas de arte, ya no estamos tan ajenos a lo que vemos.

Raro es cuando reconocemos un rostro en una obra que no es, por defecto, Jesús o algún personaje emblemático que culturalmente conocemos. Es sorprendente saber absolutamente todo acerca del personaje de la obra; sus historias, su edad, nacionalidad e incluso sus datos más curiosos y sus secretos. Que nuestra cara sea el motivo de un cuadro y que nuestros ojos tengan tanta importancia es, sin duda, algo fantástico. En La Media Noche del año la imagen de espectadores comunes como yo aparece en una pantalla que está conectada a un sistema que detecta rasgos faciales. Luego, no sé cómo, sale humo de nuestros ojos y de pronto otros ojos más aparecen mirándonos fijamente. Algo extraño sinceramente.

Vemos con frecuencia obras y muchas veces no entendemos cómo es posible que estén en un museo. Decimos con cierta prepotencia que algo no es tan difícil de hacer y que tal vez nosotros podríamos hacer algo mejor con la diferencia de que eso no sería llamado arte y que probablemente no estaría en ningún lugar para exhibirse. Qué ciencia puede tener una sala oscura llena de bombillos que titilan a destiempo mientras hay un sonido difuso de fondo. Es innegable que es impactante, pero nadie estará ahí más de 3 minutos.

Así es que en la segunda obra de la exposición, que me recomendaron bastante, me pregunté si en realidad no soy buena apreciando arte contemporáneo, si soy tan ignorante o si había algo que yo todavía no veía. Y efectivamente eso era. Entre sombras reconocí una pequeña sección que constaba de 2 sensores, decía que debía sujetarlos por 15 segundos. Lo hice temerosa y después de eso los 200 bombillos de la sala empezaron a titilar al mismo tiempo y al son de algo que parecía ser mi ritmo cardiaco. Al soltar los sensores la sala quedó completamente oscura y pocos segundos después, los bombillos descoordinados volvieron a titilar. Lo que entendí después es que cada uno de ellos trabaja así, debido a que guardan los ritmos cardiacos de los participantes, se trata de un Almacén de Corazonadas. Cada vez que un visitante sujeta los sensores, su pulso queda grabado y desplaza un bombillo a los otros que ya se registraron.

Y no sólo existe un almacén, también hay un índice de corazonadas. Casi 6000 huellas dactilares están proyectadas en grandes paredes. Cada vez que alguien ingresa la suya, las demás disminuyen su tamaño hasta que, en efecto, han de desaparecer las de menor tamaño. Lo curioso es ver nuestra huella tan grande y, por lo menos en mi caso, por primera vez a color. En documentos, formularios y demás siempre la veremos de color oscuro, pero aquí nos sorprenderá ver sus tonalidades reales, acompañada de una pequeña gráfica que detecta también nuestro ritmo cardiaco. Ello es nuestro sello característico, todos lo tenemos, pero jamás será igual al de otros.
La última obra, (que es en realidad la primera, pero la dejé para el final) también tiene una narrativa de identificación. Se trata de seis fotografías obtenidas de los últimos fotogramas de cámaras de seguridad que se apagaron en la ciudad de México. Para quien no conoce la historia, poco interesante resulta ver seis manos en ángulos semejantes en donde no se aprecia mucho. Sin embargo, es curioso saber que aquellas cámaras están en lugares emblemáticos y que se trata, por supuesto, de un proyecto Basado en Hechos Reales.

No cabe duda de que el mexicano Rafael Lozano Hemmer, encontró una forma de medir la presencia del público a través de su participación. Sin visitantes, no habría exposición. El rostro de ellos, su pulso y su ritmo cardiaco es la esencia misma de las instalaciones. No es un recorrido guiado por una galería tradicional; es una puesta en escena de nuestros propios sentidos que en esta ocasión tienen sonido y forma ante nuestros ojos.

Por Karen Gritz Roitman

 

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