El Magazín Cultural
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Una voz singular

Tomás González fue el escritor colombiano que más impactó en 2012 a nivel internacional, por la calidad de sus novelas, cuentos y poesía. Aquí lo perfila su traductor al alemán.

Peter Schultze- Kraft
08 de diciembre de 2012 - 09:00 p. m.
/Óscar Pérez
/Óscar Pérez

En una mesa literaria en Viena, en octubre de 2008, surgió la pregunta de quién era el escritor colombiano más importante después de García Márquez. Yo aduje que esto lo iban a decidir los lectores con el tiempo. Intervino entonces de entre el público una colombiana que afirmó que “la literatura que en este momento más nos tiene que decir es la de Tomás González”.

Entre los mejores escritores que hoy tiene Colombia es González seguramente una voz singular. Por lo sencillo, lo denso y bello de su lenguaje y por lo profundo y atemporal —lo clásico, podríamos decir— de sus temas lo considero un escritor universal. Él no pinta el acaecer en blanco y negro: en sus obras lo bueno está al lado de lo malo, lo bello al lado de lo feo, la luz al lado de la sombra. Allí todo es a la vez “putamente difícil y hermoso”; la realidad con sus extremos contradictorios se despliega cual “la espinosa belleza del mundo” que discurre en imágenes integradoras: “En un bar fétido y mientras sonaban tangos [empalagosos] el apuñalado perdía sangre y tomaba cerveza”.

El escritor suizo Peter Stamm ha dicho que “González cuenta historias lúgubres pero es como si brillaran desde adentro”. Aunque los personajes de Tomás sean figuras trágicas o “perdedores” el autor no los deja sucumbir a sus derrotas y les abre más bien la puerta para que se liberen y emerjan con dignidad recuperada —liberación que alcanza al lector y le conmueve—.

Además de escritor de talla universal, Tomás González es muy colombiano. El carácter colombiano está transido de terquedad y soledad. Tal como el héroe de la Guerra de los Mil Días tan bien descrito por Héctor Rojas Herazo en Celia se pudre (1986): “Cuando algo se le mete en la cabeza, no se lo sacan ni a palos. Tan correcto y anacrónico el coronel. Tan en contra de todo lo que huele a renovación; tan convencido de sus escasas lecturas, de sus rígidas ideas, tan enteramente dispuesto a dejarse matar por ellas. ‘A mí, no’ se consolidaba en todos y cada uno de sus puntos el coronel, ‘a mí nadie me viene con imposiciones: no señor, nadie’”.

Al final la hazaña que le mereció su fama de héroe resulta ser “apenas la excesiva reacción ante alguna propuesta, no muy definida, a tolerar cierta maniobra electoral que también podía entenderse como una amistosa invitación a colaborar con sus convecinos por la estabilidad o el simple sosiego municipal; algún asunto de interés comunitario, pero a lo cual daba el coronel un toque desmedidamente epopéyico, unido a cierto tinte de heroica y desolada coquetería”.

Tomás González, no obstante, junto con la terquedad nos muestra la otra cara de la medalla. El protagonista de Abraham entre bandidos (2010) es un hombre abierto, sociable, cariñoso, tolerante y con empatía. Con todo “después del desayuno, y para no perder la alegría, se tomó dos aguardientes y dos cervezas. Cuando llegó la noche, todavía estaba tomando aguardiente, pero teniendo cuidado de no emborracharse demasiado. Al día siguiente se despertó temprano con una fuerte resaca que trató de disimular lo mejor que pudo ante [su esposa] Susana, y durante dos semanas se abstuvo de parrandear. Abraham dejaba de hacerlo siempre que ella empezaba a dar señas de estar cansándose de la vida que llevaban. Pero como él era agradable cuando bebía, Susana misma terminaba por decirle que tomara un poco, si quería, pero que tratara de hacerlo con moderación”. Tomando en cuenta de tal manera los sentimientos, argumentos e intereses del otro, acogiéndose el uno al otro condescendientemente, Abraham y Susana se ganan todos los días la paz de la convivencia.

Es así como, al decir de la perspicaz colombiana en Viena, la obra de Tomás González sea la que más tenga que decirnos en este momento.

Por Peter Schultze- Kraft

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