El Magazín Cultural

Venezuela: El régimen de los infelices que leen a Pessoa (Cuentos de sábado en la tarde)

El hombre está sentado ante un computador. Piensa, o cree que piensa. Busca entre una lista que le enviaron de las palabras más leídas del español, una que se adapte a lo que debe escribir. Necesita que su texto sea uno de los más leídos del día. Su trabajo depende de ello. Lo miden por cantidad de clics y de artículos.

Fernando Araújo Vélez
15 de junio de 2019 - 09:31 p. m.
Cortesía
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Las manos le tiemblan. Una gota de sudor frío baja por su espalda. Escribe, o cree que escribe, sobre Fernando Pessoa, un poeta muerto 94 años atrás, pues en la radio una periodista informó que era el día mundial de la poesía, y una de las normas del diario en el que trabaja es estar pendientes de lo que dicen en los otros medios. Él repasa la lista que le entregaron con las palabras más exitosas del idioma, medida y certificada por el departamento de medición, pero ahí no aparece nada que tenga que ver con poesía, o poetas, o versos, o arte, o cultura. Los lectores prefieren los chismes, la farándula, los vídeos de ardillas que montan patinetas, el fútbol, la política y los odios. En suma, todo lo que no los lleve a pensar, pues pensar es un peligro para los dueños del mundo, y ellos hace muchos años que lo entendieron y fundamentan sus políticas en mantener ignorante a la gente. 

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El tiempo vuela. Tic, tac, tic tac. El hombre debe acabar su texto en quince minutos, para que ese texto haga parte del flujo de textos que “funcionan”, como dicen sus compañeros, y que multiplican la cantidad de clics en la franja del mediodía. Él asocia el término funciona con tornillos, poleas y tuercas, e imagina sus textos dentro de una gran máquina que los multiplica y los etiqueta. En el fondo, preferiría ser una máquina, pero apenas alcanza a ser un hombre que trata de funcionar como máquina, y si tiene trabajo y le pagan un salario es porque aún las máquinas son mucho más caras que él.

Busca que la palabra chisme conjugue con vacío, o con versos, pero no le suena. Prueba con la palabra feminismo. Sin embargo, y pese a que sabe que de un tiempo para acá es una palabra y un concepto que venden, le parece que es un ismo más, y que sólo rima con prebendas. Se arriesga con comparar a Pessoa con el enemigo de turno en su país, la patria, pues sabe, se lo han repetido miles de veces, que nombrar a los mesías y sus enemigos es garantía de éxito. Tic tac, tic tac. 

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Repasa tres líneas de Pessoa que dicen: “Pero no siempre quiero ser feliz, es necesario ser de vez en cuando infeliz para poder ser natural”. Él hace tiempo, desde que empezaron a medirlo y le pusieron cuotas mínimas de producción, dejó de ser natural. Tanto, que esos asuntos de ser auténtico, creativo, individual, es decir, humano, le parecen minucias inventadas por unos loquitos desadaptados para justificar su holgazanería. Sonríe al recordar que cuando comenzó a trabajar en un diario él fue uno de esos loquitos y se emocionaba con una frase o una melodía. Por fortuna, le lavaron el cerebro y lo transformaron en un hombre de éxito, un hombre de orden, de clics. es más fácil vivir sin tener que pensar.

Mira a su alrededor. Todo está en orden. Todo es impecable. Tic tac, tic tac. Sus compañeros teclean a un acompasado y frenético ritmo de producción las notas con los temas y las palabras que reventarán las redes sociales en pocos minutos, sin mirarse, e intentando tapar las pantallas de sus computadores, pues todos son competencia de todos. Su criterio, igual que el suyo, son los clics. Por lo tanto, la agenda está determinada por los lectores, igual que el lenguaje, e incluso, la moral. Lo bueno es lo que produce. La cantidad es la medida de la calidad. Él se sopla las manos, teclea el nombre del país enemigo, pone dos puntos, y a continuación escribe: “Venezuela: El régimen de los infelices que leen a Pessoa”.  

 

Por Fernando Araújo Vélez

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