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                                                                                                                              Volver a nacer en una clínica

                                                                                                                              En este texto, que es más un canto a la vida, el escritor Héctor Abad Faciolince relata en primera persona su experiencia agradecida durante su reciente cirugía de corazón abierto en la Clínica Cardiovascular de Medellín.

                                                                                                                              Escritor, editor y traductor colombiano, fue sometido recientemente a una cirugía de corazón abierto.
                                                                                                                              Foto: Mauricio Alvarado Lozada

                                                                                                                              Sé que hay muchas personas en esta ciudad, en este país y en muchos otros países que le deben la vida —una nueva vida— a la Clínica Cardiovascular de Medellín (hoy conocida como Cardio VID). Como es posible que muy pocas de ellas hayan dedicado su vida a la escritura, siento el deber de escritor de tomar su vocería, relatar mi experiencia personal con esta clínica, y expresar en su nombre y en el mío el agradecimiento a una institución local tan seria, profesional y encomiable. Una clínica como la Cardiovascular de Medellín sería el orgullo de cualquier ciudad del mundo. Tenemos aquí mismo, en Robledo, un centro médico que salva vidas y está a la altura de los mejores hospitales especializados en cardiología de cualquier país desarrollado y rico.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Creo que no es necesario dar los detalles específicos de mi problema cardíaco. Es suficiente decir que para resolverlo era necesario que me sometiera a una cirugía “de corazón abierto”, como comúnmente se dice, en la cual se requería colapsar los pulmones, detener el corazón y conectar la sangre que nos mantiene oxigenados y vivos a una máquina que hace las veces de pulmones y de bomba cardíaca, es decir, lo que técnicamente se llama circulación extracorpórea. Durante varias horas el propio cuerpo, algunos grados por debajo de su temperatura normal, sigue vivo aunque el corazón esté quieto y aunque uno haya dejado de respirar. Mientras esto ocurre, el cirujano interviene, arregla o cambia lo que haya que cambiar en un corazón que ha dejado de funcionar correctamente.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Poder contar el cuento, después, tiene algo festivo, algo de resurrección y de nuevo nacimiento. También algo de asombro y desconcierto, incluso de tristeza al comprobar lo frágil que es la puerta entre la vida y la muerte. Y se siente, por encima de todo, un profundo agradecimiento por el equipo humano que usó toda su energía, toda su concentración y conocimiento, todos los recursos científicos y técnicos para mantenerte en vida y para devolverte a la existencia en mejores condiciones que las que tenías al entrar al quirófano.

                                                                                                                              (También puede leer: ¿Cuándo es malo el colesterol malo?)

                                                                                                                              No todos los pacientes que estamos agradecidos con la Clínica Cardiovascular estuvimos en manos del mismo equipo médico. En este caso voy a hablar de los profesionales en quienes confié y a quienes entregué por completo mis posibilidades de morir o de seguir viviendo. En este camino me guio, ante todo, un amigo que me condujo hacia quienes él consideraba los médicos ideales para solucionar mi dolencia. Este amigo es un destacado anestesiólogo infantil, Juan Espinal. Al estar yo ya bastante lejos de la infancia no se podía ocupar de mi anestesia. Enterado de mis síntomas y desasosiego, me recomendó, ante todo, a una cardióloga serena, estudiosa, humana y muy profesional, la doctora Luz Adriana Ocampo. Ella se encargó de afinar el diagnóstico de mi mal, mediante ecocardiografías hechas por ella misma, un cateterismo realizado por el doctor Eusse (pariente lejano del milagroso padre Marianito) y una prueba de esfuerzo extrema en la que se manifestó una isquemia momentánea. Con estos datos su recomendación fue muy clara. En una condición como la mía, la mitad de los pacientes, si no se operan, no suelen sobrevivir más de cinco años, y si sobreviven el músculo cardíaco se puede deteriorar gravemente.

                                                                                                                              La doctora Ocampo y mi amigo Juan me presentaron al cirujano que mejor podría arreglar mi problema. Muchas veces los cirujanos cardiovasculares son como divas engreídas, vedettes médicas prepotentes, al saber que en sus manos está la vida y la muerte. Este, en cambio, es un cuarentón discreto, muy seguro de sí mismo (como tiene que ser un gran cirujano), pero al mismo tiempo modesto. Frío y tranquilo a la hora de operar, pero cálido y solidario con sus enfermos. A su corta edad, muy pocos en Colombia han hecho tantos trasplantes de corazón y de pulmones como él. En cambio de válvulas por procedimientos mínimamente invasivos (con una pequeña incisión en el pecho derecho), quienes lo han visto operar comparan sus manos con las de un artista capaz de hacer en pocas horas una obra de arte. Es un zurdo que opera con la derecha, es decir, un ambidiestro. Y ante cualquier contratiempo es capaz de tomar las decisiones rápidas y adecuadas para cambiar el rumbo y salvar una vida. Con él conversé largas horas y confié en sus manos como en las de un padre. Tal vez a él no le guste que se diga su nombre, pero lo voy a decir: Juan Camilo Rendón, un cirujano único y excepcional, un artista de esta bomba maravillosa que trabaja en nuestro pecho como una mula incansable la vida entera.

                                                                                                                              (Quizás quiera leer: Antonio Caballero: muerto en vida, muerto en muerte)

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Al lado del doctor Rendón, monitoreando todo en mi cuerpo y en mi cerebro, alejándome del dolor y del recuerdo, un anestesiólogo aún más silencioso y discreto, el doctor Leonardo Posada. “Lo único que le prometo –me dijo antes de la cirugía— es que lo voy a cuidar todo el tiempo, y voy a hacer lo posible porque le vaya muy bien y porque su despertar sea tranquilo y poco traumático”. Así lo cumplió al pie de la letra. Al lado de ellos un equipo de enfermeras de una dulzura, profesionalismo y rigor que cualquiera se sueña. A algunas no las puedo mencionar por su nombre porque en la UCI yo estaba muy dormido, pero las enfermeras de cuidados intensivos me cuidaron así: intensa y cariñosamente.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              A otras sí las recuerdo con sus nombres. La enfermera Dora, antes de la cirugía, me enseñó incluso a bañarme, a rasurarme y a soplar la bolita. La enfermera Tatiana halló y canalizó mis mejores venas, siempre amable y sonriente. La enfermera perfusionista, Danery Otálvaro, con veinte años de experiencia en circulación extracorpórea, anticoaguló mi sangre y vigiló que mi cerebro siguiera bien irrigado mientras yo no tenía ni pulmones ni corazón. La instrumentadora, Karen Mora, tuvo en sus manos los drenajes, bisturís, hilos, instrumentos varios que el artista Rendón le iba pidiendo con palabras y gestos que ella ya podía adivinar de antemano. La intensivista en la UCI, una doctora bellísima de la que solo sé que se llamaba Sixta, cuando me desperté, hizo que en mí revivieran mis ganas de vivir y todos mis sentidos, del uno al sexto.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              En la Clínica Cardiovascular, pese a la crisis del Covid-19, permitieron también que yo tuviera, en la UCI y en el cuarto, el acompañamiento individual de alguien de mi familia. Abrir los ojos y ver a mi esposa, sus ojos y su sonrisa, su mano en mi mano, me convenció de que otra vez estaba vivo y de que valía la pena seguir viviendo, así fuera solamente para seguir mirándola hasta que me muera definitivamente. Y lo mismo sentí al ver a mi hija y a mi hijo, mis amores más hondos, y por los que nunca he querido morirme todavía, con tal de poder seguir viéndolos crecer, gozar y hacer cosas buenas y bonitas.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La familia que fue conmigo la Clínica Cardiovascular, las hermanas que fueron mis médicas, enfermeras, anestesistas y cirujano, los cuidados y cariño que me dieron mientras estuve allá, inerte y quieto, resucitando inquieto, y convaleciente obediente a sus instrucciones, forman hoy parte de mi memoria y de mi más profundo agradecimiento. Hay muchas dudas sobre el progreso humano, pero si hay un campo en el que no puede haber dudas es en la ciencia médica y en este campo específico de la cirugía cardiovascular. Si existen los milagros y la posibilidad de volver a vivir cuando la vida se nos escapa, estos están ahí, en nuestra misma ciudad, y al alcance de casi todos los ciudadanos.

                                                                                                                              Mis sentimientos más hondos son de agradecimiento sincero por esta oportunidad magnífica de seguir viviendo que me ha dado la Clínica Cardiovascular. Seguiré trabajando y escribiendo para, en mi pequeño campo que no salva vidas, la literatura, tratar al menos de no defraudarlos. Voy a usar lo mejor que pueda la nueva vida que me dieron. Intentaré animar a otros, con mi escritura, a que amen la vida como yo la quiero. Muchas gracias.

                                                                                                                              Escritor, editor y traductor colombiano, fue sometido recientemente a una cirugía de corazón abierto.
                                                                                                                              Foto: Mauricio Alvarado Lozada

                                                                                                                              Sé que hay muchas personas en esta ciudad, en este país y en muchos otros países que le deben la vida —una nueva vida— a la Clínica Cardiovascular de Medellín (hoy conocida como Cardio VID). Como es posible que muy pocas de ellas hayan dedicado su vida a la escritura, siento el deber de escritor de tomar su vocería, relatar mi experiencia personal con esta clínica, y expresar en su nombre y en el mío el agradecimiento a una institución local tan seria, profesional y encomiable. Una clínica como la Cardiovascular de Medellín sería el orgullo de cualquier ciudad del mundo. Tenemos aquí mismo, en Robledo, un centro médico que salva vidas y está a la altura de los mejores hospitales especializados en cardiología de cualquier país desarrollado y rico.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Hace meses, cuando algunos amigos míos se enteraron de mi falla cardíaca, hubo varios que me ofrecieron sus contactos y la posibilidad de programar citas y someterme a procedimientos quirúrgicos en Nueva York, Madrid, Miami, Cleveland, Bogotá, Berlín... No quise aceptar esos contactos por dos motivos. El primero es un instinto muy primitivo, casi animal, que nos lleva a querer refugiarnos en nuestra propia casa, en nuestro mismo lugar de nacimiento, cuando sentimos la cercanía de la muerte. El segundo es que mi padre, médico, se formó aquí, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, y siempre supe por él que los conocimientos médicos impartidos en nuestra ciudad durante el último siglo han sido serios, profesionales, y en muchos campos están a la altura de los mejores centros médicos del mundo. Quise confiar en nuestra medicina, en los médicos de aquí, y hoy puedo decir que valió la pena mantener esa confianza ancestral.

                                                                                                                              Creo que no es necesario dar los detalles específicos de mi problema cardíaco. Es suficiente decir que para resolverlo era necesario que me sometiera a una cirugía “de corazón abierto”, como comúnmente se dice, en la cual se requería colapsar los pulmones, detener el corazón y conectar la sangre que nos mantiene oxigenados y vivos a una máquina que hace las veces de pulmones y de bomba cardíaca, es decir, lo que técnicamente se llama circulación extracorpórea. Durante varias horas el propio cuerpo, algunos grados por debajo de su temperatura normal, sigue vivo aunque el corazón esté quieto y aunque uno haya dejado de respirar. Mientras esto ocurre, el cirujano interviene, arregla o cambia lo que haya que cambiar en un corazón que ha dejado de funcionar correctamente.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Aunque esta cirugía es casi rutinaria para una gran clínica como la Cardiovascular, que hace cientos de operaciones como esta cada año, para nosotros, los enfermos, una intervención así es uno de los acontecimientos más importantes, si no el más grande, de toda nuestra vida. Es un momento en que tenemos que exponernos a riesgos de trombos, de parálisis, de derrame cerebral, de hemorragias, infecciones, o de muerte. Así el riesgo de muerte sea relativamente pequeño (uno o dos casos por cada cien cirugías), conviene dejar arreglados los asuntos prácticos, despedirse de los seres queridos, escribir instrucciones y hacer un testamento. Todo eso lo hice.

                                                                                                                              Poder contar el cuento, después, tiene algo festivo, algo de resurrección y de nuevo nacimiento. También algo de asombro y desconcierto, incluso de tristeza al comprobar lo frágil que es la puerta entre la vida y la muerte. Y se siente, por encima de todo, un profundo agradecimiento por el equipo humano que usó toda su energía, toda su concentración y conocimiento, todos los recursos científicos y técnicos para mantenerte en vida y para devolverte a la existencia en mejores condiciones que las que tenías al entrar al quirófano.

                                                                                                                              (También puede leer: ¿Cuándo es malo el colesterol malo?)

                                                                                                                              No todos los pacientes que estamos agradecidos con la Clínica Cardiovascular estuvimos en manos del mismo equipo médico. En este caso voy a hablar de los profesionales en quienes confié y a quienes entregué por completo mis posibilidades de morir o de seguir viviendo. En este camino me guio, ante todo, un amigo que me condujo hacia quienes él consideraba los médicos ideales para solucionar mi dolencia. Este amigo es un destacado anestesiólogo infantil, Juan Espinal. Al estar yo ya bastante lejos de la infancia no se podía ocupar de mi anestesia. Enterado de mis síntomas y desasosiego, me recomendó, ante todo, a una cardióloga serena, estudiosa, humana y muy profesional, la doctora Luz Adriana Ocampo. Ella se encargó de afinar el diagnóstico de mi mal, mediante ecocardiografías hechas por ella misma, un cateterismo realizado por el doctor Eusse (pariente lejano del milagroso padre Marianito) y una prueba de esfuerzo extrema en la que se manifestó una isquemia momentánea. Con estos datos su recomendación fue muy clara. En una condición como la mía, la mitad de los pacientes, si no se operan, no suelen sobrevivir más de cinco años, y si sobreviven el músculo cardíaco se puede deteriorar gravemente.

                                                                                                                              La doctora Ocampo y mi amigo Juan me presentaron al cirujano que mejor podría arreglar mi problema. Muchas veces los cirujanos cardiovasculares son como divas engreídas, vedettes médicas prepotentes, al saber que en sus manos está la vida y la muerte. Este, en cambio, es un cuarentón discreto, muy seguro de sí mismo (como tiene que ser un gran cirujano), pero al mismo tiempo modesto. Frío y tranquilo a la hora de operar, pero cálido y solidario con sus enfermos. A su corta edad, muy pocos en Colombia han hecho tantos trasplantes de corazón y de pulmones como él. En cambio de válvulas por procedimientos mínimamente invasivos (con una pequeña incisión en el pecho derecho), quienes lo han visto operar comparan sus manos con las de un artista capaz de hacer en pocas horas una obra de arte. Es un zurdo que opera con la derecha, es decir, un ambidiestro. Y ante cualquier contratiempo es capaz de tomar las decisiones rápidas y adecuadas para cambiar el rumbo y salvar una vida. Con él conversé largas horas y confié en sus manos como en las de un padre. Tal vez a él no le guste que se diga su nombre, pero lo voy a decir: Juan Camilo Rendón, un cirujano único y excepcional, un artista de esta bomba maravillosa que trabaja en nuestro pecho como una mula incansable la vida entera.

                                                                                                                              (Quizás quiera leer: Antonio Caballero: muerto en vida, muerto en muerte)

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Al lado del doctor Rendón, monitoreando todo en mi cuerpo y en mi cerebro, alejándome del dolor y del recuerdo, un anestesiólogo aún más silencioso y discreto, el doctor Leonardo Posada. “Lo único que le prometo –me dijo antes de la cirugía— es que lo voy a cuidar todo el tiempo, y voy a hacer lo posible porque le vaya muy bien y porque su despertar sea tranquilo y poco traumático”. Así lo cumplió al pie de la letra. Al lado de ellos un equipo de enfermeras de una dulzura, profesionalismo y rigor que cualquiera se sueña. A algunas no las puedo mencionar por su nombre porque en la UCI yo estaba muy dormido, pero las enfermeras de cuidados intensivos me cuidaron así: intensa y cariñosamente.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              A otras sí las recuerdo con sus nombres. La enfermera Dora, antes de la cirugía, me enseñó incluso a bañarme, a rasurarme y a soplar la bolita. La enfermera Tatiana halló y canalizó mis mejores venas, siempre amable y sonriente. La enfermera perfusionista, Danery Otálvaro, con veinte años de experiencia en circulación extracorpórea, anticoaguló mi sangre y vigiló que mi cerebro siguiera bien irrigado mientras yo no tenía ni pulmones ni corazón. La instrumentadora, Karen Mora, tuvo en sus manos los drenajes, bisturís, hilos, instrumentos varios que el artista Rendón le iba pidiendo con palabras y gestos que ella ya podía adivinar de antemano. La intensivista en la UCI, una doctora bellísima de la que solo sé que se llamaba Sixta, cuando me desperté, hizo que en mí revivieran mis ganas de vivir y todos mis sentidos, del uno al sexto.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              En la Clínica Cardiovascular, pese a la crisis del Covid-19, permitieron también que yo tuviera, en la UCI y en el cuarto, el acompañamiento individual de alguien de mi familia. Abrir los ojos y ver a mi esposa, sus ojos y su sonrisa, su mano en mi mano, me convenció de que otra vez estaba vivo y de que valía la pena seguir viviendo, así fuera solamente para seguir mirándola hasta que me muera definitivamente. Y lo mismo sentí al ver a mi hija y a mi hijo, mis amores más hondos, y por los que nunca he querido morirme todavía, con tal de poder seguir viéndolos crecer, gozar y hacer cosas buenas y bonitas.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La familia que fue conmigo la Clínica Cardiovascular, las hermanas que fueron mis médicas, enfermeras, anestesistas y cirujano, los cuidados y cariño que me dieron mientras estuve allá, inerte y quieto, resucitando inquieto, y convaleciente obediente a sus instrucciones, forman hoy parte de mi memoria y de mi más profundo agradecimiento. Hay muchas dudas sobre el progreso humano, pero si hay un campo en el que no puede haber dudas es en la ciencia médica y en este campo específico de la cirugía cardiovascular. Si existen los milagros y la posibilidad de volver a vivir cuando la vida se nos escapa, estos están ahí, en nuestra misma ciudad, y al alcance de casi todos los ciudadanos.

                                                                                                                              Mis sentimientos más hondos son de agradecimiento sincero por esta oportunidad magnífica de seguir viviendo que me ha dado la Clínica Cardiovascular. Seguiré trabajando y escribiendo para, en mi pequeño campo que no salva vidas, la literatura, tratar al menos de no defraudarlos. Voy a usar lo mejor que pueda la nueva vida que me dieron. Intentaré animar a otros, con mi escritura, a que amen la vida como yo la quiero. Muchas gracias.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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