El Magazín Cultural

Y se colocó colorado

“Es que me estoy arreglando el cabello porque quiero colocarme bonita para que el chico que me gusta me invite a un restaurante y allí pedirle al mesero que me regale una copa de vino”.

Mauricio Navas Talero
23 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Cortesía Señal memoria
Cortesía Señal memoria

En Colombia, la comunidad se resiste a la evolución social, pero al igual que casi toda Latinoamérica, se lanza en voladora a la actividad arribista, y debido a esto último, en Colombia hemos venido transformando el lenguaje con expresiones injertadas desde una noción ignorante de la cultura, desde el español mexicano de los doblajes de televisión o desde los rancios españoles que recientemente aparecen con ímpetu como protagonistas en los productos de entretenimiento.

Esto de colocar y no poner es una tara extraña proveniente del lenguaje callejero de los años setenta, cuando al verbo poner se lo asoció, en el lenguaje soez del asfalto, con “poner culo”, una acción que a todas luces aludía a las relaciones homosexuales masculinas.

Entonces, movilizada por la cultura del macho, poner se volvió en el cotidiano de la calle el apócope de lo dicho y semejante imbecilidad dio lugar a que aquellos que querían evitar ser chantajeados con el idioma en juegos idiotas de pretendidos “malentendidos” se dedicaran a evitar la palabra poner con el sinónimo más aproximado, que en la mayoría de las veces no sirve: colocar. Lo mismo pasó con pelo, que en los códigos lingüísticos de la barriada se asoció con bello púbico, y entonces nuestra horrible clase media y clase baja, para encaramarse en un glamour semántico tan arribista como todo lo demás que hacen cuando quieren parecer lo que no son, decidieron que pelo era feo y que cabello es elegante. Ahí tenemos.

En Colombia había chinos o pelaos, o muchachos o niñas; lo de chicos es importado por el arribismo que inunda nuestras venas.

“Oye, me regalas una copa de vino” es otra, muy oída en nuestros restaurantes, en donde, por lo general, los compatriotas acomplejados de clase y con ganas de parecer las buenas personas que no son, le piden al mesero regalos imposibles, porque a un restaurante se va a comprar y el mesero tiene que vender; lo de regalar es una expresión hipócrita para desvanecer el aliento de poder que siente el comensal sentado a la mesa y que, por ser colombiano y por ser quien es, quiere pasar por amoroso para que el mesero no sienta que detrás de ese regalo va una amenaza latente cuya siguiente frase es: “Usted no sabe quién soy yo”.

Por Mauricio Navas Talero

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar