Noticias

Últimas Noticias

    Política

    Judicial

      Economía

      Mundo

      Bogotá

        Entretenimiento

        Deportes

        Colombia

        El Magazín Cultural

        Salud

          Ambiente

          Investigación

            Educación

              Ciencia

                Género y Diversidad

                Tecnología

                Actualidad

                  Reportajes

                    Historias visuales

                      Colecciones

                        Podcast

                          Opinión

                          Opinión

                            Editorial

                              Columnistas

                                Caricaturistas

                                  Lectores

                                  Blogs

                                    Suscriptores

                                    Recomendado

                                      Contenido exclusivo

                                        Tus artículos guardados

                                          Somos El Espectador

                                            Estilo de vida

                                            La Red Zoocial

                                            Gastronomía y Recetas

                                              La Huerta

                                                Moda e Industria

                                                  Tarot de Mavé

                                                    Autos

                                                      Juegos

                                                        Pasatiempos

                                                          Horóscopo

                                                            Música

                                                              Turismo

                                                                Marcas EE

                                                                Colombia + 20

                                                                BIBO

                                                                  Responsabilidad Social

                                                                  Justicia Inclusiva

                                                                    Desaparecidos

                                                                      EE Play

                                                                      EE play

                                                                        En Vivo

                                                                          La Pulla

                                                                            Documentales

                                                                              Opinión

                                                                                Las igualadas

                                                                                  Redacción al Desnudo

                                                                                    Colombia +20

                                                                                      Destacados

                                                                                        BIBO

                                                                                          La Red Zoocial

                                                                                            ZonaZ

                                                                                              Centro de Ayuda

                                                                                                Newsletters
                                                                                                Servicios

                                                                                                Servicios

                                                                                                  Empleos

                                                                                                    Descuentos

                                                                                                      Idiomas

                                                                                                      Cursos y programas

                                                                                                        Más

                                                                                                        Cromos

                                                                                                          Vea

                                                                                                            Blogs

                                                                                                              Especiales

                                                                                                                Descarga la App

                                                                                                                  Edición Impresa

                                                                                                                    Suscripción

                                                                                                                      Eventos

                                                                                                                        Pauta con nosotros

                                                                                                                          Avisos judiciales

                                                                                                                            Preguntas Frecuentes

                                                                                                                              Contenido Patrocinado
                                                                                                                              28 de marzo de 2018 - 09:00 p. m.

                                                                                                                              Yukio Mishima: La mirada original

                                                                                                                              Contadores de historias, amantes de lo ambiguo, estudiosos de sí mismos y sus entornos, devoradores de vida y de muerte, los escritores Yukio Mishima, Lu Xun, Kenzaburo Oé y Natsume Suseki son parte de la representación del Lejano Oriente en la literatura universal. Por eso presentamos algunos aspectos de sus vidas y sus obras en este especial. Acá, Yukio Mishima.

                                                                                                                              FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                              Yukio Mishima / Ilustración: María Camila Quiceno

                                                                                                                              Era un niño que hería y se hería, que iba por la vida con la sensación de que podría morir en cualquier momento y por cualquier circunstancia adherida a la piel. Un niño que dudaba, que dudó siempre. Que padecía y vivía entre aquel padecer y unas pocas ilusiones, y que solía extasiarse con el dolor. El dolor de San Sebastián, por ejemplo. El dolor de ver en un libro de pinturas de Guido Reni su retrato y su cuerpo atravesado por decenas de flechas, que eran flechas, y eran salvación a la vez, y eran martirio de un mártir, y eran él, Yukio Mishima. Era un niño que se debía a sí mismo cumplir con la tarea de romper con los estereotipos, y rompiendo, ser consciente de que definitivamente no era un niño como los otros. “Estudié minuciosamente un gran número de novelas –diría muy luego–, con el fin de averiguar cómo veían la vida los chicos de mi edad, y qué era lo que se decían a sí mismos”.

                                                                                                                              Le gustaba la sangre. Le gustaban los músculos. Le gustaban los hombres, el perfil de los hombres, el sudor sagrado de alguno de sus compañeros de escuela, como Omi, a quien nombró, describió y amó en su primera novela, Confesiones de una máscara. Y al mismo tiempo, se obligaba a que le gustaran las mujeres. Quería enamorarse con la razón, ponerse una máscara, sí, una máscara de por vida que le permitiera convivir con la gente, con sus coterráneos, con sus amigos y su familia. Una máscara para ser como ellos, como todos ellos, y no ser visto como el diferente, y más que eso, no sentirse él como el diferente. Enamorarse de Sukono, o de cualquier otra mujer, era la máscara. Ver a los hombres, desearlos como los deseaba, soñar con ellos en sueños eróticos que mezclaba con el dolor de San Sebastián, era su realidad. Mishima lo sabía, aunque jugara a no saberlo. Lo sabía, lo sentía, aunque después se casara y tuviera dos hijos. 

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              (Si le interesa leer más sobre Retratos literarios orientales, ingrese acá: Natsume Suseki: "El minero”, o arrastrar el pasado)

                                                                                                                              Lo supo mientras escribía su primera novela, a los 24 años, y luego, cuando escribió El rumor del oleaje. Lo dijo una y mil veces, muy a pesar de que al decirlo, o al escribirlo, intentara suavizar las cosas. “Cuando un muchacho de catorce o quince años descubre que es más dado a la introspección y a la conciencia de sí mismo que la mayoría de chicos de su misma edad, incurre, fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente cometí ese error. En realidad, aquella tendencia a la introspección se debía, en mi caso, a que yo tenía mayor necesidad que los demás de comprenderme a mí mismo. Ellos podían comportarse de acuerdo con su natural manera de ser, en tanto que yo debía interpretar un papel, lo cual exigía notable comprensión y estudio de mí mismo. En consecuencia, no se debía a madurez, sino a mi sensación de incertidumbre, de incomodidad, que era la que me obligaba a tener pleno conocimiento de mí”. 

                                                                                                                              La conciencia de sí mismo, la constante búsqueda de respuestas, y las respuestas, lo fueron llevando a la aberración, dijo y escribió. Desde la aberración, que fue, que era ante todo imaginada, soñada, ideada, saltó hacia la incertidumbre. Mishima era un niño incierto, y luego fue un adolescente incierto, y más tarde, un hombre incierto. Por eso, en parte, escribió. Escribió para responderse, para hallarse, para dejar de ir con una máscara. Escribió, también, para dejar su testimonio y dejar sentadas sus posiciones para la inmortalidad. Que abogaba por la figura sagrada, divina, de los emperadores, derrumbada y humillada con la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Que había terminado por detestar el romanticismo, de tanto ser romántico tal vez, para afiliarse en las ambiguas premisas del clasicismo. Que se había ahogado en las aguas del idealismo, que había sobrevivido una y tantas veces gracias al erotismo, que como eximio cultor de la cultura oriental, basaba su vida en el amor, que era erotismo y era muerte.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              (Si está interesado en leer algo más sobre este especial, ingrese acá: Kenzaburo Oé: El dolor, esa resignificación de la vida)

                                                                                                                              “Mentiría si dijera que la derrota (de los japoneses en la II Guerra Mundial) no me estremeció –diría poco antes de morir–, o que no recibí la posguerra con un sentimiento de liberación. También yo sentí en determinado momento que estaba totalmente perdido. Llegué a odiar el Romanticismo. Un odio que me acercó al clasicismo. Fue cuando escribí El rumor del oleaje. Sin embargo, por mucho que sufriera, no conseguí negarme completamente a mí mismo. Además, no tenía interés alguno por eso que llaman política. Como estaba ciego a asuntos políticos, no entendía las corrientes políticas de la posguerra. Si me ponía a articular puntos de vista políticos, me hacía tal lío que me daba de verdad vergüenza. Así pues, y a modo de escapatoria, tomé la decisión de encarnar el papel de intérprete de la supremacía del arte”. Fue creador e intérprete. Actor y personaje. Espectador y protagonista. 

                                                                                                                              Vivió su vida como en una novela. Tomó del arte y se mimetizó en él, y desde el arte decidió cambiar su nombre real, Kimitake Hiraoka, por Yukio Mishima, un día que iba pasando en tren por la ciudad de Mishima, en la ladera del monte Fuji. Desde el arte, embriagado por el San Sebastián que lo sedujo en la niñez, decidió ser San Sebastián, y para ello cultivó su cuerpo, practicó las artes marciales y se alimentó con absoluta disciplina. Desde el arte, se libró de ir como soldado al ejército japonés pues se inventó que tenía tuberculosis, una enfermedad de escritores, de artistas, de gente que pensaba y dudaba, como él. Desde el arte, se obsesionó con el suicidio, sobre todo a partir de los años 60, cuando se matriculó en la Sociedad del escudo (Tatenokai), un ejército de milicianos privados que iban más allá de la disciplina y del ejercicio diario y milimétrico, y que el 25 de noviembre del 70 intentó dar un golpe de estado con Mishima a la cabeza para retornar a los tiempos de los emperadores. 

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Si está interesado en leer más de retratos literarios orientales, ingrese acá: Lu Xun: Pensar, escribir, contestar)

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hubo disparos, rehenes. Mishima quedó en la mitad de la nada, vencido. Angustiado, deprimido, más por el honor que podía perder que por la derrota en sí, por el pasado que jamás volvería, decidió retornar a sus viejos e inalterables códigos, el código ético de los samuráis (bushido), y con un cuchillo se abrió el abdomen de izquierda a derecha y le pidió a un compañero que lo decapitara después. Días antes, en una de sus últimas entrevistas, había dicho “Ya verán lo que haré, ya lo verán”. Hasta en su muerte fue fiel a sus principios. Hasta en la muerte, con la muerte, dejó regada su historia de “la mirada original”, como había escrito en su primer libro, que era la primera mirada, la que lo llevó a todos y a cada uno de sus pasos posteriores. Al amor como lo sintió cuando vio el perfil de su amigo Omi, al cuerpo, al suplicio, al martirio, a las letras, al cuadro de San Sebastián, a la nobleza de las cosas perdidas, a escribir para entenderse, y a entenderse para actuar.
                                                                                                                               

                                                                                                                              Yukio Mishima / Ilustración: María Camila Quiceno

                                                                                                                              Era un niño que hería y se hería, que iba por la vida con la sensación de que podría morir en cualquier momento y por cualquier circunstancia adherida a la piel. Un niño que dudaba, que dudó siempre. Que padecía y vivía entre aquel padecer y unas pocas ilusiones, y que solía extasiarse con el dolor. El dolor de San Sebastián, por ejemplo. El dolor de ver en un libro de pinturas de Guido Reni su retrato y su cuerpo atravesado por decenas de flechas, que eran flechas, y eran salvación a la vez, y eran martirio de un mártir, y eran él, Yukio Mishima. Era un niño que se debía a sí mismo cumplir con la tarea de romper con los estereotipos, y rompiendo, ser consciente de que definitivamente no era un niño como los otros. “Estudié minuciosamente un gran número de novelas –diría muy luego–, con el fin de averiguar cómo veían la vida los chicos de mi edad, y qué era lo que se decían a sí mismos”.

                                                                                                                              Le gustaba la sangre. Le gustaban los músculos. Le gustaban los hombres, el perfil de los hombres, el sudor sagrado de alguno de sus compañeros de escuela, como Omi, a quien nombró, describió y amó en su primera novela, Confesiones de una máscara. Y al mismo tiempo, se obligaba a que le gustaran las mujeres. Quería enamorarse con la razón, ponerse una máscara, sí, una máscara de por vida que le permitiera convivir con la gente, con sus coterráneos, con sus amigos y su familia. Una máscara para ser como ellos, como todos ellos, y no ser visto como el diferente, y más que eso, no sentirse él como el diferente. Enamorarse de Sukono, o de cualquier otra mujer, era la máscara. Ver a los hombres, desearlos como los deseaba, soñar con ellos en sueños eróticos que mezclaba con el dolor de San Sebastián, era su realidad. Mishima lo sabía, aunque jugara a no saberlo. Lo sabía, lo sentía, aunque después se casara y tuviera dos hijos. 

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              (Si le interesa leer más sobre Retratos literarios orientales, ingrese acá: Natsume Suseki: "El minero”, o arrastrar el pasado)

                                                                                                                              Lo supo mientras escribía su primera novela, a los 24 años, y luego, cuando escribió El rumor del oleaje. Lo dijo una y mil veces, muy a pesar de que al decirlo, o al escribirlo, intentara suavizar las cosas. “Cuando un muchacho de catorce o quince años descubre que es más dado a la introspección y a la conciencia de sí mismo que la mayoría de chicos de su misma edad, incurre, fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente cometí ese error. En realidad, aquella tendencia a la introspección se debía, en mi caso, a que yo tenía mayor necesidad que los demás de comprenderme a mí mismo. Ellos podían comportarse de acuerdo con su natural manera de ser, en tanto que yo debía interpretar un papel, lo cual exigía notable comprensión y estudio de mí mismo. En consecuencia, no se debía a madurez, sino a mi sensación de incertidumbre, de incomodidad, que era la que me obligaba a tener pleno conocimiento de mí”. 

                                                                                                                              La conciencia de sí mismo, la constante búsqueda de respuestas, y las respuestas, lo fueron llevando a la aberración, dijo y escribió. Desde la aberración, que fue, que era ante todo imaginada, soñada, ideada, saltó hacia la incertidumbre. Mishima era un niño incierto, y luego fue un adolescente incierto, y más tarde, un hombre incierto. Por eso, en parte, escribió. Escribió para responderse, para hallarse, para dejar de ir con una máscara. Escribió, también, para dejar su testimonio y dejar sentadas sus posiciones para la inmortalidad. Que abogaba por la figura sagrada, divina, de los emperadores, derrumbada y humillada con la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Que había terminado por detestar el romanticismo, de tanto ser romántico tal vez, para afiliarse en las ambiguas premisas del clasicismo. Que se había ahogado en las aguas del idealismo, que había sobrevivido una y tantas veces gracias al erotismo, que como eximio cultor de la cultura oriental, basaba su vida en el amor, que era erotismo y era muerte.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              (Si está interesado en leer algo más sobre este especial, ingrese acá: Kenzaburo Oé: El dolor, esa resignificación de la vida)

                                                                                                                              “Mentiría si dijera que la derrota (de los japoneses en la II Guerra Mundial) no me estremeció –diría poco antes de morir–, o que no recibí la posguerra con un sentimiento de liberación. También yo sentí en determinado momento que estaba totalmente perdido. Llegué a odiar el Romanticismo. Un odio que me acercó al clasicismo. Fue cuando escribí El rumor del oleaje. Sin embargo, por mucho que sufriera, no conseguí negarme completamente a mí mismo. Además, no tenía interés alguno por eso que llaman política. Como estaba ciego a asuntos políticos, no entendía las corrientes políticas de la posguerra. Si me ponía a articular puntos de vista políticos, me hacía tal lío que me daba de verdad vergüenza. Así pues, y a modo de escapatoria, tomé la decisión de encarnar el papel de intérprete de la supremacía del arte”. Fue creador e intérprete. Actor y personaje. Espectador y protagonista. 

                                                                                                                              Vivió su vida como en una novela. Tomó del arte y se mimetizó en él, y desde el arte decidió cambiar su nombre real, Kimitake Hiraoka, por Yukio Mishima, un día que iba pasando en tren por la ciudad de Mishima, en la ladera del monte Fuji. Desde el arte, embriagado por el San Sebastián que lo sedujo en la niñez, decidió ser San Sebastián, y para ello cultivó su cuerpo, practicó las artes marciales y se alimentó con absoluta disciplina. Desde el arte, se libró de ir como soldado al ejército japonés pues se inventó que tenía tuberculosis, una enfermedad de escritores, de artistas, de gente que pensaba y dudaba, como él. Desde el arte, se obsesionó con el suicidio, sobre todo a partir de los años 60, cuando se matriculó en la Sociedad del escudo (Tatenokai), un ejército de milicianos privados que iban más allá de la disciplina y del ejercicio diario y milimétrico, y que el 25 de noviembre del 70 intentó dar un golpe de estado con Mishima a la cabeza para retornar a los tiempos de los emperadores. 

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Si está interesado en leer más de retratos literarios orientales, ingrese acá: Lu Xun: Pensar, escribir, contestar)

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hubo disparos, rehenes. Mishima quedó en la mitad de la nada, vencido. Angustiado, deprimido, más por el honor que podía perder que por la derrota en sí, por el pasado que jamás volvería, decidió retornar a sus viejos e inalterables códigos, el código ético de los samuráis (bushido), y con un cuchillo se abrió el abdomen de izquierda a derecha y le pidió a un compañero que lo decapitara después. Días antes, en una de sus últimas entrevistas, había dicho “Ya verán lo que haré, ya lo verán”. Hasta en su muerte fue fiel a sus principios. Hasta en la muerte, con la muerte, dejó regada su historia de “la mirada original”, como había escrito en su primer libro, que era la primera mirada, la que lo llevó a todos y a cada uno de sus pasos posteriores. Al amor como lo sintió cuando vio el perfil de su amigo Omi, al cuerpo, al suplicio, al martirio, a las letras, al cuadro de San Sebastián, a la nobleza de las cosas perdidas, a escribir para entenderse, y a entenderse para actuar.
                                                                                                                               

                                                                                                                              Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                              Ver todas las noticias
                                                                                                                              Read more!
                                                                                                                              Read more!
                                                                                                                              Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
                                                                                                                              Aceptar