La U: crónica de una muerte anunciada

Ganadora en las últimas tres elecciones presidenciales (la reelección de Uribe y las dos de Santos), hoy su futuro es incierto: no tiene candidato propio a la jefatura del Estado, ha perdido espacios de poder y sus mayores electores en 2014 están presos.

Juan Pablo Milanese*
30 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
El 11 de diciembre, la U inscribió sus listas al Congreso, que lidera en el Senado Roy Barreras.  / Cristian Garavito - El Espectador
El 11 de diciembre, la U inscribió sus listas al Congreso, que lidera en el Senado Roy Barreras. / Cristian Garavito - El Espectador

El partido cartel

En 1995, Richard Katz y Peter Mair inauguraron la revista Party Politics con un trabajo cuya idea central los convirtió en dos de los autores más influyentes en el estudio de los partidos políticos.

Esa idea vino a contradecir la opinión de muchos académicos y de la gente del común, según la cual, los partidos son sobre todo intermediarios entre el Estado y la ciudadanía, es decir, organizaciones que representan grupos o intereses sociales opuestos y que pretenden llegar al poder para llevar a cabo un determinado “proyecto de país”.

Según Katz y Mair, sin embargo, los partidos reales no cumplen esa intermediación, sino que se dedican a asegurar su propia supervivencia mediante el acceso a los dineros públicos y a la burocracia estatal. Fue así como nació el concepto de “partido cartel”.

Lejos de la versión idealizada del “partido de masas” (que representa a un sector social bien definido y tiene un alto contenido ideológico), este otro tipo de partido concentra sus energías en la captura del aparato estatal y la captación de fondos públicos (idealmente de forma legal). Esto hace que los límites entre el partido y el Estado se vuelvan difusos y que tiendan a desaparecer.

Katz y Mair señalaron también que los “partidos cartel” operan con mayor facilidad en el contexto de “pactos” de convivencia interpartidaria. Más allá de los naturales conflictos existentes en cualquier sistema político, dichos “pactos” pretenden garantizar la cooperación y, en consecuencia, la subsistencia de la mayoría de los actores políticos relevantes.

Cualquier similitud con la realidad colombiana no es pura coincidencia.

Etiqueta exitosa

El Partido Social de Unidad Nacional o Partido de la U, fue una de las nuevas y más exitosas etiquetas que surgieron tras el retroceso de los dos partidos tradicionales en las elecciones de 2002 (que ya había comenzado a observarse en los comicios regionales de 2000).

Desde el punto de vista electoral, el Partido de la U funcionó durante una década como una muy eficaz confederación de dirigentes regionales que garantizó un acceso extraordinario a los recursos del Estado. Así, pudo vanagloriarse de haber ganado tres elecciones presidenciales sucesivas (la segunda de Uribe en 2006 y las dos de Santos), además de ser el que tiene un mayor número de congresistas en Colombia.

Partido en apuros

Entonces, ¿por qué llegó a decaer tan estrepitosamente? Justamente porque la U puede considerarse como un arquetipo de “partido cartel”: una fuerza construida desde y para el Gobierno: “desde”, porque a nadie se le escapa su origen, directamente asociado con la figura de Álvaro Uribe y su reelección, y “para”, por la continuación de su presencia burocrática y su acceso a los dineros públicos bajo los dos gobiernos de Santos.

¿Cómo sobrevive un partido con estas características en una coyuntura como la actual? Es muy difícil. La ausencia de un candidato presidencial propio, más la jefatura de un presidente impopular y ya próximo a perder su poder, convierten a la U en una colectividad huérfana, en un actor de reparto que se aleja de su hábitat natural, esto es, de los espacios donde tuvo sus reales recursos de poder.

Esa pérdida de acceso al fisco y a la burocracia también lo distancia de los intermediarios capaces de gestionar los votos. Y a todo esto se suman los enredos judiciales que amenazan a algunos de sus dirigentes —incluyendo a los dos principales electores de Santos en 2014: los senadores Ñoño Elías y Musa Besaile—, en relación con el caso Odebrecht y el escándalo de la justicia.

En estas circunstancias, el Partido de la U parece estar herido de muerte para las próximas elecciones, especialmente si en los próximos meses llega a producirse un cambio sensible en el peso de los distintos partidos dentro del sistema.

Sálvese quien pueda

Los resultados de dichos comicios serán determinantes. En lo que sigue, es probable que muchos se retiren de un partido perdedor como la U y se inscriban o regresen, por ejemplo, al Liberal. Carlos Correa, uno de los representantes con más votos en Bogotá, ya anunció que no aspirará a la reelección. Lo cierto es que habrá un reacomodamiento de las fuerzas políticas, dentro y fuera del Congreso.

Este es un escenario muy riesgoso para muchos políticos de la U, especialmente para los candidatos “medianos” al Senado (es decir, los que no tienen un caudal electoral muy grande) y para muchos que aspiran a la Cámara de Representantes, que son los más vulnerables a la disminución de los votos del partido.

Por ahora, la U se aferra a lo que le queda de su antigua “gloria”: figuras tradicionales como Roy Barreras y Armando Benedetti vuelven a estar presentes en las listas al Congreso. Los hermanos del Ñoño Elías y de Musa Besaile, Julio Elías y Jhon Besaile, tratarán de revivir los éxitos electorales de los hoy detenidos congresistas, desde la Cámara y el Senado, respectivamente.

Este tipo de estrategias electorales y las alianzas para la contienda presidencial permitirían ocultar la debilidad del partido, al menos por un tiempo. Sin embargo, esta opción no resuelve el problema de aquellos dirigentes “medianos”, que sufrirán las peores consecuencias del declive. De modo pues que el Partido de la U va camino de desaparecer y los salvavidas que hasta ahora se proponen no alcanzarán para salvarlo.

*Profesor de la Universidad Icesi de Cali y analista de Razón Pública.

Este texto es publicado gracias a una alianza entre El Espectador y el portal Razón Pública. Lea el artículo original de Razón Pública aquí.

 

Por Juan Pablo Milanese*

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