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En el nombre de Su Majestad

El espía es una de las franquicias del entretenimiento más rentables y exitosas de la historia, así como un símbolo de poder de Inglaterra.

Santiago La Rotta
05 de octubre de 2012 - 08:58 p. m.
Sean Connery, el primer James Bond con ‘Doctor No’.  / Ilustración: Heidy Amaya
Sean Connery, el primer James Bond con ‘Doctor No’. / Ilustración: Heidy Amaya

La vida Bond, en palabras de Daniel Craig: “Violencia, riesgo de morir, sexo con cuasi extrañas en hoteles suntuosos y muchos viajes a lugares exóticos que resultan más emocionantes que el lluvioso Reino Unido”.

Eso pasa cuando se sobrevive a 50 años de intentos de asesinato y catástrofes mundiales: el personaje se convierte en una especie de mito. Arquetipo, de pronto, pero ¿de qué? Ciertamente no de la vida británica, en la que conviven bodas de la realeza con más de dos millones y medio de ciudadanos desempleados, sin licencia para matar pero de pronto sí para morirse de hambre. Entonces, sería un arquetipo de sí mismo, si acaso es posible el concepto.

“La vida según James Bond” sería el título de una de las más de 20 películas que muestran al elegante caballero del Imperio británico pateando traseros para salvar el orden mundial, una noción convenientemente alineada con los intereses de Su Majestad.

El carismático espía (incluso encantador en algunos de sus mejores momentos) resiste, más allá de la glorificación de un estilo de vida enmarcado en el lujo, un análisis ligeramente diferente. “La mayoría de los países lo saben bien: para posicionarse en el escenario geopolítico necesitan inventar nuevas armas. El uso de la fuerza militar y financiera es desplazado cada vez más por el poder que tiene la cultura para calar en el corazón de todo el globo”.

En estos términos se refiere José Antonio López (en una nota publicada por este diario) a un término acuñado por Frédéric Martel, quien analiza la influencia cultural como un método de dominación política global. El concepto es soft power y el mismo Martel lo explica así: “Es la influencia a través de los valores, la cultura, la internet, las películas, la música... Para sobrevivir en un mundo globalizado y digital, necesitas echar mano de tu cultura para influenciar a los demás países”.

Más que literatura, mucho más que entretenimiento con acento británico, el espía puede ser una de las cargas de profundidad de una isla que llegó a dominar la mitad del mundo a punta de cañonazos, tanto musicales, como llenos de pólvora.

Sin la ayuda de tecnología fantástica ni autos de lujo para escapar en el último minuto, Alexander V. Litvinenko (un exagente de inteligencia ruso) murió envenenado por un raro isótopo radioactivo en un hospital de Londres. La sustancia la habría ingerido en una taza de té en un hotel de la capital británica. Los sospechosos: agentes de la KGB. Los motivos: supuestos contactos entre Litvinenko y el servicio de inteligencia inglés, el MI6.

No es un guión de cine. Es la vida real. La historia (como sacada de una película, sí) habla de lo tangible que puede ser el mundillo de la inteligencia que, sin tanto glamour, termina encerrando gente en Guantánamo, interceptando teléfonos en Colombia o extrayendo los secretos de países como Rusia, si hemos de creer los rumores. El mito del señor Bond en parte funciona como una gran valla de publicidad para el país que lo ha hospedado siempre: “Cuidado, aquí somos buenos en lo que hacemos, además de discretos”.

Política a un lado, James Bond es un sinónimo de estilo, un burgués con buenos diálogos, como lo definió un usuario de Twitter.

Lo del estilo es un asunto cambiante, por supuesto, y los guionistas del espía han sabido interpretar el pulso del tiempo, así como el de cada actor. Sean Connery conversaba acerca de la temperatura correcta en la que se bebía la champaña, mientras que Daniel Craig responde con cierto fastidio a la pregunta esencial sobre el Martini: ¿agitado o revuelto?

En algunas cintas, Bond hace gala de sarcasmo y altura en su discurso para llegar al fondo de la cuestión. Los enfrentamientos contra el mal, encarnado usualmente por algún villano con un amor por la periferia (guaridas en sitios tropicales, congelados, subterráneos, en medio de un desierto), eran batallas de ingenio, casi que una pelea por el honor. Son películas de otro tiempo, uno que tal vez llegó hasta Pierce Brosnan.

La propuesta del espía bajo la piel de Daniel Craig es algo diferente. Películas con una carga más pesada de sufrimiento, dolor y sangre. Un Bond que no se presenta tan carismático y afable: un poco menos el lord británico y más el asesino entrenado.

El mundo cambió y las amenazas actuales ya no son derivaciones extrañas y algo rebuscadas de la Guerra Fría, sino una pelea de un ciudadano en algún lugar remoto contra los poderes globales. Todos contra todos. En esa línea, Bond ya no puede responder con ingenio y encanto, o al menos no sólo con eso, sino con dos tiros en la cabeza y uno en el pecho.

En 50 años de películas, el universo del espía ha inmortalizado a algunos actores mediante el bautizo de ser un hombre Bond: Sir Roger Moore, George Lazenby (el actor más efímero de la saga), Timothy Dalton y los ya mencionados Connery, Brosnan y Craig.

Con todo, James Bond es una de las franquicias del entretenimiento más rentables y exitosas de todos los tiempos. Un ícono lleno de glamour y notables habilidades para desarmar a un hombre con un par de golpes, todo sin derramar el Martini. Tan útil para la Gran Bretaña como la Armada Invencible o la bandera con la cruz de San Jorge. Una figura para seducir y dominar.

Por Santiago La Rotta

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