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"¡Ya los extrañábamos mucho, Colombia!"

Un muro altísimo, con alambre de púas en su parte superior para evitar el paso de intrusos; aguerridos personajes vestidos de negro se saltan de un lado a otro con algo de dificultad y desafiando, además de la altura, el ojo vigilante de un helicóptero. Cuando el último sujeto pasa y de forma inesperada ¡bam!: Una explosión acaba con la pared y sólo queda un blanco insípido, que de alguna manera llama a la espera.

Katherine Loaiza / Elespectador.com
13 de abril de 2008 - 09:01 a. m.

Los pacientes tienen su recompensa: cada una de las figuras que componen a Maná empezaron a aparecer como siluetas, cada una con su instrumento, con su movimiento. El público grita un infinito ahh y Fer, vocalista del grupo, acaba con el velo blanco del tamaño del escenario de un tirón y empieza, mientras los espectadores sienten cierto alivio, el mejor concierto del año, con un premio Billboard al hombro. “Déjame entrar” es el tema que tiene el honor.


El escenario cambiaba de forma significativa en cada canción, y así mismo el público también vivía los momentos: primero todos fueron adolescentes en el colegio, llenos de ideales, de sentimientos y de ríos hormonales; saltaban con entusiasmo y cantaban a pesar de sus desafinadas voces “oye mi amor”. Primeros amores fueron recordados, se podía oler un ambiente como de querer pareja.


Después de dos canciones, el grupo recuerda sus modales y dan un efusivo saludo a la ciudad “ya los extrañábamos muchísimo”, y sin dar tiempo de asimilar la alegría, deja sin respiración a los ya enamorados asistentes con “vivir sin aire”: ahora las voces cantan con vehemencia, dejando salir el dolor de despechos pasados. Despecho que volvió después de unos temas como “El Rey” versión ranchera, en donde Sergio tuvo tiempo de ser protagonista con un solo, quedando en completa soledad en el escenario, con cada uno de sus tambores. La sonrisa siempre en el rostro, baila, sube, baja, gira en su pequeña torta-escenario, cambia de colores y quienes lo miran sólo pueden seguirse asombrando por sus capacidades infinitas; su espinaca son los gritos de euforia de las chicas y los brincos repetidos de los chicos. El gran final es un beso a una de sus vaquetas, premio para el lado derecho de los espectadores; la otra la intercambia en el lado izquierdo por una bandera de Colombia, a la que besa y devuelve a su dueño.


Una vez más se vivió el dolor de un amor perdido con “Mariposa traicionera”. La segunda guitarra, otro Fer, hace un mexicanísimo grito, como cantando un gol, para luego derretirlas a ellas con “es que todas son iguales, menos las colombianas”.


Con un“para toda esa gente que tiene luz en la mirada”, Fer pidió una lucesita, como para copiarle las estrellas al cielo. Hace dos décadas, las personas habrían prendido encendedores, pero esta vez cada uno desbloqueó su celular y dejo en evidencia la luz blancuzca que produce. La emotividad que produjo ese cielo en la tierra se empató con una dedicación a Chico Méndez, un brasileño que se atrevió a defender el amazonas y que murió por su causa. El escenario se llena de flores, árboles y cielos claros hechos todos con luz, una hoja muere a poquitos con una gota de sangre y todos comprenden que la naturaleza se desaparece ante sus ojos. Evidentemente el amor por la naturaleza de los fundadores de “Selva Negra” se hizo evidente en esta canción particularmente, “cuando los ángeles lloran”.


Despertar sentimientos de solidaridad es lo que caracteriza esta parte del concierto: por la naturaleza, por los niños que no tendrán donde crecer y por las personas que acaban con sus vidas por que la perspectiva se esfuma. Para esta última canción, el micrófono es cedido a Alex Gonzales, baterista de energía inacabable. Una segunda vez, minutos después, toma el micrófono el mismo personaje, esta vez con el clásico “me vale”, y aparece en escena un elemento más: lenguas de fuego, del tamaño de un adulto normal, en lo más alto del escenario. Cada persona presente, sin importar la lejanía de su puesto, sintió el calor en la cara. Alex pidió al público que cantaran tan fuerte como para ser escuchados en Guadalajara, y después de histéricas tonadas, las nubes abren paso y dejan entrever una luna creciente.


En contraste con el fuego, a escena llega la lluvia con “no ha parado de llover”. Una estremecedora aparición de Fer, cantando con una sola luz sobre él y lluvia que no paraba, parecía sumido en el más doloroso rompimiento, se respiraba dolor, olvido.


Para terminar el concierto, el vocalista empacó a cada uno de los integrantes en una maleta, incluido el mismo: la maleta decía gracias, y al pararse sobre ella, iban bajando, con un sistema similar a de los sombreros de los magos. Cuando el último Maná se hubo guardado, dos sujetos vestidos de negro se llevaron la maleta y la sacaron de la tarima. El público como que no la creía, nadie parecía moverse de su lugar, unos pedían más canciones, otros tímidamente esperaban un final.
Una segunda bienvenida, esta vez para despedirse. En medio de un par de canciones la banda hizo un llamado a acabar con la violencia, con el terrorismo, dejó ver una bandera de México unida a la de Colombia y decenas de papeles de colores salieron volando del asta.

Por Katherine Loaiza / Elespectador.com

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