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'Mis zapatos tienen personalidad, no disfrazan'

Entre la prolífica oferta que presenta la industria del cuero, zapatos y marroquinería esta semana en Bogotá, se destaca el oficio de la consagrada Patricia Mejía.

Rocío Arias Hofman*
08 de febrero de 2014 - 03:32 a. m.
'Mis zapatos tienen personalidad, no disfrazan'

Ha perdido la cuenta de las veces que ha visto esa escena de El gran Gatsby dirigida por Baz Luhrmann en la que Nick Carraway (Tobey Maguire) se afana por situar una pequeña alfombra sobre el pavimento, bajo la lluvia, para evitar que al salir del carro Daisy (Carey Mulligan) moje sus preciosísimos zapatos dorados de puntera lila. Mientras tanto, Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio) la está esperando en el interior de la casa vestido de blanco, camisa azul y corbata amarilla tostada. Sus zapatos son de horma Oxford combinados en blanco y marrón avellana. Patricia Mejía retrocede una y otra vez la película que relata fielmente la novela homónima escrita por Francis Scott Fitzgerald en 1925. Hasta que logra detenerla en ese preciso segundo en el que el pie de Daisy asoma por la puerta del vehículo. La zapatera paisa quiere mostrar exactamente dónde comenzó la colección de piezas que ahora exhibe pletórica en el pequeño salón de un hotel al norte de Bogotá. Sus clientes, venidos de distintas ciudades de Colombia, la escuchan con fervor inocultable mientras miran la proyección que Patricia Mejía les ofrece en una pantalla amplia.

“Es tan extraño lo que sucede con Patricia Mejía. Acaba de sacar también una línea deportiva de tenis y han gustado mucho en Pereira porque nuestras clientas aprecian la personalidad arrolladora de cada par. Ellas saben que nadie más los tiene, aunque prefieran casi siempre el tacón alto. Los zapatos de Mejía son protagonistas, se roban toda la atención. La ropa queda en un segundo plano”, resalta Diego Mauricio Sánchez, dueño con su esposa de la boutique Buona Vita en Pereira, mientras seleccionan piezas elaboradas en terciopelo azul, en piel lila y gris, en pelo verde teñido con negro. Zapatos salidos de esa fiesta interminable que es El gran Gatsby.

Las dos décadas que esta empresaria paisa lleva concibiendo zapatos todavía no han logrado satisfacer sus metas creativas. Ávidamente quiere más y más en diseño, en pieles, en acabados, en forros, en suelas y en motivos estéticos que logren trazar la ruta que su mente va a seguir mientras produce sus anhelados cincuenta pares de zapatos diarios. “Casi ningún zapatero se gasta la plata en montar suelas en croupon —a las que luego les sumo una suela más escueta antideslizante—. Yo lo hago porque me fascina hacer cada pieza a mano —¡sin máquinas: ni siquiera tengo corte con láser!—. Quiero dedicarle a cada zapato los mejores materiales y la pericia del artesano” dice con voz grave, de marcada cadencia antioqueña, la mujer que utiliza una paleta indescriptible de colores para darles personalidad a sus piezas. Ninguna tonalidad parece resistirse a su exigente manufactura. Ni siquiera las más tradicionales, como negro, marrón y gris, que reserva para botas y botines de la línea Urbano.

Iniciada en el mundo de la zapatería por un experto veterano, el español Francisco Paco Aguado, Patricia Mejía ha recorrido buena parte del mundo de feria en feria, de fábrica en fábrica. Su retorno, sin embargo, tiene siempre como destino Medellín, donde se encuentra su showroom permanente y donde trabaja con tres plantas de artesanos y técnicos que logran para ella desde tacones troquelados sobre su madera favorita, el roble, hasta cordones fantasiosos recuperados del fique, la lycra, el algodón o el raso (que siempre ata con dos nudos apretados). Su recorrido abarca ya tres compañías: Cervato, Binario y Todo Un Cuento, clausuradas a medida que se cumplían los ciclos empresariales con socias ocasionales. La de ahora se llama simplemente Patricia Mejía, porque se trata de una cuarta aventura (las anteriores le costaron salud y mucho dinero) en la que están ella y su esposo, Jaime Arango, un oftalmólogo al que logra contagiar su disfrute por la moda con pantalones estrechos y zapatos puntudos.

“Al mercado colombiano le falta sofisticación, que el público entienda el cambio de propuestas por temporadas. Además creemos que como en Bogotá hace frío y en Cali, calor, las botas están proscritas en el clima cálido y que las sandalias no pueden utilizarse en la capital de Colombia. Este país es muy regional y eso incide fuertemente en el consumo de moda”, resalta Claudia Marcela Sanz, docente de la carrera de Diseño de Vestuario en la Universidad San Buenaventura de Cali, presente como consultora en el IFLS (International Leather Fashion Show), feria organizada anualmente por el gremio Acicam.

Patricia Mejía refleja bien el significado de esta afirmación porque su oficio la ha llevado precisamente a destacarse por su apuesta sofisticada, depurada, artesanal y también excéntrica en un país que ofrece, sobre todo, calzado exento de riesgo estético y de producción industrial. Aunque durante seis años participó con un stand en el recinto de Corferias que ocupa la IFLS, Patricia Mejía prefiere otro formato para hacer su operación comercial: “Alquilo un espacio en un hotel y durante dos días atiendo con tranquilidad a mis clientes; el tercer día visito la feria”. Con la queridura propia de los de su tierra, la zapatera toma personalmente el pedido mientras sugiere combinaciones posibles para una de las hormas que más han marcado su carrera, la inglesa Oxford, que ella se atrevió a proponer a las mujeres hace más de una década. Resulta un zapato fucsia con amarillo y plata llamado “Tom” (otro guiño a El gran Gatsby). Se amontonan sobre el piso pares y más pares, a medida que ella (talla 37 y modelo oficial de la marca en estos encuentros) se prueba uno y otro zapato: “Ritmo de ciudad”, “Edificio”, “Volver”, “Todos ganan”, “Verano del amor”.

El próximo mes de marzo Patricia Mejía presentará seguramente su más reciente colección en Plataforma K en Barranquilla. Y durante todo el año estará concentrada en crear la línea de sandalias que requiere la diseñadora Silvia Tcherassi para todos sus puntos de venta y presentaciones en pasarela. Un trabajo creativo entre dos mujeres que confían en sus oficios desde hace tiempo. Una relación parecida a la que tiene también con la diseñadora Olga Piedrahíta, con quien comparte además el capricho de nunca adornar con lazos sus piezas.

La noche tomó ventaja en el parque frente al hotel donde se encuentra Patricia Mejía. En el interior nadie parece darse cuenta, encandilados como están con el ademán de maga que utiliza la zapatera para exhibir una de sus piezas favoritas: un botín stiletto, sin vira (borde exterior), con puntera y talón azul, centro de capellada en beige, que no tiene lengüeta y muestra orgulloso un tacón dorado de ocho centímetros y medio. Lo llama “Clásico Anhelos” y el zapato luce retro y femenino, magnífico y cinéfilo, listo para ser calzado por una Daisy de la vida real.

 

@sillaverde

¿Dónde? Showroom en Medellín: cra. 34 Nº 7-67. Barrio Provenza, en el sector de El Poblado. Tercer piso.www.patriciamejia.com.

Por Rocío Arias Hofman*

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