Jorge Oñate, el cantante eterno del vallenato

La historia del músico comenzó desde muy temprana edad en medio de las parrandas vallenatas en Valledupar. Hoy es uno de los artistas más prolíficos y vigentes dentro del genero.

Félix Carrillo Hinojosa*
30 de diciembre de 2016 - 09:50 p. m.
Jorge Oñate, el cantante eterno del vallenato

La búsqueda musical de Jorge Oñate comenzó a temprana edad, sin saber que mucho antes ella lo había seleccionado para que llevar la bandera de juglar de la música vallenata. Nació en Villa de la paz, antiguo Robles y hoy Cesar, del viente de Delfina Oñate, el 31 de marzo de 1949.

Ese espíritu soñador, que aún conserva, lo despertó el canto y el sonido de un acordeón, que su abuelo Juan Oñate no dejaba de visibilizar en su tierra natal. Esas narraciones empezaron a avivar y fortalecer, lo que el niño de doce años atesoró, sin que nadie se lo impusiera como tarea. Cada vez que escuchaba el sonido de un vallenato, se escaba para asistir a la parranda, para escuchar el relato de los mayores, que voz en cuello y con acordeón en pecho, narraban como lo hizo su abuelo, todo lo que vivió esa generación.

Cada llegada tarde a su casa, implicaba un regaño seguro por parte de sus hermanos mayores, pero no importaba mucho, pues contaba con la complicidad de Julia Martínez, una especie de segunda mamá, quien desde el comienzo se atrevió a comprender y saber de memoria las rutas que el inquieto muchacho hacía de manera repetida. Para ella, no era extraño llevárselo, a la escuela donde dictaba clases, en el anca de un burro. El muchacho travieso, solo callaba cuando ella, abría sus ojos y le hacía una miraba que en un segundo lo ponía en su puesto. Las serenatas, que empezó a dar con su naciente voz, en compañía de Elberto López, llegaban a oídos de Julia y ella, comprensiva, le comentaba a la madre de Jorge Oñate, lo que había pasado: “Ve Delfina, sabes quien puso serenata anoche a la hija de…”, ella sin saber, de qué le estaban hablando, levantaba los hombros y dejaba que su hermana le contara la historia que constantemente se repetía: “como te decía Delfina, si han hablao bonito, de lo que cantó Jorge anoche en esa serenata. Ese muchacho nació para cantar”, puntualizaba Julia, quien no dejaba que Delfina respondiera y sentenciaba: “ahora si va a ver una voz que nos represente de verdad. Ese canta así, es por Juan Oñate”.

El muchacho estuvo en varios internados, una táctica que utilizaron para controlar su forma de ser. Pero a donde fuera que llegara, se destacaba por su forma de cantar y lo convertía en un arma que usaba para sobresalir, en especial en actos culturales.

De adolescente su madre lo llevó a Bogotá. Allí estudió en el colegio de la Universidad Libre, donde cursó hasta la mitad de décimo, porque el llamado del acordeón fue más poderoso, que las ganas que tenía Delfina y sus hermanos, de verlo convertido en todo un profesional.

Todas esas aventuras, trasnochos y luchas que le tocó vivir en la fría capital, se vieron compensadas, cuando su pariente Alonso Fernández Oñate lo buscó, para que le cantara ocho de los doce temas propios, con el acordeón de Emilio Oviedo. Los Guatapurí fue la primera banda con la que grabó (sello Vergara), cuyo sonido incipiente, propio de la época y sin dirección artística, no fue obstáculo para que el mundo vallenato supiera de que Jorge Oñate cantaba. Con el paseo Campesina Vallenata logró reconocimiento y se empezó a hablar de que “nacía una voz con mucho sabor vallenato, pero que era distinta a las anteriores, en su forma de cantar”.

Ese producto musical, apareció en 1968, al mismo tiempo que se preparaba el primer Festival de la Leyenda vallenata. Un año más tarde, cuando Oñate cumplió 19 años hizo de nuevo su aparición junto a los Hermanos López y su voz se escuchó mucho más madura en Lo último en vallenato. El camino sembrado por el grupo posibilitó la construcción de una nueva identidad musical. Con el paseo de Carlos Huertas Gómez, No vuelvo a Patillal, tanto el cantante como el acordeonero, se graduaron y adquirieron su cédula cultural, la cual les permitió ganar por primera vez de un disco de oro” por las ventas de su LP, “un Congo de oro”, en los carnavales de Barranquilla y ser los Reyes del Festival vallenato. Todo esto entre 1972 y 1973.

Antes de todo eso, Jorge Oñate grabó junto a la orquesta de Nélson Díaz, bajo la producción de Miguel López y para el sello Epic, una producción donde decidió mostrar otra faceta, con géneros distintos al paseo, merengue, puya y son.

De muchos es sabido, el agua que corrió debajo de ese puente musical, labrado por ellos, lo cual es historia patria y que llegó a su final en 1975.

Siete años después de esa aventura, el hijo de Delfina Oñate comenzó la poderosa dupla junto a Emiliano Zuleta Díaz, un acuerdo que se había fraguado muchos años atrás, antes que los dos grabaran y que al final, no fue más que un paso fugaz, en la vida musical de los dos. El punto final de esa historia fue para Oñate el desprendimiento de un peso que podría frenar su carrera, de la que muchos periodistas vaticinaban que “solo con Miguel López podía imponer éxitos”.

Mujer Conforme un paseo de Máximo Movíl Mendoza, consolida esa nueva propuesta del joven cantante, cuya modernidad lo llevó a ubicarse, entre las voces que se destacaban por interpretar con propiedad las obras de generaciones anteriores.

Ese segundo logro discográfico lo ayudó a abrirse espacios a nivel nacional y lo unió a Nicolás Mendoza, todo un gran ejecutante del acordeón. Estos dos artistas lograron una simbiosis, que les permitió lograr mayor reconocimiento, al combinar el son provinciano que los caracterizaba con la obra musical del momento. Cantante y acordeonero, no se detuvieron en la creación de nuevas obras, en una escena vallenata que ya tenía un gran nicho.

De ese momento especial, que construyen Oñate y Mendoza, surge Igual que aquella noche del creador Emiro Zuleta Calderón como una gran obra para mostrar. Sin mediar razón Jorge Oñate dio por terminada esa unión, en la que puso en bandeja de oro, todo el talante artístico que encerraba el arte de “Colacho”, para que Diomedes Díaz, una nueva figura que se abría paso y que solo necesitó de la bendición de la nota musical que el cantante dejó tirada, para su total consagración.

Luego de eso hizo un dúo artístico con Raúl Martínez Paredes, una joven promesa del acordeón, quien junto a él, construyó un Nido de amor como base romántica, que consolidó al vallenato en todo el país.

La carrera del cantante no se detuvo, siguió en ascenso y para que eso fuera una realidad, la musicalidad de un joven acordeonero Guajiro conocido como Juancho Roís, les permitió crecer musicalmente a los dos. Mujer marchita, un canto social de Daniel Celedón Orsini, es base fundamental, para que esa unión fuera tan reconocida en todos los sectores sociales en donde llegaba el vallenato.

En ese recorrido musical, aparece Álvaro López, con quien Jorge Oñate reafirma su consagrado olfato en beneficio del Vallenato. No comprendí tu amor, un lastimero canto de José Alfonso Maestre Molina, le pone sello a esa unión, que prosiguió a una larga ausencia de creación musical, que le costó a Oñate parte del reconocimiento que había construido durante los últimos años.

El regreso, si bien es cierto, contó con todas las expectativas generadas por sus seguidores y la compañía discográfica, fue el principio del fin, al lado de la compañía discográfica Sony Music antigua CBS, que se reafirma con su separación de López Carrillo. Luego se dio la unión Gonzalo Molina Mejía, con quien inició un periplo, no tan afortunado en Universal Music.

Los amaneceres del Valle un paseo de Romualdo Brito, es lo más rescatable, en ese proceso musical, que nunca generó los éxitos que todos esperaban. El invencible una obra compuesta por Omar Geles, le da la bienvenida al rey Julián Rojas, quien ahora acompaña a Oñate en el acordeón. Los problemas del músico llevaron al traste, lo que pudo ser una unión consolidada, para bien de la música vallenata.

Todo esto se dio en medio de una inestabilidad artística en la vida de Jorge Oñate, en la que los dos acordeoneros siguientes, Oscar Bonilla y Fernando Rangel, pese a su valor artístico, no dieron la talla esperada, por sus seguidores.

Jorge Oñate, el cantante eterno del vallenato, después de probar más de un acordeonero, decide, ante el llamado serio de sus seguidores, unirse a un grande del género: Álvaro López Carrillo.

Unidos Oñate y López, le entregan al mundo del vallenato, un trabajo que tuvo gran acogida. Fue tan grande que los artistas de ahora, se unieron para rodear a Jorge Oñate y Álvaro López, en su nuevo proyecto. Juglares de su generación como Tomás Alfonso Zuleta Díaz, no caben de la alegría, al ver que su compañero de lucha, saca al mercado un producto que refleja toda la madurez del vallenato, que tiempo atrás, se logró con la presencia de un cantante como Jorge Oñate.

Se percibe en la producción, la nostalgia del protagonista central de esta hazaña artística, el cual parece el cierre de un ciclo glorioso para la música vallenata. Son cinco décadas que se han vivido intensamente, bajo lágrimas, derrotas, sufrimientos, pero también llantos de alegría y triunfos en medio de un camino en el que se consolidó como cantante, compositor y como Jorge Oñate, el artista que hoy está entre los grandes del vallenato.

Sin la presencia de este cantante, nuestra música no sería igual, porque “el tipo que canta si es de La Paz, el que canta merengue sabe sentir”, Emiro Zuleta Calderón.

*Escritor, Periodista, Compositor, Productor Musical y Gestor Cultural para que el vallenato tenga una Categoría dentro del Premio Grammy Latino.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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