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Moonspell, 20 años después

La banda liderada dos décadas de existencia de una propuesta que se ha reinventado constantemente.

Santiago La Rotta
07 de diciembre de 2012 - 10:00 p. m.
Fernando Ribeiro, fundador  y vocalista de Moonspell./ Flickr- Pedro Roque, Robbankanto
Fernando Ribeiro, fundador y vocalista de Moonspell./ Flickr- Pedro Roque, Robbankanto

Para 1992 Fernando Ribeiro había encontrado su primera vocación, aunque tal vez no la única: la música. Su primera irrupción en la escena del metal llegó bajo el nombre de Morbid God. El nombre cambiaría, pero no mucho más.

Pocos años después, Moonspell publicó su primer álbum, Wolfheart. Metal, pero con un giro. Sí, había vocales guturales y quizá demasiadas referencias a las sombras, lo oculto, un amor profeso por una oscuridad interior. Pero bueno, de eso hay bastante en un género plagado de cuero negro y viajes líricos a los abismos. Acá había algo extra, una exploración más profunda de la melodía, un ritmo más pausado. También había voces femeninas y, de tanto en tanto, cantos limpios, sin la voz rasgada de géneros como el death o el black.

Ribeiro nació en 1974, en Lisboa, capital de Portugal. Vocalista y miembro fundador de Moonspell, quizá la banda de metal más conocida y exitosa de este país. Escritor, poeta y graduado en filosofía. Ha prologado una recopilación de relatos de H.P. Lovecraft. No es la combinación clásica para una estrella de rock.

Wolfheart, el primer álbum de la banda, se nutrió principalmente de una serie de poemas de juventud de Ribeiro. “La madre lengua me habla / En la forma más fuerte que he visto / Sé que ve en mí / A su hijo más orgulloso, su creación más pura”. El disco, con nueve canciones, presentó un registro instrumental lleno de flautas y un aire ligeramente celta, además de dos temas cantados en portugués.

Para cuando Sin/Pecado salió al mercado, en 1998, la banda ya había sido encasillada como una propuesta gothic metal. Por estos años Moonspell le abrió conciertos a grupos como Manowar, uno de los nombres clásicos en el mundo del rock. Se dice que incluso fueron invitados de honor del embajador de Portugal en Santiago de Chile por sus servicios prestados a la patria; sin fusiles ni muertos, apenas metal.

Gothic metal, un género para denominar la banda sonora de una noche de show sadomasoquista: nada de rituales, no hay imploraciones a los bajos poderes, apenas pulsión tensamente dominada con látigo y botas de tacón alto. Un pequeño bar de Bogotá lleno hasta el techo y un par de dominatrices en el centro. De los altavoces salía la voz grave de Ribeiro cantando: “Y sí, todos creemos en la locura / Estamos naciendo con el sonido de los finales / Y sí, todos creemos en la crueldad / Nos sale tan fácil”.

Para 2003, Moonspell ya contaba con cinco álbumes bajo el brazo y una carrera que, desde el lado B de la producción musical, les había entregado una audiencia mundial dispuesta a escuchar el melódico lamento de Ribeiro y compañía, una furia controlada, por momentos melancólica, plena de un dolor hondo, una herida demasiado cerca al hueso.

La banda se tomó tres años en publicar su siguiente disco, Memorial, un álbum que es considerado por algunos como el más logrado e incluso el más exitoso hasta hoy. Finisterra, el segundo tema del disco, se erigió prontamente como una suerte de clásico inmediato, de pieza esencial en el catálogo de una agrupación que llenaba escenarios en ambos lados del Atlántico.

En Memorial se escucha duro y en el oído a Cortés gritando: “¡Quemen las naves!”. Y los gritos continúan en las canciones del disco: ritmos rápidos, la voz gutural de nuevo y, por momentos, pequeñas pausas con teclados de fondo, justas intervenciones para vincular dos segmentos de agresividad; son balas, no salvas. Las naves ardieron y el retorno se hizo imposible, incluso indeseable.

En su momento, interrogado acerca del cambio en Memorial, Ribeiro dijo: “Entiendo que una persona, un amante de la música que está asistiendo a Moonspell desde el exterior, nos podrá ver como excéntricos o locos que arriesgan todo. Pero la manera como yo siento y vivo la música no tiene nada que ver con el éxito, el estatus, con las cosas que considero importantes, pero periféricas. Lo más importante es el mensaje, ser único en lo que haces. Lo más importante, especialmente en la escena actual del metal, es el factor sorpresa. Si Edguy saca un álbum ya sé cómo va a sonar. Si otra banda de metalcore saca un álbum yo ya sé cómo va a sonar”.

Veinte años después, Moonspell se aventura con un álbum doble en el que explora sin recato su lado más melódico, acompañado de una agresión calculada e incluso bienhechora. En cierta medida, este movimiento se asemeja al experimento emprendido por Opeth, la banda sueca que en un momento casi suicida grabó al mismo tiempo Deliverance (un registro cargado de velocidad y voces pesadas) y Damnation (un disco casi acústico y una de las piezas más valoradas de la agrupación).

En un lado Ribeiro canta: “Estoy pensando en buitres rasgando la piel / Destrozando el hueso / Pienso en piedras disparadas a la cabeza / Que hacen caer al gigante”. En el otro: “Con estas manos, no tocadas / Con estos labios, que no han hablado / Cada corazón, una joya / Cada corazón, una fortaleza”. Esquizofrenia, tal vez.

¿Cuál es su legado? Ribeiro responde: “Muchas cosas han cambiado en este tiempo, pero los principios básicos continúan: seguimos creyendo en lo que creíamos cuando éramos más jóvenes, cuando apenas estábamos comenzando. Teníamos 16 o 18 años. Creo que, al final, la mejor recompensa es haber mantenido nuestras cabezas por encima del agua”.

Por Santiago La Rotta

 

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