Las protestas en el marco del paro nacional, quizá como nunca en la historia del país, abrieron el debate sobre la situación que atraviesan los jóvenes en Colombia. Qué quieren, qué sueñan, qué piensan y cómo se sienten vulnerados son algunas preguntas que surgen al verlos manifestarse en las calles de múltiples maneras. Lo curioso es que, tras más de un mes de movilizaciones, se han generado pocos espacios de diálogo con este sector que encuentra en la protesta, en su mayoría pacífica y artística, la única forma de reclamar sus derechos. No cabe duda de que el país tiene una deuda con esta población. Las comunas de Medellín en los años 90, pasando por las periferias de las grandes ciudades y llegando hasta remotas zonas rurales vieron cómo a sus jóvenes los desplazaron, los reclutaron, los amenazaron, los desaparecieron, los mataron o los obligaron a encontrar en la ilegalidad la única opción de futuro.
La Fundación Tiempo de Juego nació hace quince años y desde entonces comenzó a cambiar la realidad de los jóvenes en estas zonas del país. Primero con el fútbol, en los Altos de Cazucá, en Soacha, Cundinamarca. Allá ofrecieron a niños y niñas la forma de ocupar su tiempo libre de manera productiva y aprender de los valores que brinda este deporte. Luego, con otras actividades deportivas y artísticas en varias zonas del país, los jóvenes entendieron que había formas diferentes a las drogas, el alcohol y la delincuencia para generar adrenalina y que a partir de pasiones como la música y el arte podían sacar adelante un proyecto de vida.
Una de esas actividades fue el colectivo de comunicaciones, donde, a partir de talleres de periodismo, sus integrantes comenzaron a producir piezas audiovisuales, radiales y editoriales en las que de una manera orgánica reescribían la historia de su territorio y a través de las nuevas narrativas contaban mejores historias, generaban más pertenencia y creaban una nueva memoria. Sumado a eso, sintieron que esa podía ser la forma de protestar y batallar contra los cientos de muertes de jóvenes que sigue causando el conflicto social y armado que vive el país.
Aguante la Paz Pódcast surgió con el propósito de proponer la juventud como una época innegociable de la vida, que estos sucesos violentos no se repitan y demostrar que los jóvenes son parte de la solución. Integrantes de Labzuca —productora de contenido de la Fundación Tiempo de Juego, que nació en el Colectivo de Comunicaciones, dirigida por el periodista Andrés Wiesner— se dieron a la tarea de investigar esos episodios que a lo largo de la historia del conflicto armado opacaron la juventud de alguien pero que, a su vez, narran cómo son los mismos jóvenes quienes desde diferentes orillas se encargan de tomar las riendas de su destino y trabajar por la paz y la reconciliación en sus regiones. A partir de hoy y todos los jueves, usted podrá escuchar en la página de El Espectador o en su plataforma de pódcast favorita estas historias que proponen una forma diferente de hacer memoria y, sobre todo, demuestran cómo los jóvenes, a través del arte y la creatividad, están escuchando el llamado de proponer un país diferente.
Lo invitamos a escuchar el primer capítulo de Aguante la Paz Pódcast:
Con una investigación rigurosa, las historias de Aguante la Paz Pódcast suceden en todas las regiones del país y aunque recuerdan hechos sangrientos y dolorosos donde los jóvenes fueron las víctimas, también marcan un precedente de cómo hay formas diferentes de hacer memoria y buscar la reconciliación y la no repetición.
El primer capítulo es una historia nunca contada de los jóvenes que fueron declarados falsos positivos y cómo los integrantes del Colectivo Arbitrio de la Universidad Pedagógica encontraron en el arte la manera para que las madres de Soacha los recordaran felices, como algún día fueron.
Con la voz de Valeria Mejía, Aguante la Paz Pódcast es una serie imperdible que reivindica la voz de los jóvenes e inspira a todos los que pueden hacer algo para que nunca nadie más se pierda su juventud.