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Se despide el príncipe Alí

A los 83 años murió el actor egipcio Omar Sharif en un hospital de El Cairo. Grabó sus últimas películas en 2013: “Rock the Casbah” y “Un castillo en Italia”.

Camila Builes
10 de julio de 2015 - 07:41 p. m.
Omar Sharif en “Lawrence de Arabia”, papel con el que tuvo una nominación al Óscar. / EFE
Omar Sharif en “Lawrence de Arabia”, papel con el que tuvo una nominación al Óscar. / EFE

“Murió esta tarde por una crisis cardíaca, en El Cairo. Estaba en un hospital especializado para pacientes con alzhéimer”, declaró desde Londres Steve Kenis, agente de Omar Sharif.

Michel Demitri Shalhoub nació en Alejandría, Egipto, el 10 de abril de 1932. De origen sirio-libanés y convertido en 1955 al islam para casarse con la actriz egipcia Faten Hamama, realizó estudios en matemáticas y física en la Universidad de El Cairo. Fue a los 21 años cuando inició su carrera como actor, con el nombre de Omar Sharif, que sería reconocido mundialmente por ser el de uno de los actores egipcios con mayor fama en la segunda mitad del siglo XX.

Había tres leyendas que rodeaban al actor egipcio Omar Sharif: su buena mano con las mujeres, sus furias homéricas y que sus días empezaban al mediodía. Todas eran ciertas, y todas, visibles. También sus gustos refinados, su apostura y su pasión por el bridge, el que —según rumores— era la razón de anticipar o posponer rodajes de acuerdo con el calendario de competiciones internacionales. Incluso escribía sobre este juego de cartas en el Chicago Tribune. “Llegué a perder un millón de dólares en una noche. Lo dejé porque me he centrado en mis nietos. Mi hijo Tarek vive en El Cairo y allí está con sus tres hijos”.

Sharif filmó más de 100 películas, en las que se destacó en cada papel por su físico, los rasgos típicos de Oriente Medio: cejas pobladas, como arbustos oscuros sobre sus ojos negros, que por su oscuridad perdían el límite entre el iris y la pupila. Siempre se distinguió por ser un galán y fue ese físico, su dominio del inglés, el francés y el español, así como su versatilidad para actuar, lo que le permitió abrirse paso en Hollywood a partir de la década de los sesenta, llegando a rodar 15 películas seguidas, algunas tan conocidas como Lawrence de Arabia (1962), trabajo por el cual ganó un Globo de Oro y su única candidatura al Óscar; La caída del Imperio romano (1964), Doctor Zhivago (1965), con el que ganó su segundo Globo de Oro, y El último valle (1970), entre otras.

Zahi Hawas, amigo íntimo de Sharif, explicó al diario Al Ahram que el actor sufría de pérdida de apetito. Su negativa a ingerir alimentos, que provocó el deterioro de su salud, acuciado por su alzhéimer, llevó a su hospitalización, que en la mañana del 10 de julio terminaría en su deceso.

Durante su carrera colaboró con directores como Anthony Mann, Terence Young, Sidney Lumet, William Wyler, Blake Edwards y Andrejz Wajda.

Hay muy pocos vestigios de personajes egipcios triunfando en Hollywood. A pesar de eso, Sharif se abrió paso entre la competencia, las discriminaciones raciales y el mercado competitivo. Realizó muchos personajes históricos (el Che Guevara, el zar Nicolás II y Genghis Khan). Su único César, el gran galardón del cine francés, lo ganó con El señor Ibrahim y las flores del Corán, en 2003, película que lo recuperó para las nuevas generaciones.

Aunque siguió trabajando hasta hace unos dos años, cuando le diagnosticaron alzhéimer (sus últimas películas, ambas de 2013, son Rock the Casbah y Un castillo en Italia, de Valeria Bruni Tedeschi), era muy crítico con su carrera. “Doctor Zhivago era mediana, la segunda parte de El señor Ibrahim y las flores del Corán sobraba... Sólo salvaría algunas de mis primeras películas con Chahine, y Lawrence de Arabia” . Al final veía muy pocas películas. “Sólo me atraen en la tele los filmes mudos de Chaplin”, decía.

Después de una historia de fama y reconocimiento, Sharif se despide del mundo en un hospital del barrio Heluán, en el sureste de El Cairo. Con cierto anonimato y su propio olvido, el actor se funde en un sueño.

El mundo del cine y todos sus seguidores lo recordarán y al decir su nombre, seguramente, hilos invisibles los unirán eternamente a él, a su recuerdo.

Ahora, rememorando el pasado que siempre se presenta con más fuerza ante la pérdida de algo que olvidamos o pensábamos que duraría para siempre, se nos viene a la cabeza la imagen de aquel hombre de cabello entreverado y ojos opacos, de cuencas amplias, con esa sabiduría en el vivir y en la interpretación que se fueron extinguiendo de pronto.

Después de todo, de los autógrafos y los viajes, de los hoteles y las mujeres, después del llanto y las risas, queda para siempre el sentimiento de triunfo, de inmortalidad.

“De mi galanura ya no queda nada. Desde 2004 no tengo novia. Bueno, ahora sí, dos de 35 años, una en El Cairo y otra en París, pero quedamos para cenar de vez en cuando. Al acabar nos damos dos besos en la mejilla y cada uno a su casa”, afirmó en Granada cuando recibió su último premio.

Por Camila Builes

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