Y aquí está… Ángel Yáñez

El diseñador colombiano ocupa un lugar de referencia en la moda nacional. Ha pasado por verdaderas etapas de montaña en su carrera y siempre reaparece con su singular estilo.

Rocio Arias Hofman*
22 de diciembre de 2015 - 04:12 a. m.

Ángel Yáñez (Cúcuta, 1964) es a la moda lo que resulta un legendario personaje de ficción: absolutamente inolvidable. Quien crea que ya no circula por los laberintos del fashion y que ya no le interesa crear deseos insólitos para mujeres hiperdeseadas, se equivoca. El diseñador colombiano es incombustible pero, sobre todo, tiene todo para no ser lo que describía John Huston como lo que menos le gustaba de alguien, “un dilettante”. Ángel Yáñez se desmarca de la mayoría de sus colegas de oficio porque tres décadas dedicado a la costura le han afinado hasta el punto de convertirlo en un violonchelo clásico y virtuoso, único en la orquesta nacional.

El diseñador ha sido diseñador toda su vida. Pero primero fue hijo de una numerosa familia oriunda de una ciudad caliente y fronteriza con Venezuela en la que se desempeñó un primer papel inevitable: trabajar y estudiar al tiempo. Vendió zapatos y quedó estrenado en las lides del comercio. “Ahí es donde empecé a tener trato de verdad con las mujeres. Además era líder del grupo Jokers, los amigos bailarines a los que todos invitaban a sus fiestas. Como en Brillantina”.

Años más tarde, recibió un bautizo brutal en la vida de un joven adulto en la década de los 90. Su padre Ángel David Yáñez , un hábil comerciante, fue secuestrado por el grupo guerrillero Eln en el pueblo Salazar de las Palmas (Norte de Santander) y desde hace veinticinco años nadie ha sabido más de él. Todavía en el hogar de los Yáñez se siente la tremenda ausencia. Quizá este sea el único tema capaz de opacar la eterna risa que tanto lo identifica.

Obstinado y terco no son sinónimos en el caso de Ángel Yáñez, son dos palabras insuficientes para describir la tozudez con la que permanece en las aguas de la moda. Ese mar tan plano y calmo como furioso, recortado por crestas de olas espumosas. Valga aclarar que la metáfora resulta válida para entender cómo un hombre atraviesa –en solitario, la mayor parte del tiempo– esa inmensidad. Ángel Yáñez está curtido. No porque sus cincuenta años vengan acompañados de algunas arrugas y menos rumbas –una de sus pasiones manifiestas–, sino porque su trayectoria parece estar marcada por su condición de ser indómito.

Fue el único hombre en medio de mujeres en el salón de clases de la Escuela Arturo Tejada que graduó a la primera promoción de estudiantes de diseño de moda. “Desde entonces no he parado un minuto. En el patio de mi casa monté un taller donde teñía prendas y ensayaba todo lo que se me ocurría”. Se convirtió en una referencia obligada para mujeres de la alta sociedad en Bogotá sorteando con una personalidad arrolladora esas barreras invisibles que tan bien blindan a una sociedad conservadora. “A Madame Crepé, la famosísima Susana de Goenaga que le hacía sombreros a Christian Dior, la visitaba a diario en el almacén Cha-cha-chá de Pedro Ruiz, donde vendían una cantidad de cosas curiosas. Ella también venía a mi almacén y recorríamos París con pura conversación mientras comíamos churros con chocolate”, relata Ángel Yáñez .

Otros creadores de la generación anterior –Olga Piedrahíta, Hernán Zajar, Bettina Spitz, Lina Cantillo y Sandra Cabrales– habían iniciado “Tendencias”, los primeros desfiles en la ciudad que lograron volver visible el trabajo de cada uno. Yáñez llegó después. “Una vez hice una fiesta en un lugar llamado La Grúa con La Mega y Germán Palomino. Mandé colgar una jaula donde se metía la gente, sobre una pasarela desfilaba todo el mundo a bailar y mostrar sus disfraces. Por supuesto, fue inolvidable pero nos quebramos”, dice el diseñador.

Ángel Yáñez reveló enseguida su condición homosexual para gozarse la vida a su manera, sin explicaciones para nadie. Cautivó a un hombre “fantástico” –como él mismo describe a Ángel Sánchez–, reputado diseñador de moda en Venezuela. “Fue amor a primera vista. Nos conocimos en Miss Mundo en Bogotá en el que me gané el premio al mejor diseñador. A los ocho días me llegó un tiquete en primera clase para viajar a Caracas”. Allí conoció de primera mano la sofisticación de un entorno social que precisa de numerosos vestidos para cumplir con innumerables compromisos. Vivieron en Nueva York en la década de los 90. Observó de cerca la minuciosa maquinaria que mueve el mundo de la alta costura, aspiró sus olores y aprendió a reconocer códigos ajenos. “Y eso que no sabía hablar inglés”, resume con una gran risotada. Muy joven todavía se comprometió profesionalmente con la carrera de su exitoso novio hasta que comenzó a diseñar sus primeras piezas, especialmente sastrería y bordado, que los hacía en Colombia. “Vivía como un rey pero trabajaba mucho”, asegura.

El rubor no es algo que haya padecido jamás Ángel Yáñez. En cambio el talento y el desparpajo corren por sus venas. Por eso, es comprensible que enseguida sus creaciones acapararan atención. “Eso sucedió cuando terminamos nuestra relación por primera vez. Me busqué un representante, Michael Atkinson, y él introdujo mi primera colección en Neimann Marcus”. No es exagerado afirmar que fue el primer diseñador colombiano en vender prendas en almacenes multimarca en Estados Unidos. La revista Vogue le dio una página entera a una de sus creaciones, un vestido rojo corto de cóctel, elaborado en crepe y chifón de seda plisado.

“Cuando regresé con Ángel (Sánchez) nos casamos en Albuquerque ante la hija de Clint Eastwood. Tengo mi diplomita que lo demuestra. Después de siete años, nuestra relación terminó aunque yo lo he seguido queriendo siempre”. Desde entonces, Ángel (Yáñez ) ha vivido de todo. Desde la creación de su marca homónima y la apertura de su taller en Colombia en los años 90 hasta su inmensa presencia en el escenario de moda nacional durante casi dos décadas. “El primer día que abrí la tienda Óscar Azula se presentó y quiso comprar la chaqueta de encaje negro con amarillo mostaza que tenía en la vitrina. Era para Aura Cristina Geithner, la actriz, su esposa. Ahí empezó todo”.

Este periplo de una intensidad vital a la que es difícil no perderle el paso, le sigue la reinvención actual que le obliga –como a cualquier creador– a comprender cómo continuar posicionado en un mercado cada vez más competitivo. Nada es fácil y, sin embargo, Ángel Yáñez lo resuelve todo con carcajadas amplias y fragorosas. Tanto que es inevitable no sentir un fogonazo de alegría contagiosa cuando se está a su lado.

Hábil dibujante de bocetos y extrañamente dotado de un radar que detecta los rasgos psicológicos de las personas –mujeres, claro está, esas clientas que se sientan al otro lado de la mesa de vidrio en su estudio–, el diseñador traza a mano alzada, sobre un papel blanco, el vestido apropiado para su interlocutora. El resultado se repite casi siempre, la mujer queda asombrada. Ese hombre risueño, seductor e impertinente supo mejor que nadie, y en cinco minutos, lo que ella quería. “Mi silueta preferida es aquella que realza el cuerpo de una mujer. Y no siempre hago lo que quiero”, confiesa con un guiño quien dedica el 90% de su tiempo a crear trajes a medida.

El refinamiento de Ángel Yáñez consiste en rodearse de mujeres esplendorosas, conversaciones afiladas y hombres tan divertidos como talentosos. Por su taller-estudio-hogar, situado en una colina del barrio Chapinero en Bogotá, pasan a diario clientas de “toooooda la vida” –como llama el diseñador a sus fieles seguidoras– para solicitarle esos vestidos de corte Lacroix que forman parte del sello personal de Yáñez. Y es que su estilo es francés, francés y francés. Pocas veces se ha permitido cruzar la línea rigurosa de la técnica exigente y de las siluetas laboriosas aplicados sobre exquisitas telas. Organza, tafetán, chifón de seda, brocados, tules y terciopelos pasan por sus dedos acostumbrados a domarlos. Aplica alfileres rápidamente sobre maniquí y pule en cuestión de segundos lo que su ojo le indica que es irregular. “Yo siempre he sido barroco. Como mi verdadera formación fue con Ángel (Sánchez) resulté ser un diseñador dedicado al trabajo artesanal. Me di cuenta de que eso hacía que cada una de mis piezas sea única. Pueden imitarme pero nunca será igual”.

Ángel Yáñez se parece mucho a su mesa de corte. Meticulosa, organizada y festiva al tiempo. La administración de un negocio como el suyo ha sido su caballito de batalla desde siempre. No le gustan los números ni leer. Vive rodeado de revistas, rollos de tela y piezas terminadas. Y, sin embargo, argumenta con el acero contundente de un intelectual. Esa capacidad de análisis está ligada a una memoria visual tan ágil como peligrosa. No se le escapa detalle, reconoce la alta costura inmediatamente y aprecia detalles invisibles para ojos no adiestrados como los de él, dos iris verdes que le dan un permanente aire felino.

Expansivo y simpático, también procura distanciarse de las personas que siente veladas, poco auténticas. Como le gusta hablar a bocajarro, se le oyen frases de antología que conviene anotar para reír después. Sin embargo, sus palabras pueden ocasionar choques bárbaros. “Veo que estamos evolucionando en materia de moda. Muchísima vanguardia que conviene a los diseñadores”, resuelve de un plumazo.

Con el fotógrafo Rey Tuk y la empresaria Ingrid Wobst –exmodelo y una de sus musas favoritas–, Ángel Yáñez ha resuelto cerrar el año 2015 con el dedo índice apuntando hacia lo alto. Para el diseñador, nada de lo que hace puede ser a medias. Con los mejores estilistas, los mejores directores de arte y las mejores modelos. Pues para eso, él es algo así como el rey del mambo. Aquí está el resultado de su más reciente sesión fotográfica en una antigua fábrica de vidrios y espejos en Bogotá. “Vestidos de encaje negro que Pilar Castaño describe de un oscurantismo victoriano replica el diseñador. El resto de lo que quiere hacer Ángel Yáñez es en parte misterio, deseo y locura insatisfecha. Siempre con él conviene estar atentos, listos para ver salir al ejemplar de casta por la puerta de toriles.

*Periodista independiente especializada en moda. Fundadora y editora de la revista digital www.sentadaensusillaverde.com

Por Rocio Arias Hofman*

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