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Así fue el desfile inaugural del Festival de Teatro de Bogotá

Unos minutos de retraso y ya los más pequeños pedían a gritos que empezara el desfile. Algunos para calmar la curiosidad de ver cómo funcionaban los extraños artefactos que llevaban los arlequines en los pies, otros deseosos de escuchar, completas, las canciones que las orquestas y bandas marciales ensayaban mientras el gran desfile iniciaba.

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El Espectador
09 de marzo de 2008 - 07:11 p. m.
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De repente la voz de alguien corre a través de los aparatos que sostienen los organizadores, y ya todos saben que es momento de avanzar, sobre la carrera séptima, hasta la Plaza de Bolívar. Todos llenos de color, todos con sonrisas en el rostro, cada uno con su objetivo individual.

Los trajes más vistosos, más altos y que requerían más minucioso trabajo manual, fueron definitivamente los preferidos de los niños, que con aplausos y vivas hacían saber su sentimiento de admiración algo de envidia. El mar lleno de peces sobre una bandera, por ejemplo, que jugueteaba con una tortuga de plástico del tamaño de un automóvil, se robaron gritos de algunos, que sentían como si la gigantesca bandera de plástico tuviera la propiedad de convertirse en agua al contacto con la piel.


Sentimientos de solidaridad hacia los indígenas renacieron con la llegada de la comparsa de la colonización. Los indígenas, pobremente armados, imploraban la ayuda de su dios, mientras viscosos piratas amenazaban con sus cascos de metal y espadas repletas de moho, con acabar con la vida de espectadores e indios.

Las señoras, por otro lado, se vieron cautivadas por los trajes ceñidos de los cantantes costeños, que entre tambores, gritos, gaitas y platillos, demostraban de dónde nacieron sus voluptuosas facultades. Un grupo de elegantísimas damas, faldas largas, sombrillas de colores, zapatos altos y un maquillaje que no buscaba modestia, no habría causado mayor conmoción de no haber sido porque al acercarse hacia el público, uno a uno todos iban descubriendo que se trataban de
hombres, habilidosos con los artículos de belleza femeninos, y sin sentir avergüenza por dejar su masculinidad por unas horas.

Pero en definitiva el factor común fue la sonrisa en el rostro, la buena energía, y mucho, pero mucho teatro. Cada participante de la comparsa le regalaba un poquito de sí a los espectadores, y con ello les recordaba porque Bogotá se perfila como ciudad teatro del mundo.

Por El Espectador

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