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Charly García: actualizaron su biografía y el autor explica qué revela ahora

El prólogo de “No digas nada”, la nueva versión de la famosa biografía del cantantge argentino. Acaba de ser publicada en Colombia con el sello editorial Aguilar.

Sergio Marchi * / Especial para El Espectador

11 de marzo de 2025 - 01:00 p. m.
El cantante argentino Charly García durante su presentación en el cierre del festival de música Rock al Parque, el 2 de julio de 2012, en Bogotá. Carlos Alberto García Moreno, más conocido como Charly García, es considerado una de las figuras más importantes de la música latinoamericana.​ Nació el 23 de octubre de 1951 y tiene 73 años de edad.
Foto: EFE - Juan Manuel Barrero Bueno
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No digas nada: una vida de Charly García se publicó por primera vez en octubre de 1997. Se convirtió en un best seller fulminante para alegría del autor y del biografiado, que declaró públicamente sentirse representado. Los fanáticos del músico lo leyeron varias veces, lo disfrutaron enormemente y anduvieron “con el libro bajo el brazo por la vida”, cosa que García, con sorpresa, me comentó en su momento.

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Luego de la quinta edición, se procedió a la sexta, de bolsillo, que actualizaba los hechos a 2007, diez años después de la publicación original. Dos ediciones más tarde, el libro estaba nuevamente agotado, de manera que en 2013 accedí a que se hiciera una octava, la que tiene tapa plateada, un color muy simbólico en la obra de García. Pero no quise actualizarla.

Hacía cuatro años que yo me había alejado de la intimidad de Charly, esa que permitió que No digas nada fuera un libro único; una fuente de la cual abrevaron muchísimos otros libros, sitios de internet, canales de YouTube, tuiteros, blogueros y otros bichos que vagaban por ahí. Sin embargo, agregué un nuevo texto llamado Souvenir, en el que intenté explicar mi alejamiento y mi posición de aquel momento con respecto a García.

Esta nueva edición actualizada de No digas nada consigna los acontecimientos de relevancia sucedidos en la vida del artista hasta mayo de 2024, y decidí que era hora de hacerlo cuando me percaté de que el libro original había cumplido un cuarto de siglo y que mucha gente todavía seguía demandándolo. Durante el trabajo de actualización comprobé varias cosas. Una de ellas es que hubo muchas vicisitudes en torno a la vida pública y privada de Charly García, más de las que podría haber supuesto cuando me puse a trabajar en el período 2008-2024.

Lo que también me quedó claro es que mi punto de vista con respecto a Charly ha seguido cambiando: la distancia ayuda a enfocar mejor las cosas. Y eso crea un problema insoluble para el autor: no se puede mantener el mismo tono de cercanía que posibilitó el libro original. Hay cosas que en la cotidianidad y la emergencia se ven de una manera, y que a la distancia y con la cabeza serena se observan de un modo diferente. Es parte de la religión.

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¿Y qué hay de la relación personal? En estas nuevas páginas cuento con el mayor detalle posible mi acompañamiento en el período de recuperación que transcurrió en la chacra de Palito Ortega, donde estuve de cuerpo presente, y también los motivos que llevaron a que un día decidiera irme de su lado, poco antes del Concierto Subacuático en Vélez Sarsfield. Decisión de la que no me arrepiento en absoluto: quise quedarme pero me fui. Y estuve en lo correcto. No elegí el momento, pero Charly ya tenía su vida encarrilada y mi ausencia no iba a causar zozobra en él.

Tiempo después, en Uruguay, le preguntaron en una conferencia de prensa sobre mi libro, pero eligió hablar sobre mí. “Mirá, él estuvo cerca, él estuvo. Ahora te voy a dar un dato de Sergio Marchi: lo único que come es milanesas con puré (risas). No puede comer otra cosa. Ahora me odia, me parece. Sí, sí, sí. Se hizo fan de Spinetta”. Si bien el “menú Marchi” es bife con puré, acepté la broma pero puedo aclarar ahora que nunca lo odié, y que siempre fui fan de Spinetta, Pappo, Cerati y muchos otros artistas.

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Fue el mismo Charly el que me dijo que “la mejor posición posible es la de fan”. Lo que sucede es que cuando uno está escribiendo un libro, el apego debe ser a la verdad y hay que evitar que el fanatismo la nuble. Me pasó en la primera parte de No digas nada; menos en la actualización de 2007, y menos en esta. No se trata de cariño, ni de revancha o desprecio hacia Charly, todo lo contrario: creo que la mejor manera de ser amigo de alguien es no mintiéndole.

Cuando me fui de su lado lo anuncié en Facebook con un texto muy tenue y amable que hasta dejaba la puerta entornada. ¿Pero odiarlo? Jamás. Un enojo fundamentado está muy lejos de ese sentimiento llamado odio. Los que me odiaron fueron algunos de los que integraron sus posteriores entornos, sobre todo Mecha Iñigo. ¿Por qué? Porque en su momento, cuando dijo que quería tener hijos con Charly yo sostuve que era una chica con un plan. Y no me equivoqué. Solamente que el plan había sido urdido por Charly más allá de los que Mecha pudiera haber pensado. Ahora es ella la que está atrapada. El viejo truco de andar por la sombra: la novia como rehén. García tiene un campo gravitacional que altera cualquier trayectoria calculada.

Mecha logró muchas cosas al lado de Charly y en esa cercanía se centra su existencia. No soy quién para juzgarla, ni me interesa. Recuerdo el agresivo mensaje privado por Twitter (ahora X) que me envió su madre en los días calientes (lo tengo guardado), y también las burlas de Mecha ante una opinión que publiqué en mi muro de Facebook. “¿Marchi? ¡Marchitado!”. Me recordó las cargadas de la escuela primaria. Luego, las distintas productoras me fueron negando la entrada a sus conciertos y hasta estuve excluido de la jornada de festejos de sus 70 años, que incluía una mesa con todos los que escribieron libros sobre García, por pedido expreso de Mecha. Lo mismo sucedió en su BIOS, donde querían contar conmigo pero Mecha no lo permitió. No me quejo. Su proscripción me enaltece. Que viva la rivalidad, como canta el propio Charly en un tema de Random.

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En 2016, me lo encontré al mismísimo artista en Boris, un reducto que ya no existe, cuando el INAMU invitó a músicos y periodistas a celebrar el rescate del material de Music Hall, sello quebrado que tuvo bajo contrato a Serú Girán, Miguel Mateos, León Gieco, Miguel Cantilo y otros artistas. Cuando lo vi venir en silla de ruedas, le hice una reverencia y lo saludé con buena onda.

—Vos estás siendo muy malo conmigo últimamente —me reprochó.

—¿Cómo puedo ser malo con vos si no te veo desde hace siete años? —fue mi respuesta—. ¿Querés que hablemos?

—¿Ahora?

—No, cuando vos quieras.

—Hablá con Mecha.

Era el modo de mandarme al muere y lo supe enseguida. Igual saludé a Mecha ese día y le pedí disculpas si algo de lo que yo había escrito la había ofendido. “Qué bueno que lo puedas ver”, me dijo y hablamos de algún problema de salud que tenía, ante lo que le ofrecí recomendaciones de especialistas si necesitaba. Charly me miró con cara de culo todo el tiempo que duró aquel encuentro de músicos, autoridades y periodistas, lo que quedó inmortalizado en mi iPad, una de cuyas fotos aparece en este nuevo volumen.

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En otra ocasión Mecha me envió un mail porque escribí en algún lado que no me gustaba la foto de tapa de Rolling Stone que le había hecho Nora Lezano, aclarando que no criticaba la foto sino la imagen de loco que daba Charly en ella sosteniendo a un gato negro, que resultó ser de Mecha y que convive con ellos en Coronel Díaz. “¿Vos te querías comprar un perro?”, cantó el artista en su tema “Gato de metal”. Ironías de la vida. Al toque apareció el mail de Mecha: “Dice Charly que por qué no te mirás al espejo. Cuidate vos la imagen”. Dudo que Charly haya visto mi Facebook alguna vez: Mecha hace ventriloquia con Charly. Nora dejó de dirigirme la palabra por años. Y así funciona hoy el mundo García, donde Mecha es la que prende y la que apaga la luz, porque el propio Charly lo quiso así y él está feliz con esa situación, aunque de vez en cuando reniegue. Yo le escribí a ella una sola vez para decirle que quería invitar a Charly a participar de Ruido de magia, la biografía oficial de Luis Alberto Spinetta, que tuve el honor de escribir, por pedido expreso de la familia de Luis, y aclarando que si yo era obstáculo, él podía hablar con otro periodista: no me iba a poner en medio de la historia, ni tampoco tenía necesidad de verlo. Fueron dos mails que tuvieron el eco de los grillos en la noche. No insistí cuando hice la biografía de Gustavo Cerati.

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Mi relación personal con Charly ha quedado atrás pero este libro es parte de la historia de ambos y merecía una actualización, aunque el punto de vista hoy se sitúe lejos de la mirada original: ya no soy la persona de veinticinco años atrás; observo las cosas, las situaciones y las canciones desde otro lugar. Tuve el privilegio de ser su amigo durante un buen tiempo y tengo el honor de haber escrito este libro. Nada me impide seguir disfrutando de su música cuando me apetece, ni el encuentro con amigos y amigas de aquellos años, donde lo celebramos a la vez que nos preocupamos ante cualquier percance de salud y le deseamos lo mejor. Todos lo queremos mucho y bien.

Supongo que esta canción durará por siempre, porque la obra de Charly está ahí y él también. Al momento de escribir este prólogo, García se dispone a cumplir 73 años, una cifra que hubiéramos estimado imposible en los 90, cuando las papas siempre estaban calientes. Hace no mucho, le mandé un beso por medio de un amigo en común que lo sigue viendo cuando se puede. “Charly recibió tu beso con una sonrisa”, fue la respuesta que me llegó. Con eso, para mí es suficiente.

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El lector de esta edición 2024 de No digas nada encontrará que hay prólogos que desaparecieron simplemente por una cuestión narrativa, para que el relato fluya sin inconvenientes. Continúo vistiendo la camiseta del afecto para con Charly, pero ya lejos de su hechizo veo las cosas diferentes, con menos distorsión y con la experiencia que te dan los años. No me confunda, señor, por favor. Yo solo soy uno más bajo el sol. Y el astro rey de estas páginas es Charly García.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Sergio Marchi nació en 1963. Baterista desde la adolescencia y periodista desde 1983, trabajó en medios gráficos, radiales, televisivos y virtuales. Fue secretario de redacción de la legendaria revista Rock & Pop, trabajó nueve años en Clarín, fue editor musical de Rolling Stone Argentina, y sus artículos fueron publicados en ADN (La Nación), Radar (Página 12), 3 Puntos, Cosmopolitan, Revista Ñ, Veintitrés, Perfil, El Guardián, Crítica de la Argentina, La Mano y Billboard, entre otros medios. Trabajó en las radios Continental (donde condujo su recordado Rock Boulevard), Nacional, Del Plata, Rivadavia, Rock & Pop, La Red, Supernova, Nostalgie y Mega. Tiene diez libros publicados: No digas nada. Una vida de Charly García (1997, actualizado en 2007), Cinta testigo. La radio por dentro (2002), El rock perdido. De los hippies a la cultura chabona (2005, reeditado en 2014), Beatlend (2009, en coautoría con Fernando Blanco), Pappo. El hombre suburbano (2011), Paredes y puentes. Roger Waters, el cerebro de Pink Floyd (2012, reeditado en 2023 con el título Roger Waters. El cerebro de Pink Floyd), Room service. La escandalosa vida de las estrellas de rock (2014), Los Beatles. Desde el comienzo y En el final (dos tomos, 2017 y 2019, también con Fernando Blanco), Spinetta. Ruido de magia (2019) y Algún tiempo atrás. La vida de Gustavo Cerati (2023).

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Por Sergio Marchi * / Especial para El Espectador

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