"Amar y Vivir"

Un viejo refrán recita que “todo tiempo pasado fue mejor” y en este nuevo espacio de El Espectador buscamos todo menos dar por sentado dicha frase. Nuestra intención es simplemente hablar de aquellas series de la televisión nacional e internacional que han sido reencauchadas para el divertimento de las nuevas generaciones y despertar la nostalgia o la desilusión de los televidentes más maduritos.

Nelson Sierra G. / Twitter: @NelsonSierra74
14 de febrero de 2020 - 11:10 p. m.
Antes del Streaming.  / El Espectador
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Hoy hablaremos de Amar y Vivir, el nuevo remake de Caracol Televisión.

Corrían los dos últimos años de la década de los 80. Por esa época el país se estremecía con las noticias de bombas, el asesinato de policías y candidatos presidenciales a manos de los narcos. Pero el país, en una asombrosa sincronía, pareciera hacer una pausa a esa realidad tan violenta. Ese momento casi mágico en que los colombianos decidían abstraerse era frente a los televisores de sus hogares, donde toda la familia se reunía a ver otra realidad, tal vez menos violenta, pero violenta al fin y a la cabo, en la matizada en la historia de amor de Irene y Joaquín, una vendedora de frutas y un ex soldado de origen. Ese era el elixir de esa penosa realidad de Amar y Vivir.

En 1988 se materializó el sueño de Germán Escallón, un talentoso actor del teatro Libre de Bogotá a quien, en 1986, el reconocido director de televisión, Carlos Duplat, invitó a participar en la serie "Oro", por la cual ganaría el premio India Catalina a actor revelación y quien unos años más adelante le diera vida a N.N.

Duplat se enteró de que Germán estaba trabajando en un guion sobre una historia de amor, con tinte popular que calcaba la realidad que se vivía por esos días, por lo que no dudó en proponerle que presentaran ese proyecto a Colombiana de Televisión, productora con la que trabajaban en cabeza del reconocido productor Malcom Aponte, y así fue como empezó el exitoso camino de Amar y Vivir, una de las series más exitosas de la televisión tanto así que en 1990 se realizó su versión cinematográfica que se convirtió en una de las películas colombianas más taquilleras de la época.

Carlos Duplat, cucuteño, desembarco en Bogotá en los años 60 a estudiar arquitectura y teatro en la Universidad Nacional, pero fue tal su pasión por las tablas que abandonó los planos y las maquetas, a pesar de que tan solo le faltaba la tesis para recibir el grado de arquitecto. Fue el encargado de darle vida al proyecto de Germán Escallón. Él realizó el guion definitivo y dirigió Amar y Vivir. El reconocido director, en alguna ocasión, confesó que la novela la ofrecieron a varias programadoras, pero todas las rechazaban porque era una historia de amor, entre una ‘heroína y un antihéroe’ en la que no había ni ricos ni pobres, sino solo pobres, enmarcado en la plaza de mercado de las Ferias en Bogotá, y un mundillo de hampones en un deshuesadero de carros eran las locaciones de esta historia de amor. Amar y Vivir logró cambiar el estrato a la televisión colombiana que hasta el momento nos había enseñado que Los ricos también lloran. (Lea: Juana del Río y su lado más oscuro)

Colombiana de Televisión aceptó realizar el proyecto, pero solo le pronosticó 20 capítulos, que por su éxito terminaron siendo 72, grabados totalmente en exteriores, ninguna serie lo había hecho hasta entonces, en eso también resultó precursora, pues en esa época el único dramatizado que se grababa en exteriores era Don Chinche, la comedia de capítulos unitarios dirigida por Pepe Sánchez.

María Fernanda Martínez, una joven caleña y estudiante de música, llegó a Bogotá con el sueño de ser una famosa cantante. Vivía en una casa en la que habitaban muchos jóvenes artistas que perseguían el mismo sueño ‘La fama’. Entre ellos estaba César Mora, quien le dijo un día en medio de una de esas farras que se hacían en la casa, que estaban buscando una actriz que también cantara, ella solo cantaba, pero durante la audición el sí fue rotundo María Fernanda, a sus 19 años, era la Irene que sus creadores imaginaron.  

Luis Eduardo Motoa, interpretaba a Joaquín Herrera “El Soldadito”. Él era un actor manizaleño de 27 años y con su grupo de pantomima, llamado el Tulipán Negro, vivió del teatro callejero en las plazas y parques de Manizales. Su primera aparición en televisión fue en el Cuento del domingo, seriado dirigido también por el gran Pepe Sánchez. Motoa era un galán distinto a los que la televisión y sus dos canales nos tenían acostumbrados, más que atractivo proyectaba ser un hombre bueno. Pero sin duda el papel por el que más se le reconoce es por el de Carlos Alberto Franco, el padre de familia de Padres e Hijos, la serie con mayor duración en Colombia, y que sirvió de plataforma a muchas de las reconocidas “estrellas colombianas”.

Pero la verdadera sensación de la serie estuvo a cargo de dos personajes que se convirtieron en iconos de la televisión, se trata de El Chacho y Cuéllar, interpretados por Horacio Tavera y el experimentado Waldo Urrego, los dos originarios de las tablas. El primero era un joven que hasta ahora incursionaba en la televisión, mientras que Waldo ya llevaba a cuestas varios villanos, pero fue el temible y despiadado Cuéllar quien le dio mayor reconocimiento. (Puede leer: “Me aburro conmigo mismo”: Mario Duarte)

La historia de Amar y Vivir en Colombia está ligada a esas historias que se contaron centenares de veces sobre lo que tenía que hacer la gente para no perderse un solo capítulo de la serie, desde que se suspendían algunas de las plenarias del Senado para ver la novela, hasta que en muchas veredas apartadas las personas arriesgaban sus vidas navegando en la noche, para llegar al único televisor del pueblo.

Esta no pretende ser una sección de crítica televisiva, pero en este caso es inevitable no hablar de la desazón que produjo la versión 2020 en quienes ya habíamos visto la serie hace 32 años y en aquellos que no la habían visto aún, no los conecta, y eso que no tienen ningún referente.

Eran otros tiempos y no porque sean mejores, sino que en ese entonces los únicos medios de entretenimiento audiovisual eran la radio, la televisión, con tan solo con dos canales; y el cine, que por ese entonces no era una industria muy rentable. En ese momento, a pesar que los recursos económicos y técnicos eran muy limitados, la producción y dirección de los dramatizados era detallada, se repetía una escena más de 10 veces hasta lograr la toma perfecta, hoy no sucede lo mismo por los afanes que lleva cumplir con los planes de grabación y los presupuestos donde cada minuto perdido puede equivaler a mucho dinero y a esto se suma que los televidentes de hoy, con su frenético día a día, se hayan vuelto menos exigentes, pero, eso no impide que el realismo que tuvo la versión de 1988 desaparezca.

Los productores de Caracol Televisión afirman que la versión 2020 no es una copia exacta de la original, pues la nueva adolece de algo que llevó al éxito a su predecesora: naturalidad, realismo y credibilidad; responsabilidad que no solo recae en los hombros de un reparto no muy acertado y que desdibuja por completo aquellos personajes que hicieron historia.

Por Nelson Sierra G. / Twitter: @NelsonSierra74

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