1.
A principios de los años setenta, Bogdanovich quería hacer Lonesome Dove, un legendario mega western cuyo guion fue encargado al escritor texano Larry McMurtry. Quería hacerlo con John Wayne, Henry Fonda y James Stewart. Pero por diversos problemas fracasó y la película nunca se hizo. Luego McMurtry terminó convirtiendo el guion en una novela enorme que ganó el Pulitzer. La novela (y no el guion) fue adaptada posteriormente en formato de serie televisiva generando un vistoso vehículo de lucimiento para Robert Duvall. McMurtry ganó el Pulitzer, Duvall ganó un personaje mítico y el western ganó una de sus mejores sagas literarias. Todos ganaron con esa historia excepto el propio Bogdanovich, su gestor inicial. Y aunque Bogdanovich era fuerte, la verdad es que la frustración por no haber logrado hacer Lonesome Dove pudo con él. Le dio más duro incluso que la muerte de Dorothy Statten o sus rupturas con Polly Platt y Cybill Shepard. Le dio más duro incluso que el declive de su carrera, ese descenso vertiginoso que tuvo lugar poco después de que la crítica internacional lo considerara “uno de los directores más prometedores de los setenta”. (La noticia: El pasado 6 de enero murió el director de cine Peter Bogdanovich).
2.
Bogdanovich había sido exitoso y también emprendedor. Alcanzó a tener su propia productora junto a Friedkin y Coppola (The Directors Company) y era tan prometedor como nuevo talento cinematográfico que hasta el mismo Orson Welles se permitió reclutarlo para interpretar a un personaje muy parecido al propio Bogdanovich: ese joven director promesa que era Brooks Otterlake, luego de que el cómico Rich Little abandonara el barco ante los múltiples retrasos que sufrió The Other side of the wind. Después de todos esos logros la carrera de Peter se fue a pique. Y aunque muchos analistas, incluido el propio Bogdanovich, aseguran que el declive tuvo que ver con sus malas decisiones personales, con su descontrol por Cibyll Shepard y con su megalomanía incontrolable, la causa verdadera del descenso está enraizada en el fracaso concreto de Lonesome Dove, en el hundimiento de ese proyecto largamente ambicionado. Y es bastante entendible. Haber estado tan cerca de trabajar con Wayne, Stewart y Fonda en la misma película y al final no haberlo logrado, debe ser algo muy difícil de manejar, digerir y superar. Y ese Bogdanovich que tenía el suficiente talento actoral para imitar decenas de actores y directores, el suficiente talento narrativo para contar anécdotas muy divertidas relacionadas con esas mismas personalidades, seguramente habría hecho una gran película teniendo a su disposición juguetes tan preciados, instrumentos tan precisos y perfectamente calibrados. Porque si nada más con las imitaciones propias de una entrevista periodística o de una conferencia ya sacaba carcajadas, se apoderaba de la habitación y lograba entretener a su auditorio con estilo y elegancia, seguramente habría logrado maravillas disponiendo de esos titanes de la pantalla a tiro de claqueta, bajo contrato y prestos a obedecer (¿o discutir?) su voz de “acción” y su grito de “corte”. (Recomendamos: Más columnas de cine de Deivis Cortés. Aquí una sobre las plataformas de streaming).
3.
Bogdanovich seguía amando el cine, desde luego. Se le seguían presentando oportunidades para dirigir y escribir, sin duda. Mask, por ejemplo, había significado un éxito de crítica y hasta había significado el Oscar para Cher. No obstante, Bogdanovich ya no ejercía con tanta pasión el oficio cinematográfico. Su sueño de cinéfilo, dirigir a esos tres actores con los que había fantaseado desde niño, a los que había visto y admirado en tantas películas, sobre quienes había escrito y a quienes había entrevistado y visto trabajar, y hasta a quienes sabía emular con cierto grado de perfección y amenidad, se le había escapado de las manos en un parpadeo. No se culpaba ni los culpaba a ellos. Sabía que en Hollywood las posibilidades de que un proyecto fracasara y se hundiera eran tan altas que casi nunca se hablaba de eso en público para no conjurar el mal, para no atraer la mala suerte. Pero a veces Peter se torturaba pensando que todo habría ido mejor si ni siquiera se hubiera atrevido a contemplar la posibilidad, si tan solo McMurtry se hubiera negado a escribir el guion o si tan solo los productores nunca le hubieran prestado atención, si lo hubieran descartado como hacían con tantos otros debutantes o con tantos directores veteranos que querían una última oportunidad para demostrar su valía. A lo mejor si nada se le hubiera dado desde el principio, el golpe no habría sido tan fuerte. Un rechazo de entrada. Un tropezón inicial. Un NO inaugural, ojalá replicado en varios tonos y contextos. El “No” acento texano de McMurtry, el “No” dubitativo de John Wayne y el “No” corporativo de los productores. Eso habría sido más humano y más fácil de asumir: el sueño que se derrumba desde su génesis por inviable. Pero no fue así como ocurrió. Muchos dijeron “sí”, como dándole combustible a la maldición. Se alcanzó a completar una séptima versión de guion y se calculó un presupuesto. Incluso hubo un par de ensayos de esos que se hacen en camiseta y jeans en algún estacionamiento, en algún jardín o en medio de alguna barbacoa, mientras el resto de la familia hace la digestión y habla de películas europeas que “no se entienden casi, pero que con seguridad son mucho mejores que las nuestras”. Y estuvo tan cerca de lograrlo que Bogdanovich se permitió la licencia penosa del alarde ante Coppola y Friedkin, el alarde irresponsable en alguna reunión que pintaba ser amistosa porque estaba justamente programada para celebrar la gloria del trío milagroso.
4.
Acababan de cenar y estaban bebiendo animadamente cuando Bogdanovich levantó la copa y se aclaró ruidosamente la garganta para llamar la atención. Francis y Billy sonrieron ilusionados ante el inminente discurso de su amigo y socio, un discurso que seguramente hablaría de la pasión por hacer cine y de los buenos tiempos que se avecinaban, seguramente hablaría de la importancia de la fraternidad y de la colaboración y hasta a lo mejor, si Francis y Billy tenían suerte, el discurso podría llegar a estar libre de esas vocecitas tan molestas que solía hacer Pete, esas imitaciones ridículas que la prensa internacional aplaudía, pero que ellos habían aprendido a detestar por mera saturación. Eso pensaron ellos y hasta alcanzaron a calcular estrategias para huir en caso de que aparecieran las vocecitas, pero entonces Bogdanovich tiró por la borda sus especulaciones: “Puede que ustedes hayan hecho El Padrino y El Exorcista, la mejor película de gangsters y una de las películas más aterradoras de la historia. Eso se los aplaudo. Pero yo voy a hacer Lonesome Dove: el western más grande y legendario jamás filmado”. Entrechocaron copas, rieron y bebieron, lejos de sospechar que Bogdanovich nunca rodaría un solo plano del mejor western jamás rodado.
* Realizador y analista audiovisual. Magíster en Escrituras Creativas. Extra con parlamento en Con Ánimo de Ofender (serie web). Crítico de cine en El Espectador.