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Cuerpos alterados, vidas ocultas

La nueva temporada de ‘Tabú Latinoamérica’ comienza con un capítulo dedicado a modificaciones corporales extremas.

Manuel Dueñas Peluffo

11 de marzo de 2011 - 09:58 p. m.
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Todo pudo comenzar con Kafka y la descripción del escarabajo: la historia de una marginalidad que era todas las marginalidades, la manera en que una sociedad legitima aquello que es normal y aparentemente correcto. En medio de eso, una idea central parecía definirlo todo: la modificación radical del cuerpo como expresión de identidad, como grito absoluto.

La segunda temporada de Tabú Latinoamérica parte de ese supuesto para contar las historias de personas que han cambiado sus cuerpos al extremo o que han asumido sus propias deformaciones. “Cuerpos únicos” y “Cuerpos alterados”, los capítulos que se estrenan este domingo para Colombia, narran esos casos de expresionismo corporal. Sin embargo, lo hacen partiendo de otro criterio: explorar más allá del morbo.

Adriana Mariño, directora del programa, explica que una de las intenciones de la serie fue justamente ésa: darles visibilidad y valor a esas personas que a menudo son vistas como una postal. “Que el tabú deje de ser tan tabú”, dice. Que en los capítulos sea posible apreciar la cotidianidad del hombre lobo (un mexicano que padece hipertricosis o el síndrome del hombre lobo, una enfermedad que hace que el pelo le crezca por todo el cuerpo) o de la mujer vampiro (cuyo cuerpo está completamente tatuado) es, desde luego, un acierto: contemplar la normalidad de los “anormales” es un ejercicio de respeto.

“Estas personas no son monstruos, no son personas malvadas”, afirma Rafael Campo Vásquez, el sociólogo que participó en estos primeros episodios. Para Campo, el propósito de la serie tiene un sentido pedagógico “en nuestras sociedades latinoamericanas, donde aún nos falta tanto para aprender a aceptar las diferencias y a convivir con ellas”.

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La vida de Mary José Cristerna, la mujer vampiro, es un ejemplo: a diario se enfrenta a las críticas de sus vecinos y a los comentarios que sus hijos deben escuchar de sus compañeros. A pesar de la discriminación (y también de los insultos), la mexicana sabe que sostener su identidad tiene sus beneficios: además de generarle ingresos, Cristerna deja su huella (¿su arte?) en los cuerpos de otros clientes.

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“Creo que hay algo más allí”, expresa Campo. “Es algo sobre el reconocimiento del cuerpo como algo importante de nuestra personalidad”, agrega. La forma en que estas personas asumen sus cuerpos —modificados o irremediablemente alterados por la naturaleza, como en el caso de Jesús Fajardo, el hombre lobo— es tal vez el mejor retrato de sus temperamentos. La pertinencia de aceptarse a sí mismo es notable: se trata de una renuncia a las imposturas, a esa sospechosa comodidad que entendemos como “normalidad”.

Por Manuel Dueñas Peluffo

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