El día que Carlos Pinzón aguó una fiesta
Celebraba la familia Cano los asomos del regreso a la democracia tras la renuncia y salida del país de Rojas Pinilla, cuando una pilatuna de Carlos Pinzón arruinó la fiesta. Una anécdota desconocida del fallecido pionero de la radio y la televisión colombianas.
Fidel Cano Correa
Habrían pasado dos o tres meses desde aquella mañana del 10 de mayo de 1957 cuando el país entero escuchó, primero, la introducción sonora que interrumpía la programación de la emisora Nuevo Mundo para ofrecer una información extraordinaria y, en seguida, la voz autorizada y omnipresente de su locutor principal, Carlos Pinzón Moncaleano, confirmando la renuncia del general Gustavo Rojas Pinilla a la Presidencia, su salida del país y la designación de una junta militar al mando.
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Habrían pasado dos o tres meses desde aquella mañana del 10 de mayo de 1957 cuando el país entero escuchó, primero, la introducción sonora que interrumpía la programación de la emisora Nuevo Mundo para ofrecer una información extraordinaria y, en seguida, la voz autorizada y omnipresente de su locutor principal, Carlos Pinzón Moncaleano, confirmando la renuncia del general Gustavo Rojas Pinilla a la Presidencia, su salida del país y la designación de una junta militar al mando.
Eran días de celebración en Colombia. En particular para los partidos políticos, los estudiantes, la banca, la industria, la Iglesia y los sindicatos que días antes de ese suceso habían convocado al paro nacional que finalmente echó abajo la dictadura. También retornaba la esperanza para la prensa silenciada, comenzando por los diarios El Tiempo y El Espectador que, sin poder circular, resistían bajo las marcas Intermedio y El Independiente respectivamente. Periódicos que, sin embargo, como describió alguna vez Guillermo Cano Isaza este último, “era muy variado y muy ameno, con muchas anécdotas y poca información, con muchas reinas en vestido de baño y ningún comentario de actualidad”, pues el “bueno, completo, informativo, orientador” se quedaba en la mesa del censor “escrito y sin imprimir”.
Por eso, aquel mismo 10 de mayo, los marchantes que celebraban la caída de Rojas por las calles de Bogotá llegaron hasta la sede de El Espectador, en la Avenida Jiménez con cuarta, y pidieron que Gabriel Cano Villegas y sus hijos Cano Isaza salieran a la calle. Cuando lo hicieron, el pequeño y canoso “Don Gabrielito” terminó alzado en hombros en gratitud a su lucha por la democracia.
¿Y qué tiene que ver Carlos Pinzón en esta historia? Tiene que ver, tiene que ver, ya lo verán.
La gran fiesta
Primero porque era, con sus hermanos Leopoldo y Germán —para entonces cronista estrella de El Espectador— buen amigo de Fidel, compañeros de bohemia y diversión. Y segundo porque fue parte central en los preparativos y en el final inesperado de esta gran celebración.Ya los Pinzón se acercaban a la televisión, que había llegado tres años antes, y a través de ellos Fidel llegó a conocer a los maestros de la utilería, quienes le dieron el sí a su idea de convertir su apartamento en una tasca española.
Los padres de las cuñadas catalanas, don Juan Busquets y Anita Nello, se unieron también a la idea de Fidel. Don Juan prestó un libro del Poble Espanyol de Barcelona, que sirvió como guía para la escenografía. Y Anita, con su grupo de costurero, se encargó de coser los manteles típicos españoles de pepas rojas.
La fiesta era en grande, había motivos para celebrar. Las afugias económicas de los periodistas, que los Canos lograron sobreaguar con la publicación de un catálogo de ventas de distribución gratuita que se llamó Graficarte, parecían llegar a su final. Aún no había democracia ni libertades plenas, pero ya los acuerdos políticos para el Frente Nacional estaban cocinados y la perspectiva era promisoria.
La comida la preparó Saturnino Pajares, el cheff español fundador del restaurante Pajares Salinas y también buen amigo de Fidel. Prestó además las mesas e instaló toneles de vino por todo el apartamento.
Las familias Cano vivían todas en sendos apartamentos de un mismo edificio en La Candelaria, sobre la carrera tercera. Del de Fidel y María Cristina Correa salieron todos los muebles y, en efecto, quedó convertido en una tasca española, desde el propio arco de la puerta de entrada.
El día del festejo, fueron llegando los invitados, en su gran mayoría periodistas. Sobresalían entre ellos dos parejas amigas entrañables: la de Hernando Santos Castillo y Helena Calderón y la de Guillermo Cano Isaza y Ana María Busquets.
Cuando terminó su primera presentación el más célebre humorista del momento en Colombia, Montecristo, se hizo una pausa con música que había pregrabado en la emisora Carlos Pinzón para la ocasión. Sonó una canción, otra, la fiesta vivía su mejor momento, cuando de repente se escuchó aquella inconfundible introducción sonora que interrumpía la programación de la emisora Nuevo Mundo para ofrecer una información extraordinaria. En seguida, la voz inconfundible, autorizada y omnipresente de su locutor principal, Carlos Pinzón Moncaleano, dijo: “Atención, interrumpimos esta emisión para dar una noticia extraordinaria: el general Gustavo Rojas Pinilla regresa esta noche al país para reasumir sus funciones”.
Silencio total, miradas de angustia. Hernando Santos y Guillermo Cano se pararon de inmediato y salieron de prisa por las escaleras. Algunos pocos que sabían de la grabación ficticia corrieron detrás jurándoles que era una broma. Nada los detuvo, no regresaron. Cuando subieron de nuevo, los invitados estaban furiosos y, los que no, ya no querían saber de fiestas. Todos se fueron retirando y así terminó aquella gran celebración democrática.
La muerte de Carlos Pinzón hace unos días me hizo recordar esta anécdota que mi padre contaba a carcajadas y con cierto dejo de orgullo, a mi madre no le trae los mejores recuerdos, no solo porque tanto trabajo previo quedó truncado sino además porque esperaba su segundo hijo y esa noche ardía en fiebre pues había contraído la fiebre asiática —pandemia que, como hoy, azotaba al mundo aquel año 1957—, y al tío Guillermo, aunque nunca me atreví a preguntarle, jamás le debió simpatizar en lo más mínimo.