El domingo 29 de julio 1984 sería una fecha inolvidable para mí y no lo sabía. Fue la primera vez que fui a cine con amigos, sin la compañía de nuestros padres; eran otras épocas en las que para cuatro niños de 12 a 15 años no representaba un peligro salir a vespertina en las frías tardes bogotanas. Otro detalle que lo hizo inolvidable es que entre el grupo estaba ella: una chica rubia de ojos claros, con un raro acento, que era el complemento perfecto de su impecable sonrisa. Era la prima gringa de mi mejor amigo, que venía a pasar vacaciones. Fue amor a primera vista, pero solo para mí, porque para una joven de 15 años, como ella, un niño de 12 como yo jamás estaría en su lista.
La verdad es que me tenía loco desde hacía cinco días, y esa fue la única razón por la que accedí a ver la segunda parte de una película de la que no sabía nada. Y eso para mí, ya un amante del cine, era un sacrilegio. Creo que la contemplaba con disimulo desde que nos subimos al bus; ya en el famoso teatro Cinelandia, en Chapinero, aunque estaba a una silla de distancia, yo sabía que muchas cosas me alejaban de ella, pues al siguiente día regresaría a su país. Por lo que mi única intención sería contemplarla en secreto, teniendo como cómplice la oscuridad de la sala, mi plan solo duro hasta el minuto 13′15, cuando el tema “The Raiders March”, compuesto por John Williams, que daba fin a una de las secuencias de acción más divertidas de la época, robó radicalmente mi atención. La película era Indiana Jones y el Templo de la Perdición (1984).
El cine de ficción hollywoodense siempre ha recurrido a reencauchar historias que fueron taquilleras, para recuperar eso que las nuevas creaciones no logran, marcar un hito y así verse obligados a crear franquicias que realmente queden por siempre en los anales de la cinematografía mundial y, de paso, den los réditos comerciales y de marketing que llenen los bolsillos de los grandes estudios. Y un personaje como Indiana Jones tiene la fórmula secreta para hacerlo realidad.
Cuarenta y dos años después de dar vida por primera vez al profesor Henry Walton Jones, Jr., el arqueólogo más famoso del cine, Harrison Ford se pone de nuevo el sombrero que lo coronó, a partir de 1981, como uno de los actores más codiciados de Hollywood, a pesar de haber interpretado al carismático Han Solo en Star Wars, Indiana fue su primer protagónico, y lo hizo por la puerta grande, pues el personaje fue creado por dos monstruos de la industria: George Lucas y Steven Spielberg, quien dirigió las cuatro primeras películas.
Pero Ford no fue la principal opción de los talentosos directores, pues antes de él ya habían contemplado los nombres de Nick Nolte, Jeff Bridges y Tom Selleck, siendo este último el elegido, pues consideraban que el entonces protagonista de la famosa serie policíaca Magnum (1980) tenía todo lo necesario. Pero, por fortuna para Harrison Ford, las grabaciones de Magnum complicaban el tiempo de rodaje de Cazadores del arca perdida (1981).
Esta no era una buena noticia para George Lucas, pues el único actor disponible era Harrison, faltaban poco más de dos semanas para iniciar el rodaje y no quería trabajar con él porque tenía el principio de no repetir a sus actores entre proyectos y Ford ya había participado en dos de ellos: American Graffiti (1973), que fue el primer trabajo cinematográfico del hasta entonces joven carpintero, y en las tres primeras entregas de Star Wars (1977, 1980 y 1983). Por el contrario, para Spielberg fue la mejor noticia, pues desde la preproducción Harrison Ford era su candidato perfecto, estaba tan seguro de ello como de que el personaje no se debía llamar Indiana Smith, como originalmente lo había concebido George Lucas, sino Indiana Jones, dos decisiones que fueron definitivas para el futuro de la franquicia.
El éxito de Cazadores del arca perdida fue contundente: la película costó US$20 millones y recaudó casi US$390 millones, además de cinco Premios Oscar y un Grammy, entre otros galardones. También estuvo rodeada de historias durante el rodaje que la hicieron más icónica, como que todas las serpientes que salen en el set son reales, que Harrison Ford se reusó a usar un doble en las escenas de acción, pero la más recordada es en la que Indy se enfrenta a un corpulento y ágil guerrero árabe que lo amenaza con una gran espada. Para esta escena, Spielberg tenía planeada una pelea épica en la que Indiana Jones sacaba a relucir su maestría con el látigo y destreza con los puños, pero ese día, Ford y parte del equipo estaban intoxicados. Por lo que el actor le propone al director: “¿Y por qué no simplemente le disparo?”. La idea fue bienvenida y terminó por convertirse en uno de los momentos más divertidos y recordados del cine, tan es así, que fue emulado en otras películas del género.
Luego llegaron otras tres películas dirigidas por Spielberg; Indiana Jones y el Templo de la Perdición, la más oscura de toda la franquicia. Las secuelas cinematográficas fueron taquilleras y esta fue la mejor recibida por el público, pero quien obtuvo una mejor recompensa de ella fue Spielberg, pues allí conoció a su actual esposa: Kate Capshaw, quien interpretó a Willie Scott, la compañera de aventuras de esa segunda entrega. Luego llegó Indiana Jones y la última cruzada (1989), en la que Harrison Ford hace una dupla formidable con sir Sean Connery, el emblemático James Bond, quien encarna al padre del famoso arqueólogo. Spielberg estaba seguro de que esa sería su última película, pero no fue así, ya que 19 años más tarde dirigió Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (2008). Sin duda la más fantasiosa, por lo que dejó en el público un sinsabor, porque no tiene la magia y el encanto de sus predecesoras; no obstante, con más de US$790 millones de recaudación, es la más taquillera de todas. Y además vislumbraba al actor Shia LaBeouf, hijo de Indiana, como el remplazo de Harrison Ford para futuras entregas; por fortuna, no fue así.
Además de las anteriores películas, George Lucas produjo la serie de televisión Las aventuras del joven Indiana Jones (1992-1994), que solo duró tres temporadas.
“El dial del destino”
El 18 de mayo pasado, el Festival de Cannes fue testigo de la presentación de Indiana Jones y el dial del destino, en donde se aprovechó el momento, más que para rendirle una conmovedora ovación de pie al octogenario Harrison Ford, para entregarle una Palma de Oro honorífica.
Es una película con un guion equilibrado que recupera el ambiente de las tres primeras entregas y privilegia la aventura sobre la acción. El costo es que muchas secuencias nos hacen evocar las primeras películas, lo que nos lleva a pensar que “eso ya lo habíamos visto”. Y el prólogo, cargado de emociones, es una de las mejores cosas, pues recupera ese aire perdido en la anterior cinta y nos muestra a un rejuvenecido Indiana Jones a punta de CGI (imagen generada por computadora), del que vale decir que es el mejor rejuvenecimiento digital logrado hasta ahora. Ya hubiese querido Martin Scorsese contar con esa técnica para quitarle los años al emblemático Robert de Niro en El irlandés.
En esta ocasión, la coequipera de Jones es Helena Shaw, encarnada por Phoebe Waller-Bridge, conocida por haber creado, escrito y protagonizado la serie Fleabag, con la que ha obtenido numerosos premios. Ella es imponente, transmite en su justa proporción la fuerza dramática y de simpatía que requiere el personaje; es una mujer mucho más empoderada que sus antecesoras y las escenas de acción en las que participa se vuelven realistas sin una exagerada grandilocuencia. Por cierto, la historia nos hace a pensar que ella será quien herede el sombrero y el látigo. Aunque la productora Kathleen Kennedy y el director, James Mangold ya hayan desmentido esa versión, pero en caso de que se les ocurra, ahí ya tienen el remplazo, ella es arrolladora.
No es la primera vez que Mangold dirige una película de un héroe en sus últimos años, pues él estuvo a cargo de la extraordinaria Logan (2017), que narra el supuesto fin de Wolverine, el incuestionable líder de los X-Men. En esta película Mangold lo hace muy bien; al fin y al cabo; Spielberg no dejó la vara muy alta en La calavera de cristal, a la que muchos consideramos la peor película de la franquicia de Indiana. Lo cual nos parece de no creer viniendo de Steven Spielberg.
Otro punto a favor es la interpretación del genial Mads Mikkelsen, quien ya nos había demostrado que puede ser un magistral villano en Casino Royale (2006), convirtiéndolo así en el personaje de más carácter de toda esta franquicia.
Treinta y nueve años después, de la gringa no sé nada y ni siquiera recuerdo su nombre. Pero lo que me queda claro es que, a pesar de que no es un gran actor, Harrison Ford sigue siendo arrollador en la pantalla, con todo y sus 80 años y que Indiana Jones y el templo de la perdición es la mejor película de toda la saga. Y por último, que tanto en esta película como en Cazadores del arca perdida, la presencia de Indiana Jones no interfiere para nada en el destino de los nazis, pues con o sin él, sería igual de trágico. O ¿ustedes que creen?.