Vamos a ver la secuela de Gladiador II simplemente porque es la secuela de Gladiador, una de las películas más icónicas de la historia del cine. Uno de esos eventos cinematográficos atípicos, que vive en nuestra memoria colectiva sin importar edad o nacionalidad. Tal vez no tengamos en la mente el vivo recuerdo de cada detalle de la trama de la obra maestra de Ridley Scott, pero sabemos que el Gladiador se llamaba Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, y se nos eriza la piel cuando oímos la banda sonora de Hans Zimmer, como si hubiéramos estado en esa arena jugándonos la vida. Gladiador marcó un hito en el entretenimiento con el inicio del siglo XXI. Es por esto que en el momento en que las luces del teatro se atenúan, y empezamos a ver la secuencia animada que rememora el personaje que le dio a Russell Crowe el Óscar a Mejor actor, la expectativa empieza a crecer. ¿Nos va a entretener este nuevo Gladiador tal como clamaba Máximo al público romano luego de sus enfrentamientos? Y entonces llega ese primer plano, que nos guiña el ojo a aquellos que tenemos grabado en el subconsciente esas escenas de hace 24 años. Las manos de un nuevo gladiador en el trigo. Ridley Scott sabe a qué vinimos al cine.
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Gladiador no es un documental. Parece obvio, pero vale la pena repetirlo, pues se ha criticado al director extensamente por su falta de precisión histórica, no solo en esta, sino en varias de sus películas épicas. No hay que ir muy atrás para recordar el polémico bombardeo de las pirámides de Guiza en Napoleón (2023). Pero es ahí donde está el error. El género épico no se caracteriza por la veracidad de sus eventos, sino por la grandeza de sus personajes y los anhelos que esconden sus exageraciones. Imaginar que en algún momento caminamos entre gigantes nos hace llenar el pecho de orgullo y aspirar a llegar a siquiera tocar esa grandeza. Gladiador II no es más documental que su predecesora, es por esto que si tratamos de nombrar los errores históricos nos estamos privando de una experiencia cinematográfica espectacular. Sí, es muy improbable que los romanos fueran capaces de llenar el Coliseo de gigantescos tiburones que devoraban a los gladiadores que caían al agua en las recreaciones de las batallas navales. Pero el aura de peligro que le otorgan a la puesta de escena hace que se genere el terreno ideal para el momento mágico en el que nace un héroe.
Nos podemos detener entonces en la historia. Tenemos el regreso de algunos personajes que conocimos en la primera entrega, y la presentación de otros. Pero en esencia, la trama es la misma. El alma de Máximo se divide entre Lucio y Acacio. El amado general romano que añora el sueño de la república de Marco Aurelio y el gladiador que busca venganza por la muerte de su esposa y cuestiona la sed de violencia de su público. El antagonista original, Cómodo, interpretado por Joaquin Phoenix, reencarna también en una división casi caricaturesca en Geta y Caracalla, los emperadores jóvenes y dementes con ansias de poder y sangre. Paul Mescal, Pedro Pascal, Joseph Quinn y Fred Hechinger hacen un buen papel al darles vida a estos personajes, haciéndolos suyos aunque contengan ecos de los anteriores. Pero es uno de los nuevos quien se roba nuestra atención: Mácrino, interpretado magistralmente por Denzel Washington.
Mácrino nos deleita con su apropiación de la escena. Rompe con el dramatismo, y expone el Coliseo por lo que realmente es: una dramatización de las pasiones humanas. Es casi como si rompiera la cuarta pared, al exponer el delirio que acompaña los juegos romanos y tomarle ventaja para su ascenso al poder, expone también las paradojas del entretenimiento. Mácrino identifica el delirio del pueblo al pedir más, y Denzel Washington se deleita en encarnar a aquel villano que nos da siempre más. No es una sorpresa que la dupla de Scott y Washington, de 86 y 69 años, respectivamente, sea capaz de generar esto. La experiencia los hace maestros de su medio, y nos demuestran una vez más que tienen la receta para hacer eso que parece cada vez más difícil en un mundo que se mueve tan rápido como el nuestro: entretener.
¿Está esta secuela al nivel de su predecesora? En primer lugar, es incierto si se le puede llamar realmente secuela, al ser casi una recreación de la anterior. Lo cierto es que durante toda película sentimos la ausencia de Hans Zimmer, aunque se nos erice la piel con los instantes en los que logramos distinguir sus notas en medio de la composición. Y nos sentimos expuestos al ver que el “¿no les entretiene?” de Máximo es invocado en el “¿es esto lo que Roma hace a sus héroes?” de Lucio, porque nos interpela tal como interpela a la audiencia del Coliseo. Pero cuando llegamos a ese último momento, en que Lucio se pone de rodillas en la arena invocando a su padre, vemos ese cielo en tonos rosas tan característico de la primera película, y empezamos a oír las notas de “Now We Are Free” mientras volvemos en un evento circular a la mano de Máximo en el campo de trigo, es que al fin entendemos. No es una secuela, es un homenaje, a Gladiador, al cine, y al poder del espectáculo.