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La piel de Angie Cepeda

“La semilla del silencio” se estrenó el viernes en la noche en el Festival de Cine de Cartagena, con la presencia de Angie Cepeda, Andrés Parra, Julián Román y Felipe Cano, el director.

Fernando Araújo Vélez / Enviado Especial

14 de marzo de 2015 - 08:59 p. m.
Angie Cepeda (1974) ha actuado en filmes como “El amor en los tiempos del cólera”, “Leyenda de fuego” y “Pantaleón y las visitadoras”. / Paco Navarro - Cortesía Ficci
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Se fue dejando la piel en cada pose, entre los flashes de las cámaras y los diálogos y los miles de autógrafos que firmaba, y sin embargo, cada día lograba más y mejores insumos para otra piel, su otra piel. Y con los días y los años fue un poco la Angie Cepeda de sus años infantiles, la que empezaba a ver surgir por todos lados demonios, pero también se reía, y otro poco aquella adolescente de pelo revuelto que soñaba con viajar, con conocer, con verse en una pantalla gigante. Ganó y perdió, en términos absolutamente humanos, pero lo hizo a su manera, y a su manera vivió y a su manera aprendió y conoció, cayó y se levantó, como en la canción de Paul Anka que cantaban Sinatra, Elvis Presley y tantos otros.

A su manera, fue la Chica Águila que deslumbró a millones de espectadores por una escena en una playa, y a su manera fue el viernes pasado una fiscal que dio la vida por esclarecer la verdad detrás de un crimen en una película, La semilla del silencio. La chica que se quemaba los pies en la playa era Angie Cepeda. La mujer convencida de que por la justicia hay que dar hasta la vida, también era Angie Cepeda. Y en veinte años, esa misma Angie Cepeda fue una especie de prostituta, una presentadora de televisión involucrada con un mafioso, una mujer ingenua, una algo desquiciada y decenas de mujeres más. “Uno tiene demonios toda su vida. Hay que descubrirlos y volverlos aliados”

Ella se alió con sus demonios luego de comprender que no tenía demasiado sentido enfrentarse a ellos. Sus demonios eran ella, de una u otra forma, y viceversa. Y con ellos se hizo fuerte, aunque pareciera derrumbarse de vez en cuando. “Uno carga con una mochila durante gran parte de su vida, y la va llenando de pesos, hasta que se da cuenta de que hay que vaciarla y de que lo importante, lo verdaderamente importante, aunque suene a cliché, es sentirse plena y feliz”. El tiempo, los papeles, el trabajo, las decepciones, las alegrías y el dolor, el éxito, que para ella ha sido sentirse plena, y el fracaso la fueron moldeando. Aprendió de lo que creyó que eran errores, y de lo que supuso que eran triunfos.

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“Es que el éxito es muy relativo. Las apariencias engañan. Para unos, el éxito puede ser acumular. Tener carros lujosos, casas y demás. Para otros, puede ser todo lo contrario. Para mí, el éxito es sentirme plena, sentirme bien en mi propia piel y no perder la ilusión”. Su ilusión fue siempre recorrer el camino que eligió, el de las cámaras, el de meterse en la piel de otra gente, el de los viajes. “Cuando yo comencé, el de la actuación era un camino muy difícil, y tuve que soportar muchas cruces. Por aquellos tiempos, años 90, no se hacía mucho cine en Colombia, ni se producían las series que se produjeron después”. Ese era su desafío. Ella lo enfrentó. Lo superó, hasta el punto de que ya no sabría qué hacer si decidiera dejar de actuar.

“A los 19 me dejaba llevar por el impulso. Después me di cuenta de que llevaba esta vida y me dedicaba a ella de esta forma por convicción, no por otra razón”. En cada escena, en cada diálogo, ante las cámaras y fuera de ellas, fue construyendo su personaje, el personaje de Angie Cepeda, que tuvo de todos los que interpretó y de sí misma, y que no se encasilló en ninguno. “Uno intenta ser como es siempre, yo lo he intentado, pero eso no quiere decir que la gente no haga sus propias interpretaciones. Yo digo algo, un periodista lo escribe desde su punto de vista, y a un lector le llega desde el suyo”. El juego de las interpretaciones, diría, un juego infinito y sin sentido al que dejó de prestarle atención muy pronto, cuando las revistas y los programas de rumores la involucraron con uno u otro amor, o quisieron armar escándalo de la nada.

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Antes de anoche nada más, vestida de rojo, mientras respondía preguntas de algunos medios y decía que es vanidosa, que envidia a los hombres por prácticos, y poco antes del estreno de La semilla del silencio, confesaba que para su rol de María del Rosario en la película había conversado con varias fiscales colombianas sobre sus temores y sus soledades. “Eso me llamó la atención, lo solas que se sienten, pero no tanto en el amor, sino en su trabajo”. Contaba que su madre, fallecida, había sido fiscal, y que con ella había comprendido que esas mujeres, ante todo, amaban la justicia y creían en un posible cambio gracias a esa justicia, “muy a pesar de la corrupción”. Decía que había entendido que esa era la razón de sus vidas, que la lucha era la razón de sus vidas, y que lo habían sacrificado todo por esa lucha.

 

Por Fernando Araújo Vélez / Enviado Especial

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