Un mes antes del estreno de “La semilla del fruto sagrado” en el Festival de Cannes de 2024, el cineasta iraní Mohammad Rasoulof tuvo que huir de su país para evitar ser enviado a prisión. Las autoridades, que ya lo habían puesto en prisión en el pasado, condenaron al director a ocho años de cárcel por “colusión con la intención de cometer un delito contra la seguridad del país”.
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La República Islámica de Irán, acusada de autoritaria y abusadora de los derechos humanos, supo que la película del cineasta había sido seleccionada en Cannes. Rasoulof había rodado el filme en secreto y a distancia por miedo al régimen. “Con gran pesar, elegí el exilio. Confiscaron mi pasaporte en septiembre de 2017. Por lo tanto, tuve que abandonar Irán en secreto. Por supuesto, me opongo firmemente a la reciente e injusta sentencia en mi contra que me obliga a exiliarme. Sin embargo, el sistema judicial de la República Islámica ha emitido tantas decisiones crueles y extrañas que no siento que me corresponda quejarme de mi sentencia”, dijo el director a su llegada a Francia para la premier de su filme.
“Se están ejecutando sentencias de muerte mientras la República Islámica apunta a las vidas de manifestantes y activistas de derechos civiles (...) El alcance y la intensidad de la represión han alcanzado un punto de brutalidad en el que la gente espera noticias de otro crimen atroz del gobierno todos los días. La maquinaria criminal de la República Islámica está violando de forma continua y sistemática los derechos humanos”, agregó.
La película del director surgió precisamente como una respuesta ante ese estado asesino y opresor. En su cinta, la habilidad del gobierno de captar seguidores para mantener el poder penetra la confianza misma de las familias. “En el corazón de una Teherán convulsionada por disturbios políticos, Iman, un juez del Tribunal Revolucionario, cae en un espiral de paranoia cuando su pistola desaparece misteriosamente. Al sospechar de su propia esposa e hijas, impone un sistema de control que tensiona la relación con su familia”, se lee en la sinopsis.
“Después de mi última película (La maldad no existe, 2020), me llevó cuatro años comenzar un nuevo proyecto. Durante estos años, escribí varios guiones, pero lo que finalmente me llevó a hacer ‘La semilla del fruto sagrado’ fue mi experiencia de ser arrestado nuevamente en el verano de 2022. Esta vez, mi experiencia en prisión fue única, ya que coincidió con el comienzo del levantamiento de Jina (Mujer, Vida, Libertad) en Irán. Otros presos políticos y yo estábamos siguiendo los cambios sociales dentro de la prisión. Si bien las protestas iban en una dirección inesperada y tenían una extensión significativa, nos sorprendió su alcance y la valentía de las mujeres”, escribió Rasoulof en su nota de director.
“Cuando salí de la prisión, la pregunta importante era: ¿sobre qué debería hacer una película ahora? Me preocupaba. Creo que todo comenzó con lo que me dijo un miembro del personal superior de la prisión de Evin, y se quedó conmigo. Un día, en medio de la represión generalizada durante el movimiento de Jina, mientras esta persona visitaba las celdas de los presos políticos, me tomó a un lado y me dijo que quería ahorcarse frente a la entrada de la prisión. Sufría un intenso remordimiento de conciencia, pero no tenía el coraje de liberarse del odio que sentía por su trabajo. Historias como estas me convencen de que, con el tiempo, el movimiento de mujeres en Irán triunfará y alcanzará sus objetivos”, agregó.
En “La semilla del fruto sagrado”, el director crea a la familia compuesta por Iman, el padre (interpretado por Missagh Zareh), Najmeh, la madre (Soheila Golestani), y sus dos hijas, Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki). Mientras el padre trabaja condenando a los “enemigos internos” de Irán, las hijas comienzan a sentir la fuerza de una revolución que se hace cada vez más fuerte. La fuerza policial que reprime las manifestaciones se contrasta con el Irán de la actualidad, que ataca cada vez más los derechos humanos de las mujeres y las niñas, “imponiendo la pena de muerte, la flagelación, las penas de prisión y otras severas sanciones para aplastar la resistencia constante al velo obligatorio”, según escribió Amnistía Internacional en un comunicado de diciembre de 2024.
Las hijas de la historia se rebelan desde adentro del hogar, pero encuentran en su padre a un hombre con la convicción de seguir ayudándole al gobierno opresor, incluso si eso significa destruir a su familia. “El régimen actual de Irán solo puede mantenerse en el poder mediante la violencia contra su propio pueblo. En este sentido, el arma de mi historia es una metáfora del poder en un sentido más amplio, pero también crea una oportunidad para que los personajes principales de la historia revelen sus secretos, que van surgiendo gradualmente con resultados trágicos”.
El director filmó y posprodujo en secreto y a distancia la película. “Decidimos que no debía estar en el lugar durante el rodaje. La mayor parte del trabajo se hizo a través de FaceTime. La ventaja era que si alguien venía a ver el set, no me encontraría allí. A veces, cuando necesitaba estar más cerca, me sentaba en un coche o me quedaba a 100 metros de distancia”, contó el cineasta en una entrevista para The Guardian. Rasoulof contó, además, que cuando ya había salido de su país, enviaba notas al montajista a través de WhatsApp.
Ese trabajo que el director y su equipo hicieron con miedo a ser descubiertos, pero con la consistencia y el coraje de terminarlo, los llevó a ganarse el Premio Especial del Jurado en Cannes y a ser nominados en los Premios Óscar en la categoría de Mejor película internacional. La cinta también ha ganado otros 31 premios hasta el momento, que, aunque importantes, no se asemejan al hito de contar la historia de su país ante el mundo.
“Hay muchos relatos históricos de personas poderosas que matan a sus seres más cercanos para garantizar su propia seguridad. Sin embargo, en Irán, después de la revolución de 1979, hay extraños relatos de fanatismo e insistencia en una ideología que pervierte el infanticidio, el fratricidio, la búsqueda del martirio, entre otros, en valores cuasirreligiosos. En los últimos cuarenta años, la sumisión incondicional a las instituciones religiosas y políticas gobernantes ha creado profundas divisiones en las familias, pero cuando veo las recientes protestas encabezadas por la generación más joven, me parece que han elegido un camino diferente, más abierto, para enfrentarse a sus opresores”, concluye el director.