El Dios de una sociedad que sobrevivió a la nieve
“La sociedad de la nieve” ya ganó 12 premios Goya y se alista para disputar el título a mejor película extranjera en los Óscar. La cinta, dirigida por Juan Antonio Boyona, se basa en la historia real que, además de los sobrevivientes, tuvo la fe como protagonista.
Daniela Cristancho
La historia de la tragedia se resume en un fragmento de pocos segundos al inicio de la película de Juan Antonio Bayona. Un cura lee la Biblia mientras los jóvenes lo escuchan, días antes de partir con rumbo hacia Chile. “El Espíritu llevó a Jesús al desierto. Allí estuvo durante 40 días y 40 noches, siendo puesto a prueba por Satanás”, dice el párroco. Un guiño a los más de dos meses que pasarían algunos de esos jóvenes en la montaña. “Si eres el Hijo de Dios, que esas piedras se conviertan en panes para comer. Pero Jesús respondió: ‘No solo de pan vive el hombre’. ‘Coman todos, porque este es mi cuerpo’”, agrega, en un paralelo sobre ‘la comunión de los cuerpos’, como lo explicó Alfredo Pancho Delgado en la primera conferencia de prensa que dieron los sobrevivientes. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”, concluye la lectura.
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La historia de la tragedia se resume en un fragmento de pocos segundos al inicio de la película de Juan Antonio Bayona. Un cura lee la Biblia mientras los jóvenes lo escuchan, días antes de partir con rumbo hacia Chile. “El Espíritu llevó a Jesús al desierto. Allí estuvo durante 40 días y 40 noches, siendo puesto a prueba por Satanás”, dice el párroco. Un guiño a los más de dos meses que pasarían algunos de esos jóvenes en la montaña. “Si eres el Hijo de Dios, que esas piedras se conviertan en panes para comer. Pero Jesús respondió: ‘No solo de pan vive el hombre’. ‘Coman todos, porque este es mi cuerpo’”, agrega, en un paralelo sobre ‘la comunión de los cuerpos’, como lo explicó Alfredo Pancho Delgado en la primera conferencia de prensa que dieron los sobrevivientes. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”, concluye la lectura.
José Luis Iniciarte sabía que se estaba muriendo asfixiado. No era una muerte angustiante. A medida que la nieve se apretaba alrededor de su cara y el resto de su cuerpo, robándole las últimas gotas de oxígeno, se reencontró con su padre. Ese rostro, el del hombre que extrañaba desde hacía seis años, estaba sereno. De repente Coche Iniciarte ya no estaba en el Valle de las Lágrimas, dentro de un avión destrozado que había caído 16 días antes con él y sus amigos dentro. Este era otro valle. Era, como lo describiría años más tarde, “un paraíso de paz y felicidad donde viven los muertos”. La serenidad duró poco. Fito Strauch movió su pie y, por el túnel que dejó, entró el aire. Coche respiró. “Viejo, nos vemos más tarde, ahora no”, le comantó a su padre antes de que lo jalaran a la superficie helada.
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Después de la avalancha quedaron 19 sobrevivientes. Estuvieron atrapados tres días dentro del Fairchild, el avión que debía llevar al equipo de rugby uruguayo Old Christians hasta Santiago de Chile y que cayó en la cordillera de los Andes el 13 de octubre de 1972. Ese avión que había convertido en su casa, ahora, lleno de nieve y sin mucho oxígeno, era lo más parecido al infierno. Al tercer día apareció el sol y al salir del fuselaje, viendo el paisaje prístino, Iniciarte conoció a Dios.
“Estaba todo limpio, blanco. El cielo celeste y un sol amarillo que te calentaba la cara. Me senté arriba del fuselaje y, por el hoyo, vi salir a mis compañeros, como si la nieve los estuviera pariendo de vuelta. Y ahí me encontré por primera vez con Jesús de Nazareth. Estaba ahí, sentado”, le contó Inciarte a El País de España. Dijo que no volvió más católico de los 72 días que pasó en la montaña, pero sí con la plena certeza de que Dios existe. Como él, muchos sintieron lo divino en la cordillera. Dos cosas que no se acabaron: los cigarrillos y la fe. Los cigarrillos porque dos de ellos trabajaban para una compañía de tabaco y llevaron cartones para aprovechar la escasez que había en Chile en ese momento.
La fe se reinventaba. Cada noche rezaban juntos el Rosario. Dios y la Virgen María eran una excusa para la unión. Aunque venían de familias acomodadas y colegios católicos, la religión no era un asunto de todos, pero en la montaña se volvió un ritual, la fuente de la calma.
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¿Dónde estaba Dios cuando, al décimo día de su desaparición, dejaron de buscarlos? ¿Dónde estaba cuando la montaña se desplomó sobre ellos y se los tragó vivos? Cuando iban muriendo los amigos, los familiares, cuando no quedó otra opción que alimentarse de los cuerpos de quienes iban partiendo. ¿Dónde estaba Dios?
“Yo tuve una rebeldía con Dios. Estuve dos días que no quise rezar el Rosario con el grupo, aparte que me aburría muchísimo. Pero me sentí tan solo. En un momento de miedo Carlitos Páez me tira el Rosario y dice ‘seguí’. Y me metí. El Rosario nos unía, nos daba todo. Creyeras o no creyeras en Dios, había necesidad de creer en algo más”, contó Adolfo Strauch.
La fe en Dios fue la medida del tiempo. De cada una de esas noches que rezaron juntos, pero también del tiempo que tardó el avión en caer: los 17 segundos que se demoró Fernando Parrado en rezar el Ave María desde que se desprendieron las alas hasta que el fuselaje se detuvo en la nieve. Ese Ave María, el inicio del infierno, también indicó el final, cuando después de que sonara la melodía de Bach con el mismo nombre en la radio, 14 sobrevivientes escucharon que Parrado y Roberto Canessa, después de caminar 10 días por la cordillera, habían sido encontrados en Chile. El Ave María les hizo saber que vendrían por ellos, que podían regresar de la muerte.
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La palabra de Dios fue el impulso que necesitaron Parrado y Canessa para salir a esa última expedición, la que los regresaría a casa. “Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos”, escribió Numa Turcatti citando el Evangelio de Juan. Morir, como Jesús, para salvar a los que uno ama. El Dios de la montaña era uno que lograba lo imposible. Tanto, que 50 años después Roberto Canessa, cardiólogo infantil, aún le reza cuando tiene un caso complejo. Se volvió también un dios escurridizo, que no encontró Carlos Páez cuando volvió al Valle de las Lágrimas muchos años después.
Y, sin embargo, la fe no era solo eso, no estuvo solo puesta en Él, sino en las manos humanas. En La sociedad de la nieve, la cinta de Bayona, Arturo Nogueira le dice a Turcatti: “Mi fe... discúlpame, Numa, no está en tu Dios. Porque ese Dios me dice lo que tengo que hacer en mi casa, pero no me dice lo que tengo que hacer en la montaña. Lo que está pasando acá no se puede ver con los ojos de antes. Este es mi cielo y yo creo en otro Dios. Creo en el Dios que tiene Roberto en la cabeza cuando viene a curarme las heridas. En el Dios que tiene Nando en las piernas para salir a caminar sin condiciones. Creo en las manos de Daniel cuando corta la carne. Y Fito cuando la reparte sin decirnos a qué amigo perteneció y así podamos comerla sin tener que recordar su mirada. Creo en ese Dios. Creo en Roberto, en Nando, en Daniel, en Fito y en los amigos muertos”.
Y, asimismo, lo ha dicho siempre Eduardo Strauch, quien hoy en día no cree en Dios: “En aquel momento me calenté mucho con Dios, realmente estuve indignado. Y, sin embargo, vuelvo a la cordillera y me encuentro con todo lo que aprendí y conocí de mí mismo. Salí creyendo y sigo creyendo cada vez más en el ser humano”.
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Quizá la mano de Dios está en los crucifijos que intercambió Álvaro Mangino con su novia antes de volar y al que le hablaba todas las noches, prometiendo volver a Uruguay para casarse con ella; y en cuando, en efecto, cumplió su promesa. O quizás estuvo en el momento en el que Parrado fue con su esposa y sus hijas al Valle de las Lágrimas y, frente a la tumba de su madre y su hermana, se dijo a sí mismo que lo volvería a hacer todo con tal de llegar a ellas, su nueva familia. O en la torta que guardó la madre de Daniel Fernández durante 80 días en el congelador, para dársela a su hijo cuando regresara. O en las cartas que escribió Gustavo “Coco” Nicolich y que, aunque murió, llegaron a las manos de sus padres y su novia, porque Gustavo Zerbino se encargó de entregarlas.
José Luis Coche Iniciarte murió el 27 de julio de 2023, a los 75 años. Vivió más de 50 años después del accidente en los Andes. “Nos vemos más tarde”, le había dicho a su viejo. Hace unos años, un periodista le preguntó a la mamá de Nicolich, que era creyente, por qué Dios hacía cosas como las que tuvo que vivir su hijo. “Ah, yo también lo quisiera saber”, respondió.