Actriz, productora, escritora, modelo, empresaria... pareciera no haber fin para sus facetas. Sin embargo, a Isabella Rossellini le gusta afirmarse como una realizadora cinematográfica. Su vida ha girado en torno al cine, ya fuera actuando, produciendo, escribiendo o dirigiendo. Es esta última faceta a la que le ha dedicado sus días y horas: los proyectos Green Porno y Seduce Me.
Se trata de una serie de pequeños cortometrajes sobre los hábitos reproductivos de los animales y en ellos Rossellini actúa, produce, escribe y dirige. Enfundada en coloridos trajes de peluche, en disfraces hechos a la medida respaldados por increíbles escenarios realizados con puro arte manual, con humor y, sobre todo, con una gran creatividad, recrea la vida sexual de animales marinos e insectos en pequeños filmes que podrían encajar perfectamente dentro de la didáctica, porque fueron investigados con rigor.
Ha tenido una gran vida, como ella misma lo confiesa. Es hija de la mítica actriz sueca Ingrid Bergman y del director italiano Roberto Rossellini, considerado el padre del neorrealismo. Con una familia que respiraba y giraba alrededor del cine, Isabella Rossellini no pudo evadir el destino del arte cifrado en la pantalla.
Este año, el Festival de Cine de Cartagena le rinde tributo a esta actriz que trabajó siempre con directores de miradas particulares y arriesgadas, y recorrió el camino de las poses y los flashes como la imagen de la empresa de cosméticos Lancôme, por más de una década en la que su rostro se volvió un ícono de la belleza. Esa misma belleza despertó pasiones intensas en las grandes figuras de la escena del cine, como Martin Scorsese, David Lynch, el actor y cineasta Gary Oldman y el director canadiense Guy Maddin, con los que compartió su vida.
Será su primera vez en Colombia y se siente agradecida de que desde el Caribe le rindan un homenaje con una muestra de sus películas más significativas. Desde su casa en las afueras de Nueva York se le oye pedir un té de jengibre mientras nos responde a esta entrevista.
Lleva más de 40 años viviendo en Estados Unidos. ¿Qué tan importantes son sus raíces?
Llegué aquí cuando tenía 18 años y, por lo tanto, me siento tan europea como estadounidense. Mi madre también fue muy estadounidense, porque fue aquí donde hizo su gran carrera. Así que no me considero una inmigrante normal. En la historia de mi familia todo está mezclado; mi padre era italiano pero trabajó en Francia, mi madre era sueca pero trabajaba en Hollywood.
‘Green Porno’ y ‘Seduce Me’ han sido sus últimos trabajos como directora. ¿Cómo surgieron?
Fue un pedido que me hizo Robert Redford para Sundance. Ellos tienen un canal de televisión y querían hacer cortometrajes para la web. Yo había escrito Mi padre tiene 100 años, en donde también actué al lado de Guy Maddin. A ellos les encantó el proyecto y me preguntaron si quería dirigir más películas. Siempre he estado interesada en los animales, al igual que Robert Redford, quien siempre se ha preocupado por el medio ambiente. Entonces, cuando les propuse la idea de Green Porno, les encantó. Él me comisionó a hacer tres y el proyecto fue tan exitoso que ya llevamos 30.
Sus papeles nunca han seguido una línea comercial en el cine. ¿Qué le llama la atención de un proyecto?
Me interesa el director, y el hecho de haber sido hija de Roberto Rossellini me influyó en la escogencia de los roles. Me siento cercana a directores del estilo de mi padre, los que hacen cine de autor y no comercial.
¿En qué momento sintió que dejaba de ser “la hija de” para ser realmente Isabella?
Creo que fue sobre todo al comienzo. No creo que haya habido un momento específico. Creo que fue un proceso de madurar, de trabajar, de interesarme en otras cosas y diferenciarme de mis padres. Pero como el modelaje fue tan exitoso, diría que fue alrededor de esa época cuando empecé a sentirme yo misma.
¿Cómo fue su relación con los fotógrafos en su carrera de modelaje?
La relación que establecía con los fotógrafos fue lo que más me gustó de modelar. Trabajé mucho con Richard Avedon; era extraordinario aprender de él, era muy generoso dando información. En ocasiones me resultaba intimidante. Pero Bruce Weber era un amigo íntimo, comenzó mi carrera y tenía casi mi edad. Steven Meisel fue con el que mi carrera continuó porque le tomó gusto a las modelos mayores. Me fotografió varias veces cuando tenía bastante más de 40. Sigue siendo uno de los fotógrafos más influyentes y dominantes. Ellos fueron con los que trabajé más. Pude conocerlos mejor y eso hace que uno sea una mejor modelo, saber para quién se trabaja.
Habiendo vivido en ese mundo, ¿cómo define hoy en día la belleza?
No la suelo definir porque no creo que haya una definición de ella. Creo que ha habido demasiada elaboración en lo que se refiere a belleza y cosméticos. Pero creo que funciona más como un juguete comercial para vender revistas y, a la vez, publicidad. Creo que el concepto está distorsionado por esas relaciones, la gente que financia una revista y el motor que las respalda.
¿Hay algún papel que le haya generado un reto mayor?
Creo que todos han sido difíciles por razones distintas. Hice una miniserie en Francia y fui Josefina Bonaparte. Si bien hablo bien francés, fue difícil borrar mi acento del todo. En Left Luggage interpreté a una judía ortodoxa, tuve que ser muy cuidadosa con mis gestos porque mi lenguaje corporal puede delatarme como italiana o católica, por ejemplo. Entonces tuve que restringir mis movimientos naturales. Blue Velvet fue complicada porque había muchas escenas en las que estaba desnuda, y eso no es fácil. El personaje, a pesar de ser increíble, era poco común, entonces implicó mucha investigación y búsqueda de alma para interpretar a alguien así, sadomasoquista, algo loca. Cada película tiene sus problemas.
¿Cómo fue su experiencia en la película ‘La fiesta del chivo’ basada en la novela de Vargas Llosa?
Interpreté a Urania, la hija del dictador. La que se va y vuelve buscando venganza. Es un libro fantástico, muy conmovedor. Me pareció maravilloso ser parte de ese proyecto, porque además toda la familia de Vargas Llosa estuvo muy involucrada. Siempre están juntos, se desenvuelven como una tribu. Mario Vargas Llosa siempre estaba en el set. Es una familia tan extraordinaria que sólo haber compartido tiempo con ellos fue una excelente experiencia.
La filantropía es como un sello registrado de las figuras públicas. ¿Cuál es su posición?
No me gusta en lo que se ha convertido. Y eso no quiere decir que no sea generosa o que no esté atenta a lo que está pasando. Pero, la verdad, no me gusta hablar de eso. No me parece bonito que la gente exhiba sus buenas causas o su generosidad para caer mejor o tener mejor prensa. Me molesta mucho. Hace tres años, cuando daba entrevistas, me preguntaban si tenía novio; ahora no me hacen esa pregunta (seguramente por la edad), pero sí “qué doy a cambio de...”. Es casi como un estereotipo. Antes era una cuestión privada. Recuerdo que mi madre era bastante reservada con sus tareas filantrópicas.
Dado que hace rato no le hacen la pregunta, se la hago yo: ¿comparte su vida con alguien?
No (risas).
Ha compartido su vida con figuras icónicas del mundo del cine (David Lynch, Martin Scorsese...). ¿Qué aprendió de ellos?
Compartí con todos el interés y el amor por el cine. No sabría decir si aprendí algo directamente de ellos. Pero, por ejemplo, trabajo siempre con el equipo con el que trabajó Guy Maddin. Si hay una influencia de dirección en mi trabajo, sería la de él. Me enseñó a trabajar con muy poca gente en el set. Fue él quien me dio la idea de que podía dirigir. David y Martin son cineastas excepcionales y aprendí mucho de ellos, de la vida, de todo.