A Jaime Bayly no hay que picarle la lengua, el solo va hablando de sus personajes ‘favoritos’, no porque los quiera, sino porque disfruta mucho criticándolos: los presidentes Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega. Sus comentarios recorren toda la gama de posibilidades: desde cómicos como cuando afirma que conoció a Chávez antes de que luciera como un hipopótamo —“pareciera que se está comiendo toda Venezuela”—, hasta acusaciones duras como que un violador como Ortega y un golpista como Chávez deberían estar presos.
Sus posiciones políticas aparecen en su boca casi sin pasar por el filtro del pensamiento. Él mismo lo reconoce: “digo lo que pienso y a veces ni siquiera pienso lo que digo”. Da risa, pero no parece tan cierto, pues Bayly logra un gran efecto con sus palabras. Además, sería difícil creer que un hombre que sabe sacar a sus entrevistados los secretos mejor guardados, que se ha lanzado a confesarse a través de páginas y páginas de libros, no tenga bien calculado hacia dónde dispara sus dardos.
Bayly, con varios kilos de más y con un corte de pelo que parece un homenaje a los despelucados e irreverentes años 60 y al emblemático filme El graduado, sigue siendo el encantador que se metió en la vida de los colombianos en los 90, cuando la única posibilidad de televisión por cable eran las antenas parabólicas que recogían todo lo que se encontraban en el espectro electromagnético. Ahora sus estadías en Bogotá serán largas, gracias al nuevo programa que lleva su nombre en el canal NTN (Canal internacional de RCN Televisión), y que tiene el mismo formato de sátira política que ya se le conoce.
¿Cuándo pasó de interesarse por las celebridades para convertirse en un crítico de la política latinoamericana?
El punto de quiebre en mi carrera fue en el año 2000. Hasta entonces era un entrevistador de celebridades. Me contrató Telemundo y me fue fatal... Porque estaba escrito en el destino. Ese año sufrí mucho, porque me pasaba los días llamando a las celebridades y no me contestaban, prometían que venían y no cumplían. Me di cuenta de que el programa dependía de la voluntad caprichosa de divos y divas y que yo no podía ser una especie de parásito o apéndice.
Extraño, porque las celebridades siempre quieren salir en televisión...
Pero en ese entonces me pasó así. Si trabajaban en Televisa entonces no venían y en ese momento pensé que me convenía cambiar el estilo y convertirlo en un programa de análisis de política. Si alguien quiere venir es bienvenido, pero tengo un rol más activo, no sólo me limito a preguntar. Quisiera seguir haciendo entrevistas, no sólo políticas, pero preservar la libertad que he tenido para escoger con quién quiero hablar y con quién no.
Sus posiciones frente a temas como el aborto y los derechos LGBT son liberales, bastante a la izquierda. Pero en política está alineado con los presidentes Alan García y Uribe. ¿Me explica esta contradicción?
Yo soy una sola contradicción y a veces éstas son inexplicables. Alguna gente cree que soy de derecha o conservador, pero es un error de percepción. Es complicado, porque en lo personal soy muy liberal. Pero si me ponen a escoger entre Uribe y Chávez me quedo con el primero, que me parece serio y no como Chávez, que es un charlatán.
Pero, por ejemplo, yo voté por Obama. Cómo podría ser conservador si he dicho que soy bisexual, que estoy a favor del estado laico. Que si fuera presidente del Perú haría lo que Costa Rica en el año 48 y disolvería las fuerzas armadas, pues un país pobre no puede gastar sus pocos recursos en armas.
¿Y es que quisiera ser presidente del Perú?
Mi mamá sí quisiera... y yo a veces también. Pero mis hijas no, y sobre todo mis compatriotas no quisieran. Así que no tiene mucho sentido aspirar.
Hablando de la bisexualidad. ¿Ha sido una condición permanente?
Bueno, hablo por mí, porque la sexualidad es muy personal y es un misterio insondable. Mi sexualidad ha estado siempre en permanente evolución. En una época fui heterosexual y me sentí bien con eso. Luego descubrí que tenía unas apetencias que me atreví a explorar. Y como no me inhibí de hacerlo, fui honesto al decirlo. En este momento me siento un jubilado de la sexualidad.
¿Alguna vez se ha inhibido de algo?
La verdad es que no. Me he dado el lujo de no replegarme en el pudor. De no ser políticamente correcto. He sido un poco deslenguado y hablantín. Prefiero irme de boca que ser un pusilánime.
¿Usted usa la seducción como herramienta periodística?
Creo que entrevistar es un ejercicio que consiste en obtener del interlocutor un alto número de confesiones que no se atrevería a hacer. Para eso hay dos técnicas: la de la agresión, que creo que no funciona, porque si uno aspira a que una persona revele sus secretos mejor guardados, al agredirlo se replega. Por el contrario, si creas complicidad y seducción consigues que tu interlocutor se relaje, baje la guardia y te cuente sus mejores secretos. A veces las personas después se arrepienten, pero el buen entrevistador los mete en un estado como de hipnosis.
¿En qué momento un periodista puede ponerle su nombre a un programa?
Bueno, yo no quería, el nombre que me gustaba era El francotirador, como en Perú. Pero en ese momento me dijeron que no era un buen nombre por el clima de paranoia e iban a creer que yo era un talibán. Me dijeron que en Estados Unidos los programas llevan el nombre del entrevistador.
¿Por qué el pelo es tan importante para usted?
Lo es más para la gente que me pregunta por qué no lo corto, o si es un peluquín. Es una señal de rebeldía, lo llevo como me da la gana porque es un signo que refleja que me gusta despeinarme y despeinar a las personas.