No hay acto más grande de amor que dar vida, pero lejos está de ser un cuento de hadas de esos que el cine, la televisión, la publicidad, la literatura, las religiones y la misma sociedad han perpetuado. La escritora Rachel Yoder publicó en 2021 una novela capaz de hablar de lo oscuro de esa experiencia haciendo uso de lo surrealista y la metáfora.
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La adaptación cinematográfica encuentra en Marielle Heller (la directora y guionista) y Amy Adams (coproductora y protagonista), una dupla inigualable que muestra la cruda metamorfosis de una mujer por cuenta de la maternidad.
Una de las cosas que más ha acelerado el movimiento feminista tras el #MeToo de 2017 es el cambio de modelo de representación femenina en la industria del entretenimiento, por cuenta de la cada vez más activa y reconocida participación de las mujeres en cargos y funciones de liderazgo. Eso se ha reflejado en los guiones que ahora son aceptados para ser producidos, en el tipo de rol que se nos da y el imaginario construido.
Las actrices, por ejemplo, hoy en día no solo protagonizan películas que antes eran destinadas para hombres, sino que además pueden mostrarse como villanas sin rasgos de debilidad. Poco a poco se ha desmitificado su figura y sus funciones dentro de la sociedad. Es que, en realidad, más allá de las diferencias biológicas, hay muy poco de lo que nos distancia con el sexo opuesto y el nivel de maldad y capacidad de cometer errores son los mismos.
Coral Cruz escribió el año pasado el estupendo guion de “El Castigo” de Matías Bize donde rebate esa idea de que “toda mujer es madre por naturaleza”, a través justamente de una madre que lamenta su rol. En 2023, el director colombiano Esteban Pedraza derribó en “Bogotá Story” ese idealismo de la madre abnegada que se resiste a cumplir sus sueños tras la llegada de un hijo. En 2017, desde el documental, “Amazona” evidenció la enemistad entre el concepto de maternidad y libertad a la hora de ser madre.
La incompatibilidad entre ambos papeles es una verdad inobjetable con varias realidades en su fondo de las que poco se habla en las calles y en el cine, y poco se reconoce por quienes lo experimentan por la culpa que genera. Son esas realidades incómodas las que aborda esta película.
La familia que seguimos en “Canina” (título en español) es simplemente identificada como madre, padre e hijo, resaltando con esto su universalidad. Esta madre decidió dos años atrás dejar su trabajo como artista para dedicarse de lleno a la crianza de su pequeño bebé, apoyada por el esposo, con quien lleva casi dos décadas de casada. El padre vive viajando y los visita por unos pocos días antes de partir nuevamente.
No pasa mucho tiempo tras el arranque cuando “Nightbitch” nos muestra el camino singular por donde nos llevará. La madre comienza a sentirse ahogada, odia las actividades de otras madres lactantes, le aburre hablar con ellas, desprecia esos juegos con niños y cantos infantiles. Al llegar a casa, le parece ridículo el resto de su rutina, comandada por las exigencias de su bebé. Pero todo eso que piensa y que vemos se mantiene contenido, solo aparece en sus pensamientos imaginando que lo expresa a su niño, esposo, conocidos y vecinos cuando le preguntan cómo va.
Un evento inesperado cambia las cosas. A ella le aparece un quiste en el coxis del que comienza a formarse una cola de perro. Otros hechos extraños y cambios en su cuerpo y sensaciones comienzan a sucederle, sintiendo cada vez más la necesidad de dar rienda suelta a su transformación.
Heller expone las complejidades de ser mamá y como pocas películas explora lo que implica, incluyendo un torbellino de contradicciones que reivindican la naturaleza humana de ser dador de vida y encuentra en el sarcasmo y el humor negro el vehículo para transitar los inmensos sacrificios que conlleva y pasan por los cambios físicos, emocionales y estilo de vida. No hay manera de quedar inmune a ese acto como mujer y pareja, a la que también le dedica buena parte de la historia, hablando de sexualidad, paternidad y responsabilidades compartidas; de esas que se hacen conscientemente o por omisión.
“Nightbitch” es una película catártica que parte del malestar que provoca el silencio alrededor del tema. El papel impecable de Amy Adams contiene rabia y frustración, pero también amor, vulnerabilidad, deseos y sueños. Un personaje que se expresa desde un rango amplio de emociones, pero también desde su corporalidad: ropa holgada, pelo desaliñado, cero maquillaje, ganancia de peso y movimientos de animal porque, además, sufre una metamorfosis. El trabajo combinado entre efectos especiales de maquillaje y CGI es muy bueno.
Mientras Coralie Fargeat con “La sustancia” habla de forma descarnada y hasta escatológica sobre la crisis de una mujer por ser descartada entrando a su mediana edad, Heller gestiona distinto la crisis de una madre a la que le pesa el aislamiento y su falta de identidad profesional.
Gracias al trabajo de Adams hay una honestidad y una calidez que raya en la ternura en esta película. Al final tenemos una fábula, con un monólogo de cierre inolvidable que homenajea el lado más salvaje de la maternidad, permitiendo una graciosa, divertida e irreverente reflexión sobre los roles femeninos, pero sobre todo ofrece dos claros consejos: el de aceptar y abrazar su animalidad y el de no olvidar que siempre hay que poner por delante el ser.
Inexplicable su olvido en los Óscars.