“En el taller”: arte por partida doble

Al parecer, Ana Salas, la hija, tomó buenas decisiones de realización documental y Carlos Salas, el padre, siguió en su creación hasta el final, a pesar de sus dudas y contrariedades. Tal vez la confianza en la mano profesional de la directora ayudó a despejar temores e incertidumbres.

Giancarlo Calderón*
18 de noviembre de 2018 - 07:53 p. m.
El artista Carlos Salas, protagonista de la cinta documental "En el taller", de la realizadora Ana Salas.  / SofíaOggioni
El artista Carlos Salas, protagonista de la cinta documental "En el taller", de la realizadora Ana Salas. / SofíaOggioni

“La simplicidad es la mayor sofisticación”

Leonardo Da Vinci

“Hace 24 horas vi los Cuatrocientos golpes y desde entonces no he dejado de pensar en ella un solo minuto... Creo que es excelente, y lo creo a ciencia cierta y hasta me atrevo a jurarlo, pero no creo que lo pueda demostrar...” El fragmento de la nota crítica es sobre el estreno de la película mencionada, de Francoise Truffaut, y escrita en este mismo diario hace poco menos de 60 años (1959) por el, en ese momento, incipiente y apasionado crítico de la cartelera de cine bogotana, el escritor Gabriel García Márquez.

Muchos años después... Varias coincidencias, casi al pie de la letra: yo tampoco he podido dejar de pensar en En el taller, de Ana Salas, su tercera película. Y también creo que es excelente, y también lo creo a ciencia cierta y hasta me atrevería a jurarlo... y tampoco sé si pueda demostrarlo. De cualquier modo, voy a intentarlo, a ver qué pasa. Al final -como en las películas- veremos cómo nos va: a mí en este intento y a los lectores, ustedes, en aceptarlo o creerlo. (También le puede interesar: En el taller de Carlos Salas)

Comencemos por el siempre riesgoso concepto con olor a sentencia: esta película es una obra de arte. Digo más: una rica obra de arte, en dos acepciones: es un deleite, visual y auditivamente (en la primera función que asistí, en el teatro Embajador en el centro de Bogotá, había una persona joven, ciega, acompañada, que al final resultó muy complacida). Y también resulta una enriquecedora experiencia estética y humana.

Una obra de arte, valga el juego de palabras, sobre el proceso de creación de otra obra de arte: un cuadro -un círculo, para ser preciso- de Carlos Salas (1959), uno de los más reconocidos artistas colombianos de las últimas décadas, y padre de Ana, la directora de esta película, de la que tengo que decir, sin pudores ni temores, que en mi criterio es la mejor y más bella película documental que se haya hecho en Colombia. Por lo menos en lo que se refiere a documentales sobre arte o artistas - con el permiso, se me antoja, por ejemplo, de Luis Ospina y su retrato íntimo del artista Lorenzo Jaramillo en sus últimos días: Nuestra película (1992). Y el otro retrato, incesante, inteligente y bellamente logrado del escritor Fernando Vallejo (2002).

Es una frase temeraria, riesgosa, y por lo demás controversial - esa de que es la mejor y más bella...-, lo sé, pero me atrevo a la ponderación porque, en mi caso, ha sido un verdadero gusto ver, ya varias veces, el documental artístico de esta joven directora colombiana. Y parece que no solo los espectadores como yo, o como la persona invidente la hemos disfrutado. El mismo protagonista, el pintor, y según la directora, su hija, ha sucumbido al placer de repetirla: “Mi padre se ha visto la película varias veces, y le encanta, le encanta volverla a ver, no se aburre nunca¨. Pero no siempre fue así. En el proceso de grabación hubo conflictos, casi enfados, y tropiezos, algunos literales, como los momentos accidentales donde la obra, En el abismo, una madera forrada en tela de forma circular y de gran dimensión, sufre caídas. O cuando, ante ciertas indicaciones de dirección, el artista-protagonista no calla lo que sería una especie de reproche, sobre todo a sí mismo: “No sé por qué estoy en este plan, por qué tiene que estar aquí, por qué alcahuetié esto… No quiero que me miren trabajar, no quiero que me digan qué hacer”. Ana Salas reconoce que si bien, en general, fue satisfactorio trabajar al lado y dirigiendo a su padre “hubo momentos difíciles y tensos”.

Al parecer, Salas, la hija, tomó buenas decisiones de realización y Carlos, el padre, siguió en su creación hasta el final, a pesar de sus dudas y contrariedades. Tal vez la confianza en la mano profesional de la directora ayudó a despejar temores e incertidumbres. Notaría, seguramente, que la obra en la que estaba participando estaba construida sobre una premisa de selección rigurosa y permanente, como la que él mismo estaba creando y ejecutando en medio de este trabajo. Y esto no podía ser más que un buen aliciente para continuar el proceso.

Proceso lleno de detalles. Cada elección, desde el primer cuadro negro, silencioso y prolongado, pasando por el difuminado, lento y cuidadoso, del paisaje montañoso a la textura de la tela de la obra en blanco. O las letras del título y su sonido evocador, quizá, de las ya añejas tizas sobre los pizarrones. O la letra escogida para que leamos los espectadores la comunicación epistolar entre ellos: la manera en que aparecen y desaparecen, la ubicación y en general la diagramación (a cargo de Juan Felipe Mejía) y cómo, a través de ésta, va logrando avanzar hasta llegar a una especie de juego y éxtasis estético con un simple punto después de poner su nombre en vertical, a veces…

C

A

R

L

O

S, a veces A

                  N   

                  A

                  .                                                                                                                                                                                                                              

Un simple punto final que aquí se convierte en belleza: la belleza de lo simple. Es decir, de lo complejo. Eso es esta película: una pieza simple y compleja. Compleja en cuanto profunda, pues no es, para nada, una película complicada y densa. Incluso se da licencias peligrosas: desdibuja con humor y naturalidad la misma hechura del cine documental, pues pone en evidencia de modo juguetón la irrealidad del concepto de realidad que suele estar detrás de este modo cinematográfico de contar.

En este punto, lo voy a decir otra vez sin ruborizarme un pelo, valiéndome del título sugestivo del escritor y guionista argentino Eduardo Sacheri, en el que confiesa su admiración absoluta por Maradona (otro que hacía arte con su zurda... pero ese es otro tema): Me van a tener que disculpar. Sí: todo es bello y bien logrado, a mi parecer, en esta película. La observación justa y prudente de la creación paulatina, curiosa, tenaz, honesta, silenciosa, placentera, tortuosa, de Carlos Salas. Y luego la planimetría, aérea, distante y respetuosa del espacio y los elementos que componen el taller; pero también, en contraste, los primeros planos de la indumentaria del artista, de sus manos inexorablemente manchadas por las  pinturas y las tintas. Y la cálida y pertinente aparición de Sara y Paloma, las hijas de Carlos, hermanas de Ana. Y sus juegos desbordados de energía y alegría. Y los pájaros (Romeo y Julieta), periquitos verdes, delicadamente filmados. Y el gato (Vito), negro y de buena suerte, y su relación graciosa y entrañable con Carlos Salas, entre otras pequeñas y grandiosas cosas, van nutriendo de una especie de ingenuidad y vitalidad genuinas las imágenes de este trabajo.

Y el sonido (Carolina Ortiz fue la encargada de la concepción, el rodaje y la posproducción y mezcla): una maravillosa compañía en toda la película. Impecable. Preciso. Fiel a la sensación de vacío que genera el espacio, captura de modo sutil los suaves y por momentos agrestes movimientos del artista con sus herramientas y materiales de trabajo. Y la música, escogida de modo pertinente: la que normalmente escucha el artista (Stephan Micus, David Lang, Meredith Monk) y la que escoge Ana Salas para otros momentos; alguna pieza, para el epílogo, de la misma Carolina Ortiz, y otra más, un jazz de Ricardo Gallo, compositor y pianista colombiano.

En el taller nos permite entrar en un espacio de, ante todo, libertad creativa, con el rigor y la disciplina que ello implica. Dice Carlos Salas mientras trabaja: “De niño me gustaba dibujar sobre los libros, no importaba qué libro fuera… No recuerdo nunca haber sido regañando por mis padres”. Tradición benévola transmitida a sus hijas, incluida la mayor, quien se refiere al rodaje y en general al proceso de creación: “Yo nunca lo sentí como una invasión, aunque algo de eso tiene… Yo desde pequeña tengo las puertas del taller de mi padre abiertas; siempre he entrado ahí de una manera muy natural¨. Ana sigue la remenbranza: “de algún modo siempre he sentido que ese espacio me pertenece, pues es de él, pero también es mío de alguna manera¨.

Pues sí: En el taller es muchas cosas. Pero una obra es valiosa por lo que es y también por lo que no es: muestra la mano y el pulso, qué hay detrás y la manera cómo se tendrá que defender una vez expuesta en el siempre indescifrable, impredecible mundo de los espectadores.

Miremos un poco qué no es En el taller: no es una película pretenciosa, ni efectista, pues la relación entre hija y padre, o mejor, entre directora y pintor, terreno potencialmente fértil para los elogios y complacencias mutuas, es manejado con el cuidado y la maestría requeridos para alejarse de sentimentalismos y otros lugares comunes por lo menos indiscretos.

Tampoco es un homenaje per se. Reconoce, eso sí, de entrada, a un artista serio y lo trata con debido tacto, profesional y humano. Respeto y distancia; observación con lupa de los detalles, tanto del oficio plástico del personaje como de las interacciones con los personajes del entorno del mismo pintor. Pintor que crea y trabaja, trabaja y crea, observa, por momentos habla, en muchos otros calla. Piensa. Se ejercita incluso. Medita. Se deja ir en silencio y mirada lejana, reflexiva. Habla otra vez: “A veces me reconozco en la tela… Veo en cada trazo un rasgo, como si fuera un autorretrato”. Hace preguntas incontestables: “¿Qué es la pintura?, “¿para qué ?”. Otra vez calla. En estos pasajes, particularmente, recordé a no sé quién cuando dijo: en cualquier caso el lenguaje de Dios es el silencio. Es una película de acción, del acto de crear, que paradójicamente convoca a la contemplación y al silencio, eso tan bello. Y así, aunque parezca una obviedad, en la medida que no es algunas cosas, es otras, y es esto lo que la erige como la gran pieza audiovisual que es. Un triunfo artístico.

¿Y el final? el final es un poco calculado a mi modo de ver: padre e hija contemplan y comentan la obra terminada, surge entonces la figura de la luna como conector y símbolo... pero los finales de las películas, dice la cortesía en honor a la sorpresa, nunca se cuentan antes de ser vistas. Vayan a ver esta película, aún quedan proyecciones por muchas salas del país antes de que se acabe este 2018.

Es muy complicado hacer algo simple. Ana Salas lo ha logrado. Recordemos a Oscar Wilde con su aguda expresión: los placeres sencillos son el último refugio de los seres complicados. En su taller - en este y en otros - Carlos Salas se refugió hace ya más de tres décadas. Y En el taller parece ser ahora el lugar donde padre e hija tendrán para compartir refugio en posteridad. Nosotros, los espectadores, tendremos la oscura y siempre mágica sala de cine, y luego cualquier espacio donde poder ver esta simple y conmovedora película. El hecho es que está hecho, ahora es una realidad. La carta final lo dice de modo inmejorable y precioso:

                                                          8 de diciembre de 2013

                                   Papá,

                                   Esta noche me senté a leer un diario

                                  de hace dos años, en el que esbozaba apenas

                                   la película que vamos a filmar muy pronto.

                                   En ese momento, me preguntaba

                                   cómo la iba a hacer y todo

                                   me parecía muy incierto.

                                  Sentía que iba a dar un salto al vacío.

                                   ¿Recuerdas?

Ahora puedo ver que este salto me permitió

encontrar poco a poco, en medio del vacío,

el camino para lograr estar aquí, ahora,

                     lista para iniciar el rodaje.

                       Lo que tanto he pensado, imaginado, escrito,

                             Quedará impreso en un soporte material

                   Y se convertirá en imágenes, sonidos, sensaciones…

                                                        Y me conmueve mucho ver

                                                         Cómo lo soñado se vuelve

                                                         palpable: entra en la realidad

                                                           A

                                                           N

                                                           A

                                                           .


* Comunicador S. - Realizador audiovisual

Universidad Javeriana

Por Giancarlo Calderón*

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