Los nuevos superhéroes son machos de verdad

Estábamos acostumbrados a ver en la pantalla estereotipos masculinos limitantes y dañinos. Los guionistas de hoy presentan hombres vulnerables, reales.

Laura Galindo M.
07 de junio de 2019 - 05:01 p. m.
A los nuevos superhérores se les permite sentir, equivocarse, cambiar, crecer.  / Marvel Studios
A los nuevos superhérores se les permite sentir, equivocarse, cambiar, crecer. / Marvel Studios

¿Cómo puedes imaginar a alguien todavía más fuerte que tu personaje más fuerte?”, se preguntó Stan Lee. Ya había creado a Spiderman, a los Cuatro Fantásticos, a Doctor Doom, a Ant-Man y al increíble Hulk, un humanoide verde, enorme y dueño de una fuerza, tan descomunal como irracional, que aumentaba cuando tenía ataques de ira. Después de varios días, la solución le vino de golpe: “No lo hagas humano, haz que sea un dios”.

Ya existían suficientes deidades griegas y romanas: Hades, Hércules, Poseidón, Afrodita, Medusa. Así que decidió buscar entre la mitología nórdica y se encontró con un dios capaz de controlar el clima, la cosecha, la justicia y la guerra. Lo imaginó vikingo, con barba larga y casco de cuernos. Rubio, musculoso y con mazos de batalla. Llenó algunas hojas con los primeros esbozos de la historia y se las entregó a su hermano Larry para que la escribiera. El dibujante Jack Kirby se encargó de hacerla cómic y en agosto de 1962, la primera entrega de Thor, el dios del trueno, fue publicada en el número 83 de la revista Journey into Mystery.

Era un relato de 13 páginas en las que Thor había sido desterrado por los dioses y condenado a vivir en el cuerpo frágil de Donald Blake, un médico cojo que encontraba un bastón de madera, lo golpeaba contra una roca y lo convertía en el Mjolnir, su emblemático martillo. La magia del mazo le devolvía su condición de dios para enfrentarse a la muerte, salvar el mundo, rescatar a Jane Foster –su eterna enamorada– y unirse a los Vengadores. 

“Alguien todavía más fuerte que tu personaje más fuerte”, así concibió Stan Lee a Thor. Invencible, certero, soberbio. Un héroe entre los héroes. Casi sesenta años más tarde, Marvel Studios estrena Avengers: Endgame. Ahora, el dios del trueno lucha contra su impotencia, contra la frustración de no haber salvado el mundo, de haber errado el tiro y no haber matado a Thanos, el dictador intergaláctico. Está gordo, se ha vuelto torpe y los demás vengadores lo miran con condescendencia. 

“Nacemos y nos son asignadas ciertas expectativas de comportamiento según el género al que pertenecemos. Los hombres debemos ceñirnos a los modelos tradicionales de masculinidad”, dice Donald Bell en su libro Ser varón. Se refiere a cuatro características esenciales: fuerza, obsesión por el éxito, hermetismo emocional y ausencia de cualquier temor. La descripción más precisa del superhéroe.

Un hombre de acero, resuelto y presto a rescatar al amor de su vida, que siempre se las arregla para caer desde el edificio más alto. Un filántropo millonario que se vale de su inteligencia y de un montón de herramientas tecnológicas para salvar el mundo. Un soldado nacionalista que lucha en nombre de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Un empresario, y además científico, que construye su propia armadura indestructible. Superman, Batman, El Capitán América y Ironman, por nombrar unos pocos. Todos clichés de la masculinidad basados en modelos de control, fuerza y competencia. 

“Esa identidad se adquiere por oposición a lo femenino. El ‘macho’ debe convencer a los demás de tres cosas: que no es mujer, que no es homosexual y que no es un niño”, explica la filósofa Elisabeth Badinter. Esta es una identidad construida a partir de hegemonías patriarcales en las que los hombres son salvadores y las mujeres salvadas; en las que les está prohibido fracasar, dudar o mostrarse sensibles, y en las que se les obliga a ser violentos para defender una masculinidad que, en el fondo, es frágil. 

De ahí la importancia de los superhéroes actuales. En el mundo de DC Cómics de 1941, Aquaman es el soberano del mar. Mitad hombre mitad atlante, de fuerza indescriptible y más veloz que la luz. Un ser mitológico capaz de comunicarse con criaturas marinas y convertirlas en súbditos. Un guerrero imbatible, individualista y prepotente. El mismo Aquaman, ocho décadas después y puesto en la pantalla por Warner Bros Pictures, tiene los mismos poderes, pero ha aprendido a usarlos en equipo. Es torpe, sensible, cómico. Se enamora de Mera, que lo supera en inteligencia, y, lejos de ver amenazada su masculinidad, se siente orgulloso. 

“Lo que seguimos sin entender es que el machismo no solo daña a las mujeres. A los hombres los encierra en una superioridad muy frágil que los hace vivir a medias y perpetuarse en estereotipos que los lastiman”, dice Badinter. La nueva masculinidad del héroe le permite sentir, equivocarse, cambiar, crecer. Le permite ser “todavía más fuerte que el más fuerte”. 

Por Laura Galindo M.

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