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Gary Nader invita a entrar a su galería, ubicada en el corazón de Wynwood, el nuevo distrito artístico de Miami. Sus 17.000 metros cuadrados la convierten en la más grande del mundo y las obras que alberga seguramente en la más importante de arte moderno y contemporáneo latinoamericano. Parece un museo, Nader lo sabe, no oculta su orgullo.
El espacio es admirable. En su patio frontal hay nueve esculturas monumentales del colombiano Fernando Botero. En el primer piso, cerca de la entrada, sobresale Three Brushstrokes (1984), una escultura del estadounidense Roy Fox Lichtenstein valorada en siete millones de dólares. En el interior la lista parece interminable: más bronces y pinturas de Botero, cuadros de Pablo Picasso, Marc Chagall, Damien Hirst, Albert Oehlen, Sophia Vari y de los latinoamericanos Roberto Matta, Wilfredo Lam, Julio Larraz, Claudio Bravo, Rufino Tamayo, Jesús Rafael Soto, Tomás Sánchez, Mario Carreño, Joaquín Torres García, entre otros. En el segundo piso, un espacio para la fotografía contemporánea, las esculturas y pinturas del estadounidense Frank Stella, los bordados del brasileño Walter Goldfarb y una serie de obras de la dominicana Soraya Abu Naba’a que llaman la atención.
La noche anterior aterrizó proveniente de Nueva York. Mientras cuenta que asistió a las subastas de arte latinoamericano de Christie’s y Sotheby’s y visitó museos y coleccionistas, abre la puerta de su oficina privada. Al fondo, detrás de su escritorio, tres de sus obras favoritas: Buste de femme (1953), de Pablo Picasso; Deux peches (1920), de Henri Matisse; y Physical morphology (1938), de Roberto Matta. En las paredes de los costados sobresalen Rosalba (1969), de Botero, y un segundo Picasso, sin título, de 1920. Son sólo algunas de las 500 obras que componen su colección particular, repartida entre su galería y su casa de Miami.
No acaba de tomar asiento cuando suena su teléfono celular. Es un cliente que le pide con urgencia una obra del chileno Claudio Bravo. “Tengo más de 100 personas pidiendo cosas muy específicas que toman bastante tiempo encontrar”. ¿Cómo cuáles? “Siete pedidos de Picassos entre tres y cinco millones de dólares, un par de Monets, un Kandinsky y obras de la época de los toreros de Fernando Botero por las que están dispuestas a pagar entre uno y dos millones de dólares”.
Nader asegura que en lo suyo también hay una fuerte dosis de trabajo social. Así como es una galería comercial, también es un espacio para la comunidad, incluidos niños y jóvenes, que busca difundir los diferentes tipos de arte a través de exhibiciones didácticas como las que ha hecho de Matta, Lam o Botero. “En Nueva York, París o Madrid ves gente joven en los museos, mientras aquí están vacíos. Así es que mis obras y algunas de las que ya están vendidas se quedan en la galería por meses porque quiero que la gente las vea. Tener una colección abundante, fascinante y meritoria no vale nada si sólo es para que la observen tu esposa y tus hijos”.
Sus planes parecen ambiciosos para una ciudad como Miami, que aunque está en constante crecimiento es incipiente en temas de arte. Para Nader eso es lo que, precisamente, hace la diferencia. “Yo hago las cosas a mi manera y en Nueva York, Chicago o Los Ángeles ya todo está hecho. Hay tanto que ver que no vale la pena ser uno más, y menos si tu galería es puramente comercial”.
Antes de su galería de Wynwood, inaugurada en octubre de 2006, Nader poseía un espacio en Coral Gables. En ese entonces vio como durante la primera feria de Art Basel Miami Beach (2001) no había piezas de arte latinoamericano. “Me sentí insultado y lo sigo estando porque se trata al arte de la región como tercermundista, pero no es culpa de ellos, es de nosotros mismos”, expresa. Quizás por eso en diciembre de 2009, en plena inauguración Art Basel, montó una retrospectiva de Matta sin precedentes que los más notables coleccionistas corrieron a ver mucho antes de poner un pie en la versión latinoamericana de la famosa feria suiza. Este año hará lo mismo con Fernando Botero.
Su visión de las ferias es crítica. Señala que se han desviado, que parecen un mercado de las pulgas y que su valor didáctico y curatorial es deficiente. “Si sabes de arte y entras a una feria te darás cuenta de que el noventa y cinco por ciento de lo que hay ahí no vale la pena sencillamente porque las cosas buenas tienen tanta demanda que no hace falta llevarlas a las ferias. Tampoco es posible tener una producción realmente buena que permita llenar cientos de stands cada tres meses”, señala Nader mientras reconoce que siguen siendo un buen instrumento comercial para hacer conocer a un artista joven.
Desde República Dominicana
Gary Nader nació en República Dominicana en 1961 y es de ascendencia libanesa, un país que visita con frecuencia y en el que está pensando instalar un gran centro de arte latinoamericano.
Su primer encuentro con el arte ocurrió en Haití, en la galería de su tío, George Nader, el galerista más importante de la isla y el más grande coleccionista de arte haitiano del mundo, aquel que hicieron grande Philomé Obin, Héctor Hyppolite, Bernard Séjourné y Wilson Bigaud. Era la época en la que el arte de ese país era el más conocido de América Latina y el Caribe en Europa; cuando las subastas neoyorkinas se realizaban en Parke Bernet, hoy Sotheby’s. Sin embargo, los Nader lamentan el terremoto de enero de 2010, que se llevó casi toda la colección: más de 12.000 obras que permanecían en la mansión/museo de la familia en Puerto Príncipe desaparecieron y con ellas parte de la cultura de la isla.
Su segunda experiencia sucedió cuando su padre abrió la primera galería de Santo Domingo. Nader tenía ocho años y la visitaba casi a diario hasta que a los 12 años hizo su primera venta, a los 13 su primera compra y a los 18 fue promovido como director de la galería.
A mediados de la década de 1980, Nader aterrizó en Miami y abrió una galería en Coconut Grove. Vivió en París y Madrid e hizo subastas por más de 10 años y ganó, además de clientes fieles, reconocimiento mundial. “Llevo más de 30 años en esto. Fui el primero que empezó a traer de Europa a Estados Unidos obras de Matta, Lam, Botero y Torres García”, asegura.
Hoy, asiste a todas las subastas importantes del mundo y no compra para el inventario de la galería nada que no pusiera en su casa. Casi nunca acepta obras en consignación porque, dice, es una forma de controlar la obra y evitar llamadas diarias de los vendedores a preguntar si se negoció. “Esto no es algo que se mueve de la noche a la mañana. A veces compro algo y no he llegado a la galería cuando ya lo he vendido; en otras oportunidades puedo tardar hasta dos años”.
Pero hay obras que ni siquiera quisiera vender. El Matta que tiene en su oficina, una de las joyas de la galería, lo ha vendido y comprado cuatro veces. Lo adquirió hace 15 años en Sotheby’s y se lo vendió a un dealer a quien se lo compró de vuelta. Lo mismo hizo con un coleccionista chileno. “Lo más interesante de este negocio es que las mejores piezas son las que a lo mejor no se venden y lo único que hacen es subir de precio. Como dijo alguien: ‘Me hice rico con lo que vendí y multimillonario con lo que no vendí’. Es algo en lo que yo creo. El problema no es vender, es reponer: puedes comprar una obra en un millón de dólares y si la vendes en uno punto uno millones logras un retorno interesante. El asunto es que si con ese monto no puedes comprar algo igual lo que estás haciendo es degradar el inventario de tu colección”.
Nader está unos cinco meses fuera de Miami y viaja con frecuencia a Nueva York, Los Ángeles, Buenos Aires, Dubái, Abu Dhabi, Qatar, Damasco, Beirut, París, Londres y Madrid. En cada una de esas capitales le toma el pulso al mercado y comenta que algo extraordinario por fin ha ocurrido con el arte contemporáneo. “Siempre he creído que lo que sucedió en los últimos diez años fue muy especulativo; una combinación entre las casas de subastas y unos coleccionistas que compraron barato en las galerías para después inflar los precios de algunos artistas sin ningún mérito –comenta–. Lo que sucedió en los últimos dos años no es más que una limpieza del mercado en la que los únicos que se mantuvieron fueron los grandes maestros, quienes al final representan el arte que está en los museos”.
Pasión por Botero
Nader es el mayor coleccionista privado de la obra de Fernando Botero y se siente honrado con su amistad. Dice que conoce su trabajo desde que tiene 20 años y que quedó maravillado cuando vio posar sus esculturas monumentales en los Campos Elíseos en 1992. Conoció al maestro a través de Lina, su hija, quien le fue presentada por Alfred Wild, su ex esposo.
Un día, sin pedirle permiso a Botero, realizó una pequeña retrospectiva, de 40 obras, en su galería y después se lo hizo saber. El maestro lo llamó y lo felicitó por la exposición. De eso hace más de 12 años. El coleccionista se animó y compró diez dibujos del artista cuyas fotos le hizo llegar. “Me llamó y me dijo: ‘Gary, esos dibujos son falsos’ ”. Nader se los mostró a Juan Carlos, hijo del maestro, quien le respondió: “Son tan buenos que parecen falsificados”. Los sacó del vidrio y los volvió a fotografiar y a enviar. “Me llamó nuevamente y me dijo: ‘Las fotos ahora sí son buenas, esos dibujos sí son míos’ ”, cuenta Nader mientras ríe a carcajadas. “Aproveché y le pregunté dónde estaba y si me podía recibir. A la mañana siguiente estaba tocándole la puerta en su apartamento de Nueva York. Lo vi y le dije: ‘Maestro, usted sabe que yo vendo muchas obras suyas pero lamentablemente se las compro a otra galería; ¿por qué no empezamos una relación?’. Me dijo, ‘yo vendo, no entrego en consignación’. Le respondí ‘yo compro’ y me sacó cinco obras que vendí en cuatro días”.
Desde entonces, Nader ha comprado y vendido unas 400 obras de Botero y en su galería se encuentra la exposición de piezas más importante que existe con unas 12 obras de la década de 1970 muy difíciles de encontrar, 30 esculturas, 10 monumentales y más de 40 dibujos. “La gente me pregunta por qué Botero. Les digo que es el artista más único y reconocido que existe en el mundo, que se ha ganado un puesto en la historia, que estar junto a sus obras es agradable a la vista y hasta jocoso, que poseen sabor y, claro, están en la mayoría de los museos del mundo”.
Nader vuelve a conectar su teléfono celular para regresar a la acción y concluye: “De nada sirve tener la galería más grande del mundo si en su interior no están las mejores obras”.