Con música y danza cambian la vida de jóvenes afros

En 2007, un agente de policía fundó la asociación cultural de raza, danza y música Mi Raza. / Cortesía grupo Mi Raza

Un agente de policía fue quien, en uno de sus traslados, fundó el grupo de danza y música Mi Raza. Su viaje ocurrió en 2005, cuando recibió la noticia de que debía empacar maletas para estrenar una nueva vida en Quibdó, con la misión de trabajar en proyectos comunitarios.

Fue así como Sinecio Riascos llegó a la capital chocoana. Allí, en medio de su trabajo y mezclándose con la gente, encontró a un grupo de auxiliares bachilleres que interpretaban la música tradicional del departamento, la chirimía. Con ellos descubrió la música y con la música, el clarinete. Comenzó a interesarse y a aprender sobre este instrumento para, dos años más tarde, fundar Mi Raza: la asociación cultural de raza, danza y música.

A pesar de que en 2007, cuando nació el grupo, tuvo que trasladarse a Cali, siguió con el proyecto. Y muchos de los auxiliares que vivían en Chocó se fueron con él para continuar con el grupo. Estando en la capital de la salsa, hizo una convocatoria para niños y niñas de 12 años en adelante que quisieran hacer parte del grupo.

Su idea era invitar a jóvenes del sector de Aguablanca, un barrio marginado de la ciudad, para mostrarles una salida diferente a la que normalmente encuentran allí: el vandalismo y el microtráfico. Su propuesta era enseñarles, con talleres semanales, sobre música y danza del Pacífico, pues la mayoría de los niños que viven allí son afrocolombianos: una de las poblaciones más golpeadas por los fenómenos de violencia, pobreza y desplazamiento, señala Ana Celia Mosquera, una de las vocalistas del grupo.

“Muchos de ellos viven en colonias que vienen huyendo de factores de violencia. La mayoría están en zonas de pobreza y espacios de hacinamiento”, dice Mosquera.

Ahora son un equipo de ocho instrumentalistas, tres vocalistas y 30 parejas de niños. Para Ana Celia Mosquera, una de las razones por las que Mi Raza ha tenido tantos adeptos es que, como no tienen un espacio fijo donde ensayar, deben hacerlo en la calle. Allí, donde los vecinos, las mamás y los jóvenes pueden acercarse, mirar y curiosear.

Con estos talleres semanales, los jóvenes encuentran otras motivaciones y un camino para cumplir sus sueños, comenta Mosquera. “Es un momento de esparcimiento y de apertura mental. Encuentran otras expectativas y espacios de canalización de toda esa energía: bien sea, de no tener nada que hacer o de estar en un medio pesado y de limitaciones económicas”, afirma la vocalista.

Inclusive, dice, Mi Raza les ha permitido quitarse la carga que infundadamente se han ganado por el hecho de ser afros. “Los niños tienen en el fondo de su corazón un pensamiento de reivindicación. Quieren impactar positivamente a la sociedad y mostrar que, porque lo tengan estigmatizado a uno, pueden superarlo. Y si tienen algo positivo por dentro, deben exteriorizarlo y rebatir esos pensamientos estereotipados”.

Un ejemplo de ello es Fredy Medina, quien ingresó al grupo en 2008, cuando tenía 19 años. Entonces cursaba el último año en el colegio y, al igual que ahora, disfrutaba del baile y la música. Fue así como a una de sus presentaciones de arte en la escuela llegó Sinecio y lo invitó a unirse a su equipo.

Ahora a tiene 28, se formó empíricamente como músico, en percusión, y da clases de danza. Dice que Mi Raza le cambió la vida porque la sociedad lo ve con otros ojos. “Por medio de la cultura se generan cambios. Antes me la pasaba ensayando con el grupo, mientras mis amigos hacían cosas malas. Ahora, el mismo barrio vulnerable se ha incorporado al grupo”.