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El penalista de los famosos

Abelardo de la Espriella no sólo ha estado detrás de la defensa de los procesos de la parapolítica y de David Murcia, sus causas jurídicas incluyen también reinas, modelos y actrices.

Angélica Gallón Salazar
21 de noviembre de 2009 - 03:21 a. m.

Abelardo de la Espriella ha elegido para esta mañana un traje gris, una corbata amarilla y, por supuesto, el infaltable pañuelo del mismo color que lleva en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. La elección ha sido deliberada, pensó que combinarían perfecto para la foto con la escultura de Negret que recientemente reposa  entre la sala y el comedor de su enorme apartamento. No se había acordado nada para la foto, pero así es De la Espriella, tiene todo calculado antes de que otros hayan tenido siquiera el chance de pensar. “Muchos me dicen que parezco cachaco con estos pañuelitos y yo les digo que no, que yo soy un costeño, pero del mediterráneo, uno de la costa amalfitana en Italia”. Se ríe.

Su nombre volvió a sonar por estos días en los medios tras su defensa de las polémicas caderas de la Señorita Valle, uno de esos casos faranduleros que se suman a su lista de defender el buen nombre de Natalia París cuando fue señalada como parte de una red de prepagos, o los innumerables líos sentimentales y de buena honra de Sara Corrales. “Cuando veo un asunto frente al cual se puede crear una nueva jurisprudencia o un nuevo precedente judicial, inmediatamente me llama la atención”, explica De la Espriella, contrariando todo tipo de rumores que aseguran que todo se trata de hacerse publicidad.

“La señorita Valle, Diana Salgado, me buscó porque quería demandar y yo le dije que esto no era una cosa de demanda, sino que este era un tema constitucional, un tema de una tutela, y en nuestro ordenamiento jurídico está proscrita toda clase de discriminación y el hecho de tener unas medidas más amplias o ser algo más robusta no podía ser una condición para el rechazo. Vi enseguida la causa jurídica y nos pusimos a trabajar”, comenta el abogado penalista, quien dice que a diferencia de muchos de sus colegas, que aceptan los casos polémicos y cobran los honorarios “pero ponen a segundones a firmar”, para luego pontificar en los medios sobre la moral y la ética, él da la cara.

Su trago preferido es el tequila y le sabe mejor si puede tomárselo en su casa, pero muy al contrario de lo que uno supondría, no le gusta tanto mezclado con un buen vallenato, como con algo de jazz o de rock viejo. A pesar de tener tan solo 31 años, no sale mucho de fiesta, para evitar que uno que otro atrevido se le pare enfrente y le diga verdades o barbaridades por haber defendido a los parapolíticos o para no tener que esquivar a las jovencitas que interrumpen su travesía en busca de una foto. “Los penalistas somos los malos del paseo, pero lo que la gente no ve es que mis causas no son ideológicas ni políticas, mi causas son jurídicas. No me ando con recatos en el momento de asumir un caso, porque eso me pueda afectar para una aspiración para ser magistrado de la corte o senador o ministro. A  mí la política me parece un fastidio”.

Hace un año que está casado y fue justamente en la víspera de su matrimonio cuando decidió abandonar el polémico caso de la defensa de David Murcia. “No soy un abogado vergonzante, pongo mi firma y mi cara en cualquier caso y por eso el señor Murcia me escogió, cansado de que todo el mundo se emborrachara con él en privado, se fuera de parranda y al momento de dar la cara nunca lo hicieran. Pero decidí abandonar el caso porque no había garantías para el proceso, querían condenarlo a como diera lugar y no me iba a prestar para eso”, asegura De la Espriella con un acento costeño que no deja avistar ni por un segundo esos 16 años que lleva viviendo en la capital lejos de su amada Montería.

Su obsesión por el orden hace que en plena entrevista no tenga el menor problema en llamar a su empleada para que limpie un manotazo que hay en una inmaculada pared blanca en donde reposa un cuadro de Ana Mercedes Hoyos, pero es esa psicorrigidez la que le permite también tener tiempo incluso para hacer las veces de galerista y coleccionador de arte.

Asegura que de no ser joven y de provincia y de haber nacido con apellido Urrutia o Calderón, su nombre “ya estaría postulado para presidente”, pero no reniega de su procedencia, asegura que ser costeño lo ha hecho un bacán y lo ha llevado a traer el derecho un poco más cerca de la gente. Además, confiesa que cuando de leer se trata prefiere “el tono fluido de Eduardo Lemaitre al ladrillo de Indalecio Liévano”.

Finalmente, llega la esperada hora de la foto. Cuando Abelardo ha meditado su pose y ha acomodado suficientemente su corbata su mano interrumpe el disparo de la cámara mientras dice “¡un momento, hermano!, antes tengo que maquillarme, eso es algo que siempre me gusta hacer antes de un retrato”. Sorprende, pero ese es De la Espriella, alguien capaz de reconocer que para poner la cara siempre es recomendable dar el  mejor ángulo.

Por Angélica Gallón Salazar

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