“Nunca pretendí ocupar el lugar de ella"

A sus 45 años, Néstor Mora quedó a cargo de Daniel y Laura, él de 12 y ella de ocho años, cuando una enfermedad se llevó a su esposa. Hasta hoy sigue trabajando por formar a sus hijos con valores y respeto. Las dificultades han sido protagonistas en esta historia de amor.

El Espectador
16 de junio de 2017 - 06:47 p. m.
Néstor Mora, junto a sus hijos, Daniel y Laura.
Néstor Mora, junto a sus hijos, Daniel y Laura.

En algún momento de la vida, todos los seres humanos coincidimos con la pérdida de un ser querido. Un familiar, un conocido, un amigo o un amor, como le pasó a Néstor Mora cuando llegaba a sus 45 años. Una enfermedad llamada estenosis traqueal se llevó a su esposa después de 13 años de convivencia. Era el 28 de septiembre de 2008.

“Ella ya llevaba varios días en la clínica. Lo último que me dijo fue que la hiciera reír como siempre y que cuidara a los niños”. Se refería a Daniel y a Laura Valentina. El primero tenía en ese momento 12 años y la niña ocho. Las palabras fueron amor y ley. Desde entonces, la vida de Néstor tomó un nuevo rumbo, con dos protagonistas que se convirtieron en su más preciado tesoro.

“Llenar el espacio de la mamá es imposible. Ellas son el ancla de un hogar y los hombres sencillamente no nacimos con los mismos genes. Así que jamás pretendí ocupar su lugar, pero sí empecé a vivir con más intensidad mi figura paterna. Me levantaba a las cinco de la mañana todos los días, les preparaba el desayuno a los niños, les alistaba la lonchera, los mandaba en la ruta para el colegio y ya después me alistaba y me iba a trabajar”.

Cada minuto que pasaba era distinto al anterior. Más intenso y con mayor conciencia. “Cuando llegaba a la oficina yo me sentía cansado, como si hubiera empezado la jornada hace mucho. Y mientras iba de regreso a casa en el bus ya estaba pensando en qué les iba a preparar de cena y de desayuno del otro día. Las noches eran largas porque debía plancharles el uniforme, lustrarles los zapatos y dejar todo listo para la mañana siguiente”.

Sin embargo, cuenta que eso no fue lo más complicado. “Hemos pasado por dos situaciones difíciles. La primera fue cuando a mi hijo le detectaron una malformidad en el cerebro que exigía mucho cuidado; duró así cinco años. Cada vez que él salía a la universidad yo me quedaba con el credo en la boca, porque le daban convulsiones y no tenía con quién hablar del tema. La segunda fue la adolescencia de mi hija. Me daba muy duro escucharla llorar en la habitación y no poder hacer nada. Por fortuna contamos con el apoyo de las tías en esa etapa”.

En esta historia, las anécdotas como papá soltero no están enmarcadas en las tareas de los niños, pues desde un principio Néstor los responsabilizó de esta función. Lo que sí recuerda con la voz entrecortada es cuando su pequeña le confesó, tiempo después, que le halaba el cabello cuando la peinaba, pero que le daba pena expresárselo, y cuando empezaron a decirle que les gustaba mucho la comida que les preparaba.

“Todo esto ha sido un constante aprendizaje. Cuando uno cuenta con la pareja y tiene hijos, suele delegar muchas funciones. Ocasionalmente lleva a los niños al colegio, de vez en cuando asiste a las entregas de notas y rara vez sale a jugar con ellos al parque. Cuando uno queda solo, vive cada segundo intensamente porque debe responder o responder”.

Dicen que el paso del tiempo no será más fuerte que la memoria, y este es el vivo ejemplo. “Duré mucho tiempo sin pareja. Me sentía egoísta llevando a una mujer a la casa para que criara a mis hijos. Preferí que el hogar fuera sólo de tres. Hasta hace poco empecé a salir con otra persona y ha sido una bendición. Ya mis hijos tienen 21 y 17 años y ahora cada uno arregla su habitación, pero yo les sigo cocinando y lavando la ropa. Pues tener a una persona que ayude en la casa sale muy costoso. Teniendo en cuenta que hay que pagar colegio, comida y de ahí para allá todo”.

Desde hace cinco meses, Néstor está desempleado. Lo mantiene el apoyo de su familia, el amor puro que le dan sus hijos y la gratificación del deber cumplido. “Daniel ya va en cuarto semestre de ingeniería de sistemas, completamente sano, y Laurita ya va a entrar a la universidad. Sigo luchando con las fechas especiales, como el cumpleaños o el Día de la Madre. Hay momentos con los que los recuerdos no pueden batallar”.

Por El Espectador

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