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Retrato de César Bertel en forma de monólogo

En este texto, el artista cartagenero explica su pasión por las acuarelas y su devoción por el color. “Durante 15 años viví en la selva amazónica de Colombia y por ello pinto sus paisajes en mis acuarelas de grandes formatos”, dice.

Giancarlo Calderón
30 de mayo de 2020 - 08:58 p. m.
El artista César Bertel.
El artista César Bertel.
Foto: Cortesía

Desde niño

He tratado de recordar cuándo empezó mi gusto por las acuarelas y no encuentro el momento exacto… Lo que sí puedo contar es que desde muy niño, desde muy temprana edad, sabía que tenía habilidades y facilidades para el dibujo y los colores. Son muchos años que llevo pintando a la acuarela y me inicié entre sus aguas de colores tal vez por el contacto que tuve con ellas desde muy niño, pues esta técnica pictórica de hondas raíces en el caribe colombiano, especialmente en Cartagena de Indias, mi ciudad. En cada esquina y al recorrer sus calles se ven acuarelas y muchas de sus pinceladas le rinden homenaje a su arquitectura, a sus paisajes marinos y a sus bucólicas escenas de la vida diaria de este hermoso rincón de la arquitectura colonial española anclado en el caribe colombiano.

Inquietudes resueltas en el taller

Así que desde mis inicios me hice una serie de preguntas cuestionando los planteamientos más importantes sobre esta técnica, entre ellos, la historia de su origen, el tamaño de sus formatos, pues universalmente se conoce como una técnica de pequeños trabajos; también la durabilidad de la obra, las temáticas y por supuesto sus materiales; las velocidades de trabajo, su contemporaneidad, etc. Lo curioso es que a cada una de estas inquietudes, con el tiempo, le he dado una respuesta basándome en la investigación, en mi experiencia personal: en mi taller. Hasta el punto de no dejarme absorber por tanta parafernalia relativa a la técnica, creados, en su gran mayoría, por los propios acuarelistas de muchas agrupaciones y asociaciones conocidas en el mundo entero. (Lea: Darío Ortiz, el artista que lleva la acuarela al límite)

No se puede corregir nada

Pintar a la acuarela es una experiencia fácil y fascinante de entera libertad en sus movimientos, sus transparencias, sus humedades y en la síntesis de las formas y volúmenes logrados con sus manchas y las diferentes velocidades de pintar. Es una técnica que requiere un grado de concentración y exactitud en su desarrollo, pues no se puede corregir nada de lo que se haga, por eso los maestros de la pintura y los estudiantes tienen un miedo terrible y un respeto por sus logros, pero básicamente es porque no se maneja la ansiedad interior.

Los clásicos y el paisajismo natural

He sido un profundo admirador de los clásicos como Miguel Ángel, Rubens, Rembrandt, Velásquez, Durero, Caravaggio, Sargent, Turner, Homer, entre muchos más, básicamente por el aporte que cada uno de ellos, de manera muy autentica y particular, le ha hecho al arte. Por mi parte, las acuarelas que trabajo se ubican en el paisajismo natural con una fuerte influencia de la temática de la selva amazónica de nuestro país, zona donde viví por espacio de 15 años con una fuerte influencia del impresionismo realista. (Lea también: Trienal Internacional de Acuarelistas : pinceladas de realismo y magia)

Ese colibrí silencioso

Los pintores estamos todo el tiempo madurando el trabajo artístico en el oficio, en el taller, buscando nuevas formas, nuevos detalles que recuerden esos instantes de silencio y armonía que produce la naturaleza, incluso la forma en que se comportan tan diferentes elementos del paisaje, de cómo conviven diferentes especies de plantas y árboles en un solo lugar y comparten todo.

Siempre tengo la tendencia a que el foco de mis ojos llegue al detalle… A ese colibrí silencioso que toma el néctar de las flores en su vuelo suspendido; a esas hojas de verdes alucinantes, pero también a la que está moribunda pero aún sigue: es el Eros y Tánatos de mis pinturas; también se puede apreciar el detalle femenino de las flores y las mariposas, y el masculino representado en los troncos de los árboles. No se puede dejar pasar el hecho de que también está lo bello y lo extraño de la selva, la luz y la sombra y la algarabía de las guacamayas de colores en su vuelo.

Ese incansable amor por parir frutos

Durante 15 años viví en la selva amazónica de Colombia, en el departamento del Putumayo, como funcionario de Ecopetrol, y por ello pinto sus paisajes. Ella –la selva- es un ser vivo comparable a una mujer por su belleza, por sus formas, por sus entrañas, por sus fragancias y por ese incansable amor por parir frutos. Razón tuvieron nuestros antepasados en llamarla Pachamama, pues ellos vieron lo que yo siento cuando entro en su luz profunda y descifro sus laberintos, sus formas y su interminable policromía, por eso en cada creación elaboro un mapa para recorrerla y vivirla poniendo al observador en un diálogo interior de armonía con la naturaleza.

Fueron muchos años en este paisaje extraño para la gran mayoría de habitantes del planeta, y en nuestro caso es territorio donde habitan grupos y cultivos ilegales, violencia, pobreza y olvido estatal. Pero fue una oportunidad para caminarla, recorrerla, y admirar la belleza de su infinita policromía, sus temperaturas, sus humedades, sus luces, lo miedos y sus ríos cristalinos de extrema pureza y desde entonces soy uno de sus defensores, ya que con ella establecí una relación indisoluble por su cuidado y protección.

La Pachamama

Pintar una acuarela de 12 metros de largo por 1.50 metros de ancho es el mayor reto en lo humano, en lo personal, en lo económico y en lo artístico, porque en ninguna parte del mundo a un loco pintor como yo se le había ocurrido una idea de ese tamaño y con la temática compleja de la selva amazónica. Fueron 10 semanas de trabajo intenso del año 2008 en el Bodegón de la Candelaria de la Calle de las Damas de Cartagena. Era mostrarle al mundo del arte que la acuarela es una técnica contemporánea, durable, competitiva y rebatir todos los conceptos que erróneamente se tienen de esta técnica, porque, además, yo sostengo que la acuarela forma parte de nuestro ADN histórico, pues todos los momentos relevantes de nuestra historia han sido retratados con acuarelas.

Pachamama, que en lengua quechua significa madre tierra, fue el nombre que le di a esta obra para que fuese un elemento útil de persuasión visual, puesta al servicio de la educación ambiental y ecológica de todos, entre otras cosas para que entiendan, y más en estos tiempos, la necesidad de salvar y preservar lo que nos queda del medio ambiente. Ha sido exhibida –esta obra- en la mayoría de los museos de arte moderno de Colombia, y mi propósito es lograr esa armonía entre el hombre y la naturaleza de tal manera que exista un dialogo interior y así retornar a lo elemental, a lo sagrado, a la naturaleza que es el origen verdadero, y no en el adormecimiento tecnológico en que se encuentran las generaciones actuales.

Por Giancarlo Calderón

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