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                                                                                                                              Jorge Oñate: que el jilguero no se calle

                                                                                                                              Un historiador, músico y cronista resalta el legado del cantante fallecido esta semana y defiende al género vallenato como una manifestación cultural que va más allá de si lo disfrutan desde narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros hasta políticos corruptos.

                                                                                                                              Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

                                                                                                                              Jorge Oñate es reconocido por canciones como "No comprendí tu amor", "Volví a llorar", "Te dedico mis triunfos", "Lindo diciembre", entre otras.
                                                                                                                              Foto: Tomado de Instagram

                                                                                                                              Ha muerto a los 71 años Jorge Oñate, “el Ruiseñor del Cesar”, uno de los mejores —para algunos, el mejor— cantantes del vallenato, un género musical que me apasiona y del que siento con tristeza que la desaparición física de sus más importantes figuras se acompaña de una innegable crisis comercial y artística. Total, como dijo el poeta del pueblo, quedan los discos y las canciones para seguir disfrutando de lo ya grabado y, sobre todo, lo vivido en tantos momentos chéveres –y otros no tanto— de la vida. (Recomendamos de este mismo autor: La historia de las peleas entre Rubén Blades y Willie Colón).

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Claro que la importancia de Oñate —nacido el 31 de marzo de 1949 en La Paz, Cesar— no radicó solamente en su potente y afinada voz, ni en las hermosas canciones que grabó durante tantos años. Tampoco en haber podido mantener exitosamente una carrera por más de cincuenta años ni en no dejarse contagiar por modas, estilos y ritmos que fueron surgiendo posteriormente. No. La importancia de Oñate radica en que él, específicamente él, fue quien encarnó el punto de partida para el surgimiento del vallenato “moderno”. Y si bien decir esto es discutible, porque siempre, dependiendo de dónde se mire, habrá varios “puntos de partida”, es claro que Oñate, al ser, ya a finales de los sesenta, la voz líder de “Los Hermanos López” (e incluso antes, con “Los Guatapurí” de Emilio Oviedo y después con Nelson Díaz), simbolizó una nueva etapa en la que los cantantes eran independientes del acordeonero. Y eso fue buenísimo, porque especializó las interpretaciones, aunque, claro, hizo también que, en cierta forma, los juglares “centauros” (que tocaban acordeón y cantaban), como Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez, entre otros, empezaran a ser vistos por algunos como “pasados de moda” (así es la gente, así son las modas y así pasa con ciertos cambios). (Le puede interesar: Perfil del fallecido Johnny Pacheco).

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Vale decir que el vallenato, como expresión de la música popular de un país complejo —violento, corrupto, machista, desigual, clasista y con un largo conflicto armado— como Colombia fue reflejando —y expresando— esa misma complejidad. De hecho, es evidente que la música, como reflejo de las realidades sociales, culturales y políticas que se viven en un territorio y unos momentos específicos, evidenciará —claro, si esta es “auténtica”—, tanto lo “bueno”, como lo “malo” de esos lugares, entramados culturales y sociedades en los que esta surge, desarrolla y consolida.

                                                                                                                              Por todo esto —y teniendo en cuenta algunas declaraciones que dejan ver que ciertos gustos y prejuicios estéticos se disfrazan de concepciones morales—, es obvio que, como han dicho por ahí, al vallenato lo disfrutaron los marimberos de los setenta, los coqueros de los ochenta y noventa, y los paracos de todo este siglo. Y también lo gozaron los guerrilleros de todas las épocas, los policías y militares, los políticos y politiqueros corruptos, los estafadores, los contrabandistas de cualquier cosa, los terratenientes y los despojadores de tierras que, desde diferentes posiciones, se niegan a devolverlas.

                                                                                                                              Pero esos dueños de la moral (y del “buen gusto”) que por eso cuestionan al vallenato ignoran, tal vez deliberadamente, que también lo disfrutan los estudiantes, las vendedoras de chance, los oficinistas, los gerentes, las trabajadoras de la salud, los deportistas, las vendedoras de fritos, los obreros, las empleadas del servicio, los profesionales, las cajeras del banco, los gestores culturales, los poetas, las mujeres, los hombres, las niñas, los niños, los viejos y las viejas, es decir, todo el mundo (o, bueno, no todo el mundo, pero sí muchas personas en toda Colombia), pues se trata de una música del pueblo y para el pueblo que, por cierto, fue evolucionando técnica e interpretativamente hasta lograr altos niveles de ejecución.

                                                                                                                              Esto deja presente que el vallenato, como música popular que surgió casi que a escondidas, fue emergiendo, poco a poco, hasta llegar a disfrutarse, consumirse y producirse en distintos sectores de la sociedad, no solo en aquellos “cuestionables”. Y vale decir esto porque, si hubiera que proscribir a una música por cuenta de quienes la oyen en determinado momento, habría que cuestionar al jazz en Chicago (apoyado por los gangsters de la prohibición) o al tango en el río de la Plata (surgido en los prostíbulos donde, como dice Borges, se encontraban el “señorito” y el “canalla”), o a la salsa en Cali, con sus legendarias figuras contratadas por esos “mágicos” que se creían capaces de comprarlo todo.

                                                                                                                              De hecho, sabemos también que el vallenato fue muy útil para que una astuta élite regional se sentara a manteles con las élites de alcance nacional (muchas de estas rolas y cachacas) consiguiendo matrimonios, ministerios, embajadas y consulados (y hasta un nuevo departamento). Y sabemos que sin la “bonanza marimbera”, tal vez este género no se habría expandido tan rápida y efectivamente (aunque, ahora que la producción, el tráfico y el consumo de marihuana es casi legal, deberíamos, al menos, cuestionarnos un poquito sobre la persecución que se le hizo a este negocio en los años setenta, aunque, bueno, esa es otra historia).

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Ese es el contexto en el que vivió Jorge Oñate de quien se pueden decir muchas cosas, incluyendo algunos hechos reprochables o, al menos, ambiguos de su biografía, como ciertos líos judiciales de los que no tengo claro cuál fue su desenlace, o sus relaciones —incluso, familiares— con politiqueros, contratistas y mafiosos que podían pagar todo un platal para ser mencionados en un disco. Pero es que esa es la Colombia que le tocó vivir y que él, como artista popular, no tenía cómo ignorar, y menos si se involucró en la política electoral con algunas de sus prácticas cuestionables y pugnas, a veces álgidas.

                                                                                                                              Y hay otras historias que se podrían contar, como su rivalidad con algunas figuras del vallenato que lo empezaron a superar en popularidad, algo que él, a veces, se negaba a aceptar. O igualmente, se podría hacer mención del humor involuntario del que hacía gala y que se hizo famoso en toda la costa, al punto que hasta libros se hicieron sobre las “oñatadas”.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Sin embargo, de Jorge Oñate quiero decir primordialmente que se trató de uno de esos grandes artistas populares que, con talento, disciplina y compromiso con su música (“el folclor vallenato”, decía él), le dieron voz a un pueblo, sobre todo a ese que buscaba expresar sus sentimientos, inquietudes, pensamientos, necesidades y sueños por cumplir, y que, tal vez, solamente lo hacía —o así lo sentía— a través de intérpretes maravillosos, como Oñate.

                                                                                                                              La partida de Jorge Oñate, “el Jilguero de América”, como también le decían, simboliza el fin de una época dorada en el vallenato que no volverá jamás, y eso es muy triste. De hecho, todas esas canciones que se convirtieron en clásicos y que seguimos cantando 40, 30 o 20 años después de grabarse contrastan con las que se graban ahora y “pegan”, si acaso por dos meses, para después quedar en el olvido por toda la eternidad.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              De hecho, la muerte de Oñate deja en evidencia también que, a medida que pasa el tiempo y nos hacemos viejos, el mundo que conocimos va desapareciendo cada vez más rápido. Eso sí, nos quedan la música, las canciones, los discos (tengo bastantes), los videos, las presentaciones y, sobre todo, las experiencias vividas.

                                                                                                                              Total, no quería escribir mucho al respecto (algo que me gusta), pues quería recordar a Jorge Oñate cantando (algo que me gusta mucho más) y así, hacer que el jilguero no se calle, al menos, todavía no.

                                                                                                                              * Petrit Baquero también es politólogo y autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).

                                                                                                                              Jorge Oñate es reconocido por canciones como "No comprendí tu amor", "Volví a llorar", "Te dedico mis triunfos", "Lindo diciembre", entre otras.
                                                                                                                              Foto: Tomado de Instagram

                                                                                                                              Ha muerto a los 71 años Jorge Oñate, “el Ruiseñor del Cesar”, uno de los mejores —para algunos, el mejor— cantantes del vallenato, un género musical que me apasiona y del que siento con tristeza que la desaparición física de sus más importantes figuras se acompaña de una innegable crisis comercial y artística. Total, como dijo el poeta del pueblo, quedan los discos y las canciones para seguir disfrutando de lo ya grabado y, sobre todo, lo vivido en tantos momentos chéveres –y otros no tanto— de la vida. (Recomendamos de este mismo autor: La historia de las peleas entre Rubén Blades y Willie Colón).

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Sus discos en los que se acompañaba de grandes acordeoneros, primero con “Los Hermanos López”, y luego con “Colacho” Mendoza, “Chiche” Martínez, Emilianito Zuleta, Juancho Rois, Álvaro López, “Cocha” Molina y Christian Camilo, quedan como impronta de un genuino intérprete que consiguió transmitir su talento a sus seguidores, los cuales fueron creciendo a medida que el vallenato se expandía por todo el país hasta llegar a reemplazar a la cumbia como la música que nos identifica internacionalmente (¿será que todavía es así?).

                                                                                                                              Claro que la importancia de Oñate —nacido el 31 de marzo de 1949 en La Paz, Cesar— no radicó solamente en su potente y afinada voz, ni en las hermosas canciones que grabó durante tantos años. Tampoco en haber podido mantener exitosamente una carrera por más de cincuenta años ni en no dejarse contagiar por modas, estilos y ritmos que fueron surgiendo posteriormente. No. La importancia de Oñate radica en que él, específicamente él, fue quien encarnó el punto de partida para el surgimiento del vallenato “moderno”. Y si bien decir esto es discutible, porque siempre, dependiendo de dónde se mire, habrá varios “puntos de partida”, es claro que Oñate, al ser, ya a finales de los sesenta, la voz líder de “Los Hermanos López” (e incluso antes, con “Los Guatapurí” de Emilio Oviedo y después con Nelson Díaz), simbolizó una nueva etapa en la que los cantantes eran independientes del acordeonero. Y eso fue buenísimo, porque especializó las interpretaciones, aunque, claro, hizo también que, en cierta forma, los juglares “centauros” (que tocaban acordeón y cantaban), como Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez, entre otros, empezaran a ser vistos por algunos como “pasados de moda” (así es la gente, así son las modas y así pasa con ciertos cambios). (Le puede interesar: Perfil del fallecido Johnny Pacheco).

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Después de esta revolución, al menos de formato, y siguiendo el ejemplo de Oñate, vendrían Poncho Zuleta, Rafael Orozco, Daniel Celedón, Beto Zabaleta, Otto Serge, Diomedes Díaz y de ahí en adelante muchos más, quienes, con diferentes estilos, se especializaron en el canto e hicieron del vallenato, junto con célebres acordeoneros independientes, el género musical más popular en Colombia, para el pesar de algunos y el disfrute de muchos otros, como yo.

                                                                                                                              Vale decir que el vallenato, como expresión de la música popular de un país complejo —violento, corrupto, machista, desigual, clasista y con un largo conflicto armado— como Colombia fue reflejando —y expresando— esa misma complejidad. De hecho, es evidente que la música, como reflejo de las realidades sociales, culturales y políticas que se viven en un territorio y unos momentos específicos, evidenciará —claro, si esta es “auténtica”—, tanto lo “bueno”, como lo “malo” de esos lugares, entramados culturales y sociedades en los que esta surge, desarrolla y consolida.

                                                                                                                              Por todo esto —y teniendo en cuenta algunas declaraciones que dejan ver que ciertos gustos y prejuicios estéticos se disfrazan de concepciones morales—, es obvio que, como han dicho por ahí, al vallenato lo disfrutaron los marimberos de los setenta, los coqueros de los ochenta y noventa, y los paracos de todo este siglo. Y también lo gozaron los guerrilleros de todas las épocas, los policías y militares, los políticos y politiqueros corruptos, los estafadores, los contrabandistas de cualquier cosa, los terratenientes y los despojadores de tierras que, desde diferentes posiciones, se niegan a devolverlas.

                                                                                                                              Pero esos dueños de la moral (y del “buen gusto”) que por eso cuestionan al vallenato ignoran, tal vez deliberadamente, que también lo disfrutan los estudiantes, las vendedoras de chance, los oficinistas, los gerentes, las trabajadoras de la salud, los deportistas, las vendedoras de fritos, los obreros, las empleadas del servicio, los profesionales, las cajeras del banco, los gestores culturales, los poetas, las mujeres, los hombres, las niñas, los niños, los viejos y las viejas, es decir, todo el mundo (o, bueno, no todo el mundo, pero sí muchas personas en toda Colombia), pues se trata de una música del pueblo y para el pueblo que, por cierto, fue evolucionando técnica e interpretativamente hasta lograr altos niveles de ejecución.

                                                                                                                              Esto deja presente que el vallenato, como música popular que surgió casi que a escondidas, fue emergiendo, poco a poco, hasta llegar a disfrutarse, consumirse y producirse en distintos sectores de la sociedad, no solo en aquellos “cuestionables”. Y vale decir esto porque, si hubiera que proscribir a una música por cuenta de quienes la oyen en determinado momento, habría que cuestionar al jazz en Chicago (apoyado por los gangsters de la prohibición) o al tango en el río de la Plata (surgido en los prostíbulos donde, como dice Borges, se encontraban el “señorito” y el “canalla”), o a la salsa en Cali, con sus legendarias figuras contratadas por esos “mágicos” que se creían capaces de comprarlo todo.

                                                                                                                              De hecho, sabemos también que el vallenato fue muy útil para que una astuta élite regional se sentara a manteles con las élites de alcance nacional (muchas de estas rolas y cachacas) consiguiendo matrimonios, ministerios, embajadas y consulados (y hasta un nuevo departamento). Y sabemos que sin la “bonanza marimbera”, tal vez este género no se habría expandido tan rápida y efectivamente (aunque, ahora que la producción, el tráfico y el consumo de marihuana es casi legal, deberíamos, al menos, cuestionarnos un poquito sobre la persecución que se le hizo a este negocio en los años setenta, aunque, bueno, esa es otra historia).

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Y hay otras historias que se podrían contar, como su rivalidad con algunas figuras del vallenato que lo empezaron a superar en popularidad, algo que él, a veces, se negaba a aceptar. O igualmente, se podría hacer mención del humor involuntario del que hacía gala y que se hizo famoso en toda la costa, al punto que hasta libros se hicieron sobre las “oñatadas”.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              La partida de Jorge Oñate, “el Jilguero de América”, como también le decían, simboliza el fin de una época dorada en el vallenato que no volverá jamás, y eso es muy triste. De hecho, todas esas canciones que se convirtieron en clásicos y que seguimos cantando 40, 30 o 20 años después de grabarse contrastan con las que se graban ahora y “pegan”, si acaso por dos meses, para después quedar en el olvido por toda la eternidad.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              De hecho, la muerte de Oñate deja en evidencia también que, a medida que pasa el tiempo y nos hacemos viejos, el mundo que conocimos va desapareciendo cada vez más rápido. Eso sí, nos quedan la música, las canciones, los discos (tengo bastantes), los videos, las presentaciones y, sobre todo, las experiencias vividas.

                                                                                                                              Total, no quería escribir mucho al respecto (algo que me gusta), pues quería recordar a Jorge Oñate cantando (algo que me gusta mucho más) y así, hacer que el jilguero no se calle, al menos, todavía no.

                                                                                                                              * Petrit Baquero también es politólogo y autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).

                                                                                                                              Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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