Laura Kalop vuelve a su 'Raíz'
Con la influencia de su padre, Raúl Castaño, ha hecho de su música una mezcla de ritmos andinos y pop. Al finalizar la maestría en canto
que cursa en Nueva York, quiere volver a Colombia.
Jorge Consuegra (Libros y Letras)
¿Qué es lo más lejano que recuerda con la música colombiana?
Los conciertos de mi papá, a los que me encantaba asistir, pero era tan chiquita que no aguantaba hasta el final y siempre me quedaba dormida. Cuando fui creciendo, nadie me enseñó las canciones, pero yo ya las sabía de memoria sin entender por qué. Siempre estuve conectada a ella.
¿Cómo empezó con la música?
Empecé a los dos años con el coro de mi papá (en su época La Clave, hoy es Crescendo Arte). Allí grabé un disco y canté mi primer solo cuando aún hablaba a media lengua. Cantábamos en las navidades, para matrimonios y en conciertos. Estuve ahí hasta los 18 años.
¿Cuáles fueron sus primeras manifestaciones musicales?
Desde los tres años imitaba a mi abuela paterna en su canto. Siempre le decía a mi mamá: “Mira, así canta la abuela”. Allí mis papás supieron que llevaba el canto en la sangre.
¿Quiénes fueron sus maestros iniciáticos?
Empecé con clases de guitarra a los nueve años en la academia de mi papá. Luego, a los once, empecé canto en el mismo lugar, entrenando con cantantes de ópera como Marisa Pérez. A los 16 comencé con el maestro Ramón Calzadilla, con el cual me encaminé por el canto lírico. Y más adelante me enfoqué en el canto popular con Mónica Giraldo y Patricia Moncayo.
¿Por qué tanto afecto por la música colombiana?
Mi padre ha sido una gran influencia hacia la música andina. En el coro siempre cantábamos bambucos y nos inculcaban el amor hacia nuestra música. Acompañaba a mi papá a conciertos, festivales y tertulias. A los 18 años participé en el Festival Mono Núñez, donde representé a Bogotá. Y desde entonces no he parado de interpretar estos ritmos. Al escuchar el tiple se me acelera el corazón y siento un orgullo infinito por nuestra cultura.
¿A quiénes ha seguido como grandes intérpretes de nuestra música?
Al maestro Jaime Llano González y a la maestra Ruth Marulanda, grandes amigos de mi padre. También admiré a Matilde Díaz, a quien mi papá acompañaba de vez en cuando en el órgano. Al gran Víctor Hugo Ayala y por supuesto a María Isabel Saavedra, a quien no sólo admiro por su voz, sino por su trabajo de composición.
¿Los nuevos ensambles ayudan a la música colombiana?
Claro que sí. Todo lo que proponga nuevas ideas es importante para nuestra música. Necesita evolucionar para poder comunicarse con las generaciones contemporáneas. Y adaptarse a nuevos lenguajes con los que la gente se identifique, sin necesidad de olvidar nuestra tradición.
¿Por qué cree que no hay tanto apoyo a nuestra música y sí a la foránea?
La cultura en Colombia y en muchos países de Latinoamérica es una cultura fiestera. Tiene más posibilidades de ser popular un grupo o cantante que presente canciones para la fiesta, que algo más íntimo y romántico. No creo que dependa de la nacionalidad del grupo. En segundo lugar, sí considero que cuando uno se va del país, empiezan a abrirse más puertas en él. La gente cree más en uno y su trabajo y eso me hace pensar que en Colombia se cree más en lo de “afuera” que en lo propio. Falta creer en nuestro potencial.
¿Cómo surgió el primer trabajo discográfico?
Mi primer disco, Laura Kalop, surgió como el proyecto de grado de la universidad, por el que obtuve mención de honor. Siempre pensé que la pasión que tengo por el pop y el amor por la música andina colombiana debían poderse unir de alguna forma. Comencé a componer bambucos, pasillos, guabinas y torbellinos a mi manera.
¿Cómo estructuró su nuevo trabajo?
Mi nuevo disco, Raíz, es el resultado de todos estos años interpretando música andina colombiana, en conciertos y festivales. La iniciativa fue de mi papá y productor del disco: Raúl Castaño. Estando en Nueva York, me llamó un día y me dijo que había reunido a sus amigos y grandes maestros para empezar a grabar: Henry Cuevas, Carlos Renán González y Mauricio Acosta.
¿Cuál fue el mayor obstáculo de este trabajo?
Estar lejos durante el proceso final, definir el arte y aprobar la mezcla y masterización fue difícil. Estaba en Nueva York, trabajando y estudiando, pero al mismo tiempo llegaba a la casa a oír el disco con cuidado, para asegurarme de que todo quedara bien. Pero no fue un gran obstáculo, ya que todo el proceso ha sido increíble.
¿Hay más opciones musicales en Nueva York que en nuestro país?
Empezar de ceros allá no ha sido fácil. Es un lugar diverso y dinámico, y seguro hay posibilidades que puede no haber acá, como estar cerca de grandes productores y músicos. Sin embargo, en Colombia hay mucho por hacer, crear y fortalecer. Y es una de mis metas cuando acabe de estudiar. Colombia necesita de las nuevas generaciones para reforzar su identidad de nación.
¿Qué es lo más lejano que recuerda con la música colombiana?
Los conciertos de mi papá, a los que me encantaba asistir, pero era tan chiquita que no aguantaba hasta el final y siempre me quedaba dormida. Cuando fui creciendo, nadie me enseñó las canciones, pero yo ya las sabía de memoria sin entender por qué. Siempre estuve conectada a ella.
¿Cómo empezó con la música?
Empecé a los dos años con el coro de mi papá (en su época La Clave, hoy es Crescendo Arte). Allí grabé un disco y canté mi primer solo cuando aún hablaba a media lengua. Cantábamos en las navidades, para matrimonios y en conciertos. Estuve ahí hasta los 18 años.
¿Cuáles fueron sus primeras manifestaciones musicales?
Desde los tres años imitaba a mi abuela paterna en su canto. Siempre le decía a mi mamá: “Mira, así canta la abuela”. Allí mis papás supieron que llevaba el canto en la sangre.
¿Quiénes fueron sus maestros iniciáticos?
Empecé con clases de guitarra a los nueve años en la academia de mi papá. Luego, a los once, empecé canto en el mismo lugar, entrenando con cantantes de ópera como Marisa Pérez. A los 16 comencé con el maestro Ramón Calzadilla, con el cual me encaminé por el canto lírico. Y más adelante me enfoqué en el canto popular con Mónica Giraldo y Patricia Moncayo.
¿Por qué tanto afecto por la música colombiana?
Mi padre ha sido una gran influencia hacia la música andina. En el coro siempre cantábamos bambucos y nos inculcaban el amor hacia nuestra música. Acompañaba a mi papá a conciertos, festivales y tertulias. A los 18 años participé en el Festival Mono Núñez, donde representé a Bogotá. Y desde entonces no he parado de interpretar estos ritmos. Al escuchar el tiple se me acelera el corazón y siento un orgullo infinito por nuestra cultura.
¿A quiénes ha seguido como grandes intérpretes de nuestra música?
Al maestro Jaime Llano González y a la maestra Ruth Marulanda, grandes amigos de mi padre. También admiré a Matilde Díaz, a quien mi papá acompañaba de vez en cuando en el órgano. Al gran Víctor Hugo Ayala y por supuesto a María Isabel Saavedra, a quien no sólo admiro por su voz, sino por su trabajo de composición.
¿Los nuevos ensambles ayudan a la música colombiana?
Claro que sí. Todo lo que proponga nuevas ideas es importante para nuestra música. Necesita evolucionar para poder comunicarse con las generaciones contemporáneas. Y adaptarse a nuevos lenguajes con los que la gente se identifique, sin necesidad de olvidar nuestra tradición.
¿Por qué cree que no hay tanto apoyo a nuestra música y sí a la foránea?
La cultura en Colombia y en muchos países de Latinoamérica es una cultura fiestera. Tiene más posibilidades de ser popular un grupo o cantante que presente canciones para la fiesta, que algo más íntimo y romántico. No creo que dependa de la nacionalidad del grupo. En segundo lugar, sí considero que cuando uno se va del país, empiezan a abrirse más puertas en él. La gente cree más en uno y su trabajo y eso me hace pensar que en Colombia se cree más en lo de “afuera” que en lo propio. Falta creer en nuestro potencial.
¿Cómo surgió el primer trabajo discográfico?
Mi primer disco, Laura Kalop, surgió como el proyecto de grado de la universidad, por el que obtuve mención de honor. Siempre pensé que la pasión que tengo por el pop y el amor por la música andina colombiana debían poderse unir de alguna forma. Comencé a componer bambucos, pasillos, guabinas y torbellinos a mi manera.
¿Cómo estructuró su nuevo trabajo?
Mi nuevo disco, Raíz, es el resultado de todos estos años interpretando música andina colombiana, en conciertos y festivales. La iniciativa fue de mi papá y productor del disco: Raúl Castaño. Estando en Nueva York, me llamó un día y me dijo que había reunido a sus amigos y grandes maestros para empezar a grabar: Henry Cuevas, Carlos Renán González y Mauricio Acosta.
¿Cuál fue el mayor obstáculo de este trabajo?
Estar lejos durante el proceso final, definir el arte y aprobar la mezcla y masterización fue difícil. Estaba en Nueva York, trabajando y estudiando, pero al mismo tiempo llegaba a la casa a oír el disco con cuidado, para asegurarme de que todo quedara bien. Pero no fue un gran obstáculo, ya que todo el proceso ha sido increíble.
¿Hay más opciones musicales en Nueva York que en nuestro país?
Empezar de ceros allá no ha sido fácil. Es un lugar diverso y dinámico, y seguro hay posibilidades que puede no haber acá, como estar cerca de grandes productores y músicos. Sin embargo, en Colombia hay mucho por hacer, crear y fortalecer. Y es una de mis metas cuando acabe de estudiar. Colombia necesita de las nuevas generaciones para reforzar su identidad de nación.