Hay televisión para rato, veinte años de los canales privados en Colombia

La evolución que permea el desarrollo de la televisión privada en Colombia ha sido un proceso largo, que ha hecho que este formato logre incluso atravesar fronteras que en un comienzo eran inimaginables.

Mario Morales *
27 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
 Una mirada hacia los canales privados de la televisión colombiana. / iStock
Una mirada hacia los canales privados de la televisión colombiana. / iStock

Luego de un poco más de cuatro décadas de intentos, la televisión colombiana por fin pudo ser privada en sentido estricto. Dos años después de inaugurada, ya aparecían en el horizonte marcas que forman parte de su impronta, como Punch, RTI, Caracol y RCN. Pero fue en 1966 cuando se fraguó la idea de tener un canal privado, como Teletigre, que a la postre naufragó por problemas económicos.

No obstante, la simiente de la denominada televisión comercial siguió acompañando el desarrollo del medio a través del sistema mixto; esto es, con presencia estatal pero iniciativa de particulares, que tuvo un lapso diferencial en 1992 cuando Caracol, en el entonces Canal Uno, y RCN, en el Canal A, competían de tú a tú en horarios, franjas y contenidos.

Han pasado veinte años desde el surgimiento de los canales nacionales privados, RCN y Caracol, y un poco más tarde uno local: City TV. Ese tipo de televisión no solo ha sido testigo sino artífice de los vertiginosos y radicales cambios en la forma de crear, diseñar, producir, realizar, emitir y consumir contenidos audiovisuales.

Los retos no han sido pocos. Comenzando por la crisis publicitaria de finales del siglo pasado y la aparición de nuevas formas de distribución, como la televisión por suscripción, la satelital y la que se emite desde nuevas plataformas, que se han obligado mutuamente a reinventarse, innovar y explorar en el fondo y en la forma.

Pero, ¿qué ha cambiado a lo largo de estas dos décadas? Lo primero: puso a la televisión nacional en el concierto internacional no solo desde el punto de vista de los productos, sino de las ideas, el talento y la producción. Construyó una marca de prestigio orbital, al decir de Dago García, vicepresidente de producción del Canal Caracol.

De ser compradores o consumidores del mercado externo, nuestro país pasó a competir, codearse e incluso aliarse con la industria global, con marcas como Telemundo, Fox o Sony en momentos en que las fusiones globales ya no solo hablan de músculo financiero sino también de innovación en las formas de producción y nuevos procesos de recepción.

La creatividad, el talento y los modos de producción colombianos comenzaron a ser reconocidos primero en el vecindario y luego pasaron a formar parte de los imaginarios de diversas culturas, a través, por ejemplo, de la más exitosa de todas las telenovelas: “Yo soy Betty la fea”, o de producciones que están entre las más vendidas como “Café”, “Pasión de Gavilanes”, “El último matrimonio feliz”, “Bella Calamidades”, “La quiero a morir”, “La viuda de Blanco”, “Pedro El Escamoso”, “Escobar: el patrón del mal” o “La venganza”.

Libretistas, productores, actores y realizadores forman parte de ese boom nacional que hoy se aprecia en todo el continente y llega incluso a Europa. En la parte creativa, especialmente en la de escritura, merced a la exigencia del mercado, se ha difuminado la figura de autor, dándole paso a la perspectiva colectiva, de carácter industrial.

Pasamos pues, en medio de no pocas polémicas, de lo estrictamente local a lo global en sus modos, lenguaje y formas de producción, sin perder, como dice Dago, las formas de vernos y de contarnos, como lo demuestra el paulatino tránsito de la telenovela tradicional, de exposición larga, a las series, con mayor intensidad y menor duración, y con la particularidad de no ser emitidas semanalmente sino a diario.

Esas búsquedas han dado lugar a nuevos géneros y formatos, a veces hibridados, como la bionovela, que se mantiene en el cénit de las parrillas por el reconocimiento que suscitan y el énfasis en los relatos de país.

Fue en este periodo cuando se desarrolló la controvertida narrativa del reality, una de las de mayor consumo en el mundo. Son más de dos docenas de propuestas que han presentado Caracol, RCN y ahora el Canal 1, algunas de las cuales se realizan por temporadas. A su lado, y a veces fundidos entre sí, han surgido nuevos programas de concurso con la idea de generar cercanía, identificación y participación de los ciudadanos del común.

Los noticieros, no pocas veces objeto de críticas, incrementaron su duración de los 30 minutos convencionales a los 90 o 120 en determinadas franjas, y hoy se debaten entre los relatos locales, las historias y la instantaneidad que le plantean como desafío los contenidos que corren por plataformas digitales.

El humor se mantiene incólume, bien como línea argumental secundaria en la ficción o en el centro de los programas de variedades, que son más que una seña de identidad en la manera como nos concebimos los colombianos. Baste citar el indestronable espacio de “Sábados Felices”.

Crecen, en técnica, producción y audiencias, las transmisiones en directo de eventos deportivos, musicales o de entretenimiento, que surten tanto la inveterada necesidad de sentirse parte de una comunidad como la de temas de conversación expandida en canales tradicionales o digitales; en medio de una competencia cada vez más grande en lo atinente a la calidad y el sonido, que ha pasado de la definición estándar hasta la alta definición o el 4K, es decir cuatro veces la primera.

La urgencia en los requerimientos y la llegada de la Televisión Digital Terrestre (TDT), que permite a cada canal tener hasta tres o cuatro señales simultáneas, ha ampliado la demanda de contenidos, pero también el volumen de producción para audiencias disímiles, que hoy proveen las antiguas programadoras convertidas en casas productoras, que también le apuntan a otro tipo de narrativas en las que exploran los canales como las que corren por internet.

A lo largo de estos 20 años se ha suscitado también el debate por la aparición de un tercer canal nacional privado, en medio de dos intentos fallidos. Esa ausencia ha sido suplida, en parte, por la concesión a un oferente único en un canal de tradición mixta como el Canal 1.

Sin duda, el reto más grande en el corto y mediano plazo tiene que ver con la sostenibilidad, habida cuenta de la emergencia de nuevos medios que jalonan la inversión publicitaria, que no obstante se mantiene cerca al billón de pesos anual; con audiencias que en coyunturas como las del Mundial superaron los 35 puntos de rating, sumando los dos canales privados, y producciones de ficción que alcanzan o superan, en el prime time, los 15 puntos.

Es cierto que hay que reinventarse, como necesita RCN, o consolidarse como requiere el Canal 1, en la idea de mantener la sana competencia. Pero también, los canales saben que hay que profundizar en el conocimiento de las rutinas, usos y prácticas de las audiencias, en medio de una normatividad y legislación obsoletas para los requerimientos de un medio que evoluciona cada día; pero la industria, presionada para la transformación de los contenidos y la urgencia de copar el ecosistema audiovisual, parece haber entrado por fin en la negación de la oposición entre la televisión tradicional y la de nuevas pantallas; y entendido que hay que avanzar sobre lo construido, con la idea de que todas las narrativas forman parte de la misma estructura, si bien todavía fundamentada en la primera pantalla, que sigue siendo no solo el electrodoméstico más vendido en el mundo, sino el medio de mayor consumo, penetración e influencia del planeta. Hay televisión para rato.

 

Por Mario Morales *

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